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Reportaje:

Scorsese pinta a los Rolling Stones

Jesús Ruiz Mantilla

Los mitos y las leyendas son como cantos rodados: van corriendo con los tiempos, pero sobre todo perduran. Así, el paso de los años ha dado contundentemente la razón a los Rolling Stones cuando eligieron el nombre. De la subversión, la rebelión y el lengüetazo sensual que le propiciaron al mundo en los sesenta han pasado ahora a encarnar otras ilusiones y sueños colectivos con sus canciones, con sus conciertos, con su desafío permanente a las normas de la moral, la física, la metafísica y la biología, algo que uno siente intensamente cuando les tiene enfrente, en carne y hueso.

El de la eterna juventud es uno de los pulsos más fascinantes que los Rolling Stones han echado a la vida. Por eso, si Johann Wolfgang von Goethe hubiese nacido en estos tiempos y no en el siglo XVIII con salto al XIX, no habría empleado 60 años de su vida en escribir el Fausto. ¿Para qué, si Mick Jagger y Keith Richards encarnan como nadie ese mito, ese cuento fascinante, cada vez que salen al escenario con sus colegas Ron Wood y Charlie Watts? Además, otro creador vibrante como Martin Scorsese le habría ganado la partida cuando se le ocurrió filmar Shine a light, el documental más enérgico y espectacular que se ha rodado nunca sobre la banda. Puro fuego. Puro poder electrizante y contagioso para transmitir toda la fuerza de los Stones en directo.

Se presentó en el último Festival de Berlín, y el tirón de los músicos en comunión perfecta con el cineasta lo atascó todo. Allí, quienes son dos auténticos referentes de la cultura viva y moderna hablaron de lo que fue y también de lo que pudo haber sido este retrato del grupo de rock en vivo. Porque, una vez visto, muchos se preguntaron qué había llevado al autor de Uno de los nuestros a rodarlos así y no de otra forma: sin ir más lejos, de la manera en que el propio Scorsese había concebido No direction home, su gran documental sobre Bob Dylan, por ejemplo.

Planteárselo se lo plantearon. Como también Mick Jagger, Keith Richards y él hablaron de hacer algo entre bambalinas, detrás de las cortinas, en ese escondite en teoría privado que nadie ve cerca del escenario. ?Claro que hablamos de eso, pero cuando Martin nos lo propuso, nos lo dijo muy claro: ?Quiero rodar uno de vuestros shows, un show, sencillamente?. Además, os aseguro que nadie quiere vernos a Charlie y a mí detrás del escenario, ya no?, comenta Richards. Lo dice con su whisky y su cigarro colgando del labio. Carcajeándose con su camisa abierta, sus colgantes vudús y sus sortijas de calavera al lado de su amigo el baterista Watts, impecable con un traje gris como recién salido del sastre, en la habitación de un hotel de Berlín.

Allí recibieron a la prensa. Luego entraron Ronnie Wood y Mick Jagger para contar básicamente lo mismo. Además, añade Jagger, había problemas de logística: ?Lo malo es que era un sitio muy pequeño, no te podías mover. Lo más grande en aquella habitación que nos sirvió de backstage era una mesa?. Scorsese, que llega y se sienta solo al final, remata la cuestión con una de sus enormes peroratas: ?Lo de Dylan sí, lo pensé?, admite. Pero avisa de los inconvenientes: ?Hacer una película sobre los Stones así dura cinco horas?. Sencillamente, su planteamiento en este caso era otro. Muy claro: ?Yo prefiero ver el concierto. ¿Qué les hace especiales? Incluso ahora. Son puro rock and roll a una edad en que a lo mejor no es lo apropiado para ciertos músicos. Hay una mezcla de madurez y poder, algo único que nos supera y nos produce éxtasis?.

Éxtasis y admiración, perplejidad y placer, morbo y envidia siente uno al contemplar la película, que se rodó en el otoño de 2006, en el Beacon Theatre de Nueva York, con invitados de lujo dentro y fuera del escenario. Un plantel que iba de la familia Clinton a Christina Aguilera. Y eso es lo que ha pretendido Scorsese con Shine a light: ayudarles a trasladar un retrato de lo que les convierte en una banda única. Pintar, escribir a base de 18 cámaras, con su estilo endemoniado y poderoso, una especie de versión propia al ritmo de la música; ofrecernos una nueva lectura de su particular Retrato de Dorian Gray. Era en esa obra sobre la dualidad y el deseo de inmortalidad donde Oscar Wilde nos planteaba: ?Si yo quisiera ser eternamente joven y a cambio sólo envejeciera mi retrato, daría mi vida por ello?.

