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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Me encanta lo que veo

Mercè Ibarz

Hace unas semanas les contaba que la estatua de Raquel Meller en el Paralelo había sido agredida y rota, hoy les digo que ya ha sido restaurada. La vi el otro día por el retrovisor. Por un momento dudé, ya que el paseo en coche me había mareado tanto que no estaba segura de haber visto bien o si era una distorsión visual más de una jornada de otro tipo de agresiones, las municipales. Empiezo por la primera, a la que ya dediqué otra crónica. Puesto que se repite, yo también. La Meller ha vuelto, pero las fachadas publicitarias ganan terreno sin parar. Más y más de lo mismo.

Casi nunca conduzco por la ciudad pero aquel día lo hacía para acompañar a unos periodistas alemanes al MNAC y a la Fundació Miró y, si nos daba tiempo, pasear por los alrededores. Descendíamos por Claris cuando, en Aragó, nuestros ojos se toparon con la imagen (es un decir) que cubre la gran fachada del colegio de las monjas de L'Estonnac, hasta casi tapar la acera: nueve pisos y medio a lo alto y media manzana a lo ancho. Mis amigos preguntaron qué era aquello. Leí y traduje del catalán: "Desde aquí se ve mejor el mundo / y me encanta lo que veo". Pues qué bien. Propaganda de Aquarius, bebida para deportistas de la Coca-Cola. En el faldón bajero, otra inscripción, también en vernáculo, que para eso está: "Barcelona, posa't guapa. Aquarius patrocina la restauración del Monumento a los Mártires...". Ironía de las finas. No les cuento lo largo que fue explicar el asunto; mis colegas creían que era lenguaje independentista indirecto y los alemanes son muy pelmas en estas cosas. El monumento lo realizó Josep Llimona hacia 1930. Conmemora a los barceloneses que en 1809 se alzaron contra las tropas napoleónicas y fueron ejecutados. Desde 1941 está en el Gòtic, en la fachada de la iglesia de Sant Sever. Será por eso lo de L'Estonnac.

Tras semejantes barbaridades en las calles -contamos unas cuantas más- estacioné agotada en el aparcamiento del MNAC, junto a unos árboles y otros coches. Por fin un remanso, una mascarilla para los ojos. Pero una hora después, al salir, segunda agresión municipal: la grúa se había llevado el coche. ¿Me habría oído el Ayuntamiento criticarlo? ¿O era cosa de los mártires? Desvarié, hasta advertir las rayas que al parecer había invadido. ¿Me había cegado tanta contaminación visual antes de llegar? ¿Tan grave era la infracción que no bastaba una multa?

El depósito estaba cerca, los guardias tienen a sus presas a mano. Nos encaminamos a pie hacia la calle de Tarragona. Encontramos a otras gentes con el triángulo chillón a cuestas y mirada alelada o furiosa, mientras pasaban vehículos de la grúa hacia la montaña a por más carnaza. Llegamos al depósito 20 minutos después que mi coche, el tiempo que habíamos tardado en trasladarnos. Ni decir que mis colegas estaban la mar de entretenidos y que de nada valió plantear a la joven de la ventanilla qué razón hay de vigilar y castigar tanto un camino cerrado de montaña por donde no transita nadie. Aquí te pillo, aquí te mato. Una parábola en versión grúa de las fachadas publicitarias. Lógicas aplastantes. Unos 200 euros, que pueden ser más si no asumes rápidamente la multa cuando te llegue... Las cosas se han puesto caras, sin duda.

Pagué, escribió un lacónico Cortázar para terminar una historia.

La nuestra en cambio prosiguió. Las historias corrientes suelen alargarse, repetirse. Volvimos a Montjuïc, seguimos trabajando en la Miró y regresamos hacia el centro para resolver otros asuntos antes de ir a la playa, a olvidar. Tomé la dirección contraria al depósito. Así, gracias en realidad a la grúa, que cambió mi rumbo, advertí que la Meller está de nuevo en su pedestal. Es ella, sí, en la discreta versión del escultor Viladomat, la única que tenemos de la gran intencionista. Me acordé de los acuarianos encantados de lo que ven desde lo alto... Y entonces, en el cruce de la Gran Va con el paseo de Gràcia nos dimos otro susto visual y supimos que no iríamos a la playa. Esta vez el coco lo pone la casa de zapatos Camper, que para eso paga la restauración de las fachadas de la estación de Francia. Estuvimos en un tris de volver al depósito municipal o tal vez peor, al de cadáveres. Sí, lo que vemos es encantador.

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