El último día de la doctora Vegas
Los horarios y la saturación de consultas fuerzan a una pediatra de la sanidad pública a pasarse a la privada - El viernes se despidió de sus pacientes
Quién le iba a decir a ella, una "acérrima defensora de la sanidad pública", que acabaría pasándose al otro lado. A Eva Vegas la esperan mañana en una clínica privada de Madrid. Tiene 36 años y es pediatra. Con plaza fija y una vocación a prueba de horarios que no entienden de conciliación. Pero ha dicho basta. El viernes fue su último día en el centro de salud Miguel de Cervantes, en Alcalá de Henares. Las últimas visitas, los últimos niños. La pared de su consulta acumula recuerdos. "Para Eva", dicen unas vacilantes letras de palote sobre el dibujo de un tiranosaurio rex que cualquiera confundiría con un gorila jorobado. "No sé si llevármelos; me da mucha pena", suspira.
Se necesitan 320 pediatras más, según el sindicato mayoritario
Son las cuatro de la tarde y la sala de espera de pediatría está repleta de niños que moquean, tosen o se rascan con fruición. El centro de salud está en Espartales Sur, un barrio reciente, con mucha natalidad. Por la tarde hay tres pediatras. Más Eva, que tiene lo que se conoce como "horario bisagra". De once a seis. Su consulta es un no parar. A las 16.34 entra un catarro. A las 16.41, un bebé que come mal. A las 16.47, una posible otitis. La agenda de Eva tiene, por defecto, 45 huecos. Si hay epidemia, más. "Es imposible estar sólo seis minutos con un niño", se queja. Pero lo hace. Y bien, según madres como Laura, de 37 años: "Me parece mal que se vaya, pero lo entiendo. Yo haría lo mismo", dice mientras su hijo, el de la otitis, la estira del brazo.
"Me voy a la medicina privada por el horario, no por las condiciones económicas, aunque son mejores", resume Eva, que se confiesa "quemada". Muchos de sus 4.000 compañeros de la atención primaria y el Summa 112 también lo están. Por eso hoy y mañana van a la huelga. Se necesitan en la Comunidad 320 pediatras y 1.000 médicos de familia más para garantizar la calidad de la sanidad pública, según la Federación de Médicos y Titulados Superiores de Madrid (Femyts), sindicato mayoritario en el sector. Que se lo digan a Eva: "Nunca hay suplente y tenemos que asumir la consulta del compañero. Es un maltrato al profesional, estamos agobiados". Recuerda que, un 26 de diciembre, entre bajas y vacaciones, se quedó sola en el centro. Tuvo que atender a 90 niños.
Avanza la tarde y, a los 34 pacientes -es viernes y la afluencia baja- que tiene en la agenda se suman otros cuatro de urgencias. Llega una niña con un pequeño corte en el labio. "Dice que le han pegado en el colegio", explica la madre. Eva la cura en un pispás. Exactamente, en tres minutos.
"Muchas veces no me siento médico", confiesa. "Estamos haciendo de todo. Ha desaparecido la figura de la enfermera de pediatría y nosotros hacemos ese trabajo, con lo que conlleva de sobrecarga". La visita más larga -14 minutos- es precisamente la que podría haber hecho esa figura: controlar el peso de un bebé que no come bien y responder las preguntas sobre cómo alimentarlo. También del corte en el labio se podría haber ocupado un profesional de enfermería. "Es una de nuestras batallas perdidas", se lamenta.
"Hola Silvia, ¿cómo estamos?" "Ahora mejor, pero ha pasado una Semana Santa fatal". Cristina acompaña a su hija, Silvia, de 12 años, a una revisión. Padece asma y se pasa los días tosiendo. Mientras Eva la ausculta, la madre se acuerda de que la noche anterior la niña se mareó. Entonces Eva le toma la tensión, prueba sus reflejos en las rodillas y le hace una prueba de orientación. Seguramente es porque no cenó. Los nervios de los exámenes. "Hay que cenar". "Es que no tengo hambre". "Pues te tomas un yogur al menos". Lo que iba a ser una consulta brevísima acaba suponiendo casi 10 minutos. "Y eso que a muchos los conozco y sé de qué pie cojean. Lo ideal sería tener al menos esos 10 minutos", opina Eva.
"Confíe en su médico. Está exigiendo a la Consejería de Sanidad poder atenderle mejor". Carteles como éste informan a los usuarios del centro de la huelga, pero aún hay muchos que no se han enterado. Gema, que ha traído a su hijo con un golpe en el ojo, no tiene queja sobre cómo funciona ahora el servicio. "Antes sólo había un pediatra por la mañana y otro por la tarde y las esperas eran horribles. Estamos mucho mejor". A pesar de que ha venido de urgencias, apenas tiene que entretener a su hijo 20 minutos. Le parece más que razonable.
Eva tiene un cupo de 900 pacientes, de los que la mitad tienen menos de cuatro años. Los llama "hiperconsultadores". Se pregunta qué pasará cuando se entreguen las 4.000 nuevas viviendas, la gran mayoría de protección oficial, que anuncia un cartel en la cercana avenida de Gustavo Adolfo Bécquer. Será un nuevo barrio, Espartales Norte, para el que, asegura, "no hay previsión de crear otro centro de salud".
"Me tomo muy en serio mi trabajo y estoy cansada físicamente. Te vas a casa y piensas: a ver si alguno de los 50 que he visto hoy va a tener esto o lo otro", se lamenta.
No sólo el agotamiento ha podido con ella. La gota que colmó el vaso, cuenta, fue la adjudicación de plazas de pediatría para los nuevos hospitales de la Comunidad de Madrid. Asegura que pidió plaza en casi todos y que ni ella ni ningún pediatra de atención primaria ha sido admitido. Le consta que han contratado a profesionales menos preparados y de otras comunidades. La explicación: no pueden prescindir de ningún pediatra en primaria porque luego no cubren su plaza. "Estás prisionero. No te dejan progresar y encima no te dan explicaciones. Fue el colofón. Necesito hacer un parón y descansar".
"No le veo salida"
Eva consiguió su plaza por oposición y lleva ya ocho años en Alcalá de Henares. "He visto cómo ha decaído la cosa. Da mucha pena. Soy una acérrima defensora de la sanidad pública, pero no se puede trabajar así. Si le vieras salida, pues aguantas, por el bien de todos. Pero en pediatría ya no se puede". Ha pedido una excedencia de dos años. Probará cómo le va en la privada.
Pasan diez minutos de su hora de salida. Por la puerta sale el último paciente, el hijo de Gema. Eva lo manda al hospital para que le miren mejor ese golpe en el ojo. "Estoy un poco deprimida", confiesa. Ha sido una jornada de despedidas. A muchos pacientes y a sus madres, con los que tiene más confianza, les ha estado contando que es su último día. Le gustaría que no lo fuera: "Si me llegan a decir hace ocho años que me voy a la privada, no me lo creo".
"Este es un trabajo duro, de mucha responsabilidad. Necesitas que te den un espaldarazo y en vez de eso cada vez te exigen que trabajes en condiciones más límite", se queja. Con la consulta vacía, ya sólo queda despedirse de los compañeros. Hoy no hará huelga con ellos.
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