Únicamente rodando este insólito concierto y trufando el presente con imágenes y declaraciones de cuando eran muy jóvenes, el cineasta ofrece todo un discurso sobre ellos. Un prisma en el que se revelan como dioses del Olimpo, y supervivientes; como robinsones y superhombres, ajenos a las normas que rigen al común de los mortales.

?Nos devuelven a reacciones primarias. Nos llevan a la antigua Grecia, a lo dionisiaco. Todo eso está ahí, en un concierto de los Stones. En las culturas más antiguas, ¿qué se buscaba para un líder? Lo mismo que ahora: una combinación de gran estadista con Mick Jagger. Estos tíos podrían haber conquistado la India?, comenta el cineasta. La India quizá no, pero puede que cosas más difíciles, como el darle la vuelta a la vida común de la gente con la revolución moral implícita en sus canciones. ?Sus letras son duras, irreverentes y me recordaban a lo que hacían Kurt Weill y Bertolt Brecht en La ópera de cuatro cuartos. Tenían esa ambición de llegar a un cambio moral, más que los Beatles?.

Más que ?esos trovadores que caen en la trampa del diablo antes de llegar a Bombay?, como escribían Jagger y Richards en Sympathy for the devil para que quedara palpable una clara rivalidad. ?Los Stones observaban la cultura desde otros ángulos diferentes a los de los Beatles. Lo vemos en Mother little helper; canciones así, donde tratan las adicciones de una civilización entera, de clases medias, de madres entregadas a los tranquilizantes?, comenta el director.

Ha sido un grupo que siempre ha vestido el cine de Scorsese. En cada una de esas películas suyas donde transpira el sudor, la dureza y el viento de las malas calles hay un hueco para su música. Su identificación con ellos es total: ?Me hablaban personalmente no ya en cosas como Street Fightin Man o Jumpin Jack Flash. Conocí a muchos así que ya no están. Lo que más me interesa es la provocación y el desafío que nos proponen. Una canción como Sympathy for the devil es una inspiración constante para mí?.

Esa canción en concreto es una de las que les conecta definitivamente con los grandes mitos, con el misterio de Fausto, con todos los límites y barreras por derribar a sus pies. Un mito que si con el contemporáneo de Shakespeare, John Marlowe, echo a andar, con Goethe se consumó literariamente, y con los Rolling, ahora, se ha hecho carne. Aunque Mick Jagger desvíe la pregunta al respecto: ?¿Fausto? Claro que me interesa, leí muchas de sus versiones hace años, me atraía. ¿A qué país representa usted??.

Pero hay evidencias que no se pueden negar. Por mucho que el gran Jagger, impoluto, con su cintura de avispa ??a partir de los 30 años hay que cuidarse?, avisa quien va camino de los 65 y tiene dos nietos y siete hijos?, con sus labios proverbiales, despeje el balón. Por más que con esa sonrisa que escuda y esconde todos los desprecios a base de buena educación y una actitud tan distante como la que pueda adoptar la reina de Inglaterra, no quiera hablar de Fausto ni de sus hipotéticos pactos con el diablo. Es imposible que se escape a las comparaciones.

Menos mal que su mefistofélico compañero Richards está ahí para recoger todos los guantes. Es una especie de voz malévola e incómoda de su raíz común. Si Jagger se desvía del camino, Richards le lanza un coco a la cabeza, y sin miedo a desplomarse del cocotero ?como le ocurrió en la privamera de 2006 en las islas Fidji, obligando al grupo a rediseñar su gira? le canta las cuarenta. Ocurrió cuando al cantante le hicieron caballero de la Orden del Imperio Británico. Entonces dijo que le parecía algo despreciable y que no estaba dispuesto a salir al escenario con alguien que llevaba corona y capa de armiño. Un ataque al que Jagger respondió: ?Probablemente a él también le gustaría que le hubiesen nombrado?.

