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Columna
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Historia de dos presidentes

Andrés Ortega

2008 es año de dos elecciones presidenciales que nos afectan: la de EE UU, y la del Consejo Europeo. Los ganadores asumirán ambos sus cargos en enero de 2009. Las primeras tienen fascinado al mundo entero y especialmente a los europeos, porque abren nuevas perspectivas después de los años de Bush y por la dura batalla en las primarias demócratas entre Hillary Clinton y Barack Obama -una mujer y un negro- y un políticamente resucitado candidato republicano, John McCain. Las europeas no están interesando, y a estas alturas ni se sabe quién puede ser candidato. Y, sin embargo, la UE estaría necesitada de un auténtico presidente, y si no es auténtico, al menos con peso político.

Las elecciones americanas no son directas, sino que los ciudadanos eligen unos compromisarios que a su vez designan al nuevo presidente. Pero es un ejercicio democrático. Para el presidente del Consejo Europeo, el colegio de electores es sumamente reducido: sólo los 27 jefes de Estado y de Gobierno de la máxima institución política en la UE. El presidente de EE UU será el hombre, o mujer, más poderoso del mundo. El de la UE, no, pues, aunque no será un mero florero, sus poderes se limitarán a un cierto control de la agenda, y a asegurar la continuidad entre una reunión y otra, aunque la dinámica del cargo puede llevarle a más. Todo ello suponiendo que los irlandeses o los polacos no metan nuevos sustos, y la ratificación del Tratado de Lisboa (que reemplaza a la nonata Constitución Europea) se culmine a tiempo. Pero no será el suyo el teléfono único al que se pueda llamar desde la Casa Blanca para resolver embrollos o diseñar actuaciones en común con la UE.

Los ciudadanos preferirían una figura de peso al frente del Consejo Europeo
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En el caso del presidente de EE UU, los ciudadanos votan. En el de Europa, hay sondeos, aunque no es probable que los mandatarios les hagan caso. Así, según una encuesta publicada la semana pasada por Financial Times en los cinco países más poblados de la UE, los ciudadanos, especialmente los de Francia, Italia y España, preferirían una figura de peso al frente del Consejo Europeo, ya se trate de Tony Blair (aunque hay una campaña en su contra, http://stopblair.eu/), Angela Merkel, Felipe González (el que más apoyos recibe de todos), Romano Prodi, Anders Fogh Rasmussen o Jean Claude Juncker. Incluso se habla de la posibilidad de que Duraõ Barroso cruce la calle y pase de presidente de la Comisión Europea al Consejo. La tesis predominante alemana es que el presidente debe provenir de un país de la zona euro y del espacio Schengen, lo que excluiría a Blair (al que no quieren los democristianos alemanes), pero también a cualquiera de casi todos los nuevos Estados miembros. Esta elección requerirá complejos equilibrios entre grandes y pequeños, nuevos y viejos, norte y sur y este y oeste.

En todo caso, no está ni mucho menos garantizado que los 27 vayan a elegir a un político de peso de un gran país, pues lanzarían un mensaje sorprendente de que la UE quiere dotarse de una identidad política fuerte. Por eso quizás el luxemburgués Juncker tendría posibilidades: eficaz, no despierta, sin embargo, temores, aunque fuera de su país es un desconocido. La campaña -que sólo de una manera preliminar comenzó en la reunión del último Consejo Europeo diez días atrás en Bruselas- será entre bambalinas. La criba aún no ha empezado, pero, indican fuentes comunitarias, los 27 actuales han señalado su voluntad de que sea "uno de ellos" o al menos alguien que conozcan bien, de los que han negociado la Constitución Europea y el Tratado de Lisboa. Así, en el caso europeo, el colegio de electores coincidiría prácticamente con el colegio de elegibles. Pese a que se trata de un grupo de demócratas, no es una elección democrática.

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Aunque las presidencias nacionales rotatorias cada seis meses no desaparecen, sí perderán relevancia cuando exista el nuevo presidente del Consejo Europeo. Esto es algo que están sopesando los españoles, que han empezado a preparar la próxima presidencia española en el primer semestre de 2010, pues en este sentido será diferente, menos nacional, que las otras presidencias anteriores que ha ejercido este país.

Ni la Convención que preparó la Constitución fue comparable a la de Filadelfia que redactó la Carta Magna de EE UU, ni el texto hizo honor a su nombre (y luego se jibarizó en Tratado de Lisboa), ni el presidente es realmente un presidente de Europa. Claro que el ya no así llamado ministro europeo de Asuntos Exteriores, no cambia en atribuciones, sino de nombre, quedándose en Alto Representante. Pero a la hora de elegir presidente de Europa, ¡quién fuera americano!

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