Luego se le pasó el rebote, pero en cualquier momento vuelve a explotar. Como recientemente, cuando soltó que su compañero de juegos era un maniaco un tanto vanidoso. Sus discursos difieren sobre todo en la manera de enfrentarse al pasado salvaje. A las drogas; a los líos con la policía, la justicia y los biempensantes que les han rodeado siempre. ?¿Las drogas? Bueno, aquello ya pasó, creo que ha sido superado. Tantos líos con la ley y la policía nos apartaban de la creatividad que necesitábamos para hacer buena música?, comenta Jagger.

Richards, en cambio, se regodea: ?¡Ah, sí, las drogas, qué buenas! ¡Fantásticas! Ahora mis drogas consisten en estar medicado. Es un tema raro. Mira, me lo he fumado todo, me he puesto hasta el culo de hierba. Y sigo haciéndolo. Además, esta prohibición de ahora me asquea?, cuenta mientras cala hasta el fondo otro de sus cigarros, y uno puede comprobar en su cara rasgada las huellas de una vida llevada al límite del placer y el dolor. Una vida en la que Richards ha superado abismos como el de su adicción a la heroína y otras cosas que le han hecho ganarse el mote de riff humano.

Está claro, son Fausto Jagger, el eterno insatisfecho, el cerebro que todo lo controla, y su compañero Mefistófeles Richards, que actúa como una conciencia intranquila, provocadora y leal. Pasional y directo, siempre dispara al entrecejo y reivindica ser el depositario de la pureza de los Stones. ?A Mick le gusta más el pop, yo soy quien se encarga de hacer que los Stones sigamos siendo los Stones?, ha llegado a declarar.

El caso es que los dos elevan el símbolo. Los dos lo llevan hasta sus últimas consecuencias. Uno de sus secretos es haber ido más allá y haber convertido en canciones los asuntos que laten en el libro de Goethe con obras como Satisfaction y Paint it black, con himnos como You can?t always get what you want y sobre todo en Sympathy for the devil, la pieza que inspiró también a Jean-Luc Godard una película documental.

Probablemente no eran conscientes de ello, pero tuvieron que venir otros artistas, como entonces Godard y ahora Scorsese, a interpretar la potencia y el efecto de sus mensajes, ese vuelco a la moral de la época que lanzaban en sus estrofas al corazón viejo y herido de una sociedad pacata y recatada. Aquella defensa del diablo traspasaba todos los límites, como se ve en la película, cuando a Jagger le hacen una encerrona con unos cuantos obispos caducos: ?Permítanme que me presente. Soy una persona rica y con gusto. Llevo dando tumbos mucho tiempo, apropiándome la fe de muchas almas. Encantado de conocerles, espero que adivinen mi nombre?. Una canción así limpiaba todos los catecismos de las mentes adoctrinadas y aterrorizaba a quienes hoy, como el papa Ratzinger, denuncian ?la dictadura del relativismo?, que debe de ser ésa en la que los mortales nos sentimos mucho más libres.

Con canciones de ese corte quedaban claros también los cimientos ideológicos y estéticos de aquellos jóvenes. Más que con la Biblia o con Kant, respondían a los clásicos grecolatinos, que ahora más que nunca se hacen presentes en la película de Scorsese, donde aparece Mick Jagger como un auténtico Aquiles, ese semidios indestructible. Queda patente que eran más hijos de Epicuro y de Nietzsche que de ningún otro padre conocido. Aunque sus orígenes estaban en la Inglaterra de posguerra, alrededor de1960, cuando se reencontraron Jagger y Richards. Ambos habían nacido el mismo año, 1943, en Dartford, Kent. Vástagos de buena familia, se conocieron con cuatro años, y sus destinos se separaron hasta que el señuelo de unos discos de blues en la mano de Jagger, cuando viajaba en un tren, prendieron la mecha de lo que en 1964 serían los Rolling Stones.

Richards seguía en el colegio y Jagger estudiaba ya en la prestigiosa London Schoool of Economics, de la que, según las malas lenguas, fue expulsado tras entrar con una moto en la librería. Desde entonces hasta hoy, sin que se dieran cuenta, han forjado una historia propia que no deja de ejercer atracción fatal en medio mundo, una leyenda en la que resiste a su lado sólo Charlie Watts.

Ron Wood llegó más tarde, en 1975, cuando se fue Mick Taylor, y otros más quedaron por el camino, como Brian Jones, que apareció muerto en una piscina en 1969 justo después de haber dejado el grupo, o Ian Stewart, el sexto Stone, que murió en 1985. Bill Wyman, el bajista, que hoy anda por los 72 años cumplidos, sencillamente se bajó del autobús en 1993 harto de dar tumbos.

En medio, historias bien conocidas, historias difusas, 55 álbumes, 22 vueltas al mundo y varias películas; pero ésta de Martin Scorsese es más que especial. ?Cuando no sé quién nos planteó que si queríamos hacer una película, yo dije que no, que no me apetecía?, comenta Richards. Pero entonces se lo aclararon rápidamente: ?Es que sería con Scorsese. Eso era diferente. Supe que podía dejarlo todo tranquilamente en sus manos?.

Casi ni se han enterado. ?Estaban todas esas cámaras por ahí, pero quienes las manejaban eran tan discretos que no molestaban. Incluso Martin fue impecable. Andaba por todas partes, pero no lo notabas?, cuenta Richards. Es lo único que pide el guitarrista mientras toca. ?Cuando subimos al escenario, la gente tiene que saber que estamos en nuestro despacho y que nada nos debe estorbar?, añade. Tan sólo, hay veces que estos diablos se ven obligados a pactar directamente con Dios ciertas condiciones. ?Cuando tocamos en clubes cerrados, no; pero en espacios abiertos, él entra en el grupo y puede enviarnos un chaparrón o una buena tormenta?. Como ocurrió en la noche mágica del Vicente Calderón, en Madrid, el 7 de julio de 1982. Un pacto entre estos dos seres sobrenaturales que certificó la electrizante libertad de una joven democracia.

Aquel vigor de los Stones a los treinta y tantos años no se les ha evaporado todavía en esa edad en la que cualquiera se jubila. Al contrario, parece aumentar. Así se comprueba en Shine a light, donde sigue presente esa fuerza. Fue un rodaje espídico, confuso y tenso que Scorsese parodia en un comienzo original y lleno de ironía. ?Eran 18 cámaras. Teníamos dos horas y todos los monitores delante de mí. Desde que empezó la primera canción hasta el final se me pasó volando. Sabía que tenía que trabajar con todo aquello, que la película estaba en ese puzzle y sólo debía ordenarlo?, recuerda Scorsese. El resultado les ha conmocionado. Cada cual a su manera. Richards, entusiasmado: ?Estoy impresionado por lo que ha hecho?. Jagger, distante y altivo: ?Me ha gustado tanto que he resistido la proyección hasta el final?. Ronnie Wood, consciente de haber cumplido un sueño: ?Es un auténtico scorsese?, comenta socarrón el guitarrista, aficionado a la pintura. Charlie Watts, deseando pasar inadvertido, con traje gris impoluto: ?Es que a mí no me gusta verme en pantalla?.

Eso que para Watts es un suplicio, en el caso general del grupo resulta algo natural. Lo cree Richards, que hurgando en los archivos para completar con imágenes históricas la película, ha reflexionado sobre el pasado, sobre lo que son: ?Toda nuestra vida ha sido filmada; ahí está, en imágenes. Desde luego me gusta más verme cuando era más joven?, dice. Quizá por eso desea regresar a aquellos tiempos hurgando en su memoria: ?Estoy empezando a trabajar en una autobiografía?, anuncia. ?Me gusta ese ejercicio de escarbar en la memoria; cosas que no quieres recordar, otras que has olvidado. Como no llevo un diario, es difícil. La vida te ha seleccionado los recuerdos. Más a mí, que no me acuerdo ni de lo que hice ayer?.

Tras los estrenos por medio mundo se tomarán un tiempo. ?Cuando no estamos trabajando, no mantenemos el contacto. A Charlie y a mí no nos gusta hablar por teléfono?, cuenta Richards. ¿Y los e-mails? ?¿E-mail? Yo no tengo e-mail?, zanja Watts. Si no graban ni están de gira, desaparecen. ?Aprovecho el tiempo, me tiro en la playa, leo?, comenta Richards. Pero no se despega de su guitarra. ?Si me siento solo y no puedo dormir, me meto con ella en la cama?.

Ya queda Jagger al frente, de vigía y de guardia, para ocuparse de todos los detalles. De joven, este talento hiperactivo iba para empresario y lo ha conseguido. Nunca ocultó que su sueño era hacerse rico. ?Cuando estamos separados, yo tengo mucho trabajo de oficina?, comenta el cantante. Dice que aprovecha para componer también. Pero sobre todo para organizar proyectos de futuro: ?Antes de salir de gira pensamos bastante; consideramos muchas cosas, artísticas y comerciales. Decidir el momento correcto, poner a punto las agendas, que no haya cien tours haciendo competencia porque el mercado está saturado. Hay que tener en cuenta todos esos factores?.

Sólo Scorsese le iguala en frenetismo y adicción al trabajo. El director asegura que tiene cuatro proyectos en marcha. Mezclando ficción y documentales sin parar. Ahora acaba el rodaje de Shutter Island: ?Un thriller psicológico con Leonardo DiCaprio, Marc Ruffalo, Ben Kingsley y espero que Max von Sydow. Se desarrolla en un psiquiátrico de las afueras de Boston y está basada en una novela de Dennis Lehane [Mystic river]?, comenta. Otros dos documentales musicales: ?Uno sobre Bob Marley y otro con los archivos que nos ha pasado la viuda de George Harrison sobre él y sobre la historia de los Beatles a través de él?, anuncia. Y otro proyecto de ficción sobre el negocio de la música. ?Para retratar un mundo despiadado, duro, llevado por tíos implacables o directamente por la mafia. Así empezó esto, con chavales que se llevaban dos dólares por tocar y otros alrededor que hacían 200. Tíos con el pelo largo que luego llegaron a hacer cosas como Sgt. Peppers, puro arte?. ¿Y qué hacen estos personajes ante esa evidencia? ?Pues se quitan los prejuicios y dicen:vale, ahora vamos a forrarnos con el arte?.

Es un mundo que le atrae y le fascina, pese a que ya no acude a conciertos en directo. ?El último que vi fue a Bruce Springsteen en Madrid, precisamente; coincidió que estaba yo promocionando ese anuncio tan divertido de The key to reserva para Freixenet, la cachondada ésa con Hitchcock y demás, qué risa??, recuerda. Y lo que escucha en casa es lo de siempre: ?Con una niña de ocho años por ahí, sigo con los clásicos; con los Stones, Eric Clapton, Joni Mitchel. Ah, y con música barroca. Por las mañanas. Me gusta escuchar a Lully, a Purcell y a Bach?.

Ni con el suave y profundo sonido de los genios barrocos parece Scorsese dispuesto a prescindir de un elemento rabioso y violento en su cine. Confiesa que, pese a los años, la ira sigue calentando su creatividad, que se empeña en alejarse de todo lo que signifique comodidad, como también, según él, les ocurre a los Stones. ?¿Que si nos hemos edulcorado con los años? No, nos hemos moderado a lo mejor. Ellos son más sabios. La energía se evapora, pero hay cosas que es imposible que desaparezcan. Puedes intentar controlar la rabia, aunque es muy importante que exista, debe estar presente en tu obra. La rabia es curiosidad, es rebelión contra la injusticia?.

La rabia y el misterio, el enigma a estas alturas ya casi indescifrable de lo que son los Stones y el gran Scorsese. Sólo Goethe, navegando por el tiempo, al principio de su Fausto nos sugiere con inquietud lo que pueden llegar a ser fenómenos como éstos en nuestra acelerada vida. Y nos lo advierte así: ?De nuevo os acercáis, vagas figuras que allá en los días de mi juventud os mostrasteis ya a mi turbada vista. ¿Intentaré reteneros esta vez? ¿Siento mi corazón inclinado todavía a aquellas ilusiones? Estáis pugnando por acercaros a mí. Podéis disponer. Del seno de los vapores y la niebla os alzáis en torno mío. Mi pecho se estremece como en mi juventud por los mágicos efluvios que os envuelven en vuestro desfile?.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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