Doblegar a la naturaleza
Un diccionario es algo muy poco útil para los verdaderos buscadores de aventuras. El compendio de palabras y definiciones resulta una Biblia un tanto absurda contra la que estos seres desafiantes de las reglas, las normas y las leyes de la naturaleza lanzan auténticas provocaciones. Sebastián Álvaro, que durante 27 años ha dirigido Al filo de lo imposible, se guía precisamente por eso. Por eso y por otras cosas que le han hecho encarar a la muerte más de una y dos veces.
Ante ese trámite, siempre ha tenido presente lo que el alpinista británico Alfred Mummery dejó dicho en una de las definiciones que podrían explicar la dimensión moderna de su afición a escalar montañas: "Cuando todo indica que por un sitio no se puede pasar, es necesario hacerlo: se trata precisamente de eso".
Álvaro recuerda a Mummery en su nuevo libro: 25 aventuras al filo de lo imposible (RBA). Y también a otros pioneros como este personaje británico que hizo honor a la definición de aventurero más noble que viene en el diccionario: "Quien asume voluntariamente aventuras". Algo, según Sebastián Álvaro, que vale para que luego en un país como el Reino Unido le entierren en la abadía de Westminster o, como poco, le planten el título de sir. ¿Y en España? "En España, la que cuenta es la segunda: 'Persona sin oficio ni profesión que vive a costa de las mujeres", comenta quien ha firmado más de 300 programas y documentales de un género que parece hoy en día más vivo y vigente que nunca.
Reconocer el mérito de aquellos que se juegan la vida por romper los límites y las barreras que nos ayudan a definir el mundo es algo que obsesiona a Álvaro. Su riesgo, su vida, que muchas veces ha quedado congelada al borde de las simas y los barrancos, ha tenido sentido, pese a haber visto morir a varios de los suyos al lado y sentirse impotente. Dos de ellos, Atxo Apellániz y Javier Iturriaga, trabajando para el programa que dirige y que ha logrado la categoría de legendario. ¿Locos? Sí, pero con coraje, con el tino que se requiere para ayudarnos a dibujar los mapas, a descifrar los rincones más alejados de la civilización, donde la vida apenas resiste por debajo de los 50 o 60 grados bajo cero en cualquiera de los polos o por encima de los 8.000 metros de altura en las cumbres del Himalaya. Ésos son los límites entre los que discurren las vidas y las carreras de quienes hacen Al filo de lo imposible, un programa por el que hasta ahora en su larga historia han podido pasar 1.500 profesionales.
Precisamente en ese pico del mundo que es la cordillera del Himalaya, se ha dejado Al filo de lo imposible entre sus pedruscos algo más definitivo que la gloria. De allí han salido más que derrotados también, pero allí han vuelto, en lo que es un pulso constante, mantenido por quien sólo siente atracción fatal hacia ciertos abismos. Y ese algo lo representa mejor que nada el K-2. La cumbre de 8.661 metros, segunda más alta del mundo tras el Everest, es la más peligrosa. "Si al Everest han ascendido 3.000 personas, al K-2 lo han hecho 200. Es la montaña perfecta y, a la vez, la más mortal".
La tiene colgada en una pared de su despacho de TVE, como tiene el mapa de China y otros marcados de la Antártida. Cuatro veces la han abordado, por cuatro vertientes distintas, y sólo dos han llegado a la cumbre. "Toda mi vida profesional, y en buena parte la personal, puede dividirse en antes y después del K-2", comenta este explorador, este periodista que ha logrado aunar sus dos vocaciones en una.
La última visita al K-2 fue en 2004 con Juanito Oyarzabal y Edurne Pasabán. Se dejaron unos cuantos dedos amputados por el camino, pero se quitaron el miedo de haber regresado a un escenario demasiado negro para todos. Porque la expedición más traumática al K-2 fue la que en 1994 dejó allí enterrado a su compañero Atxo. Desde que quedó a 6.500 metros de altura, abrigado por "el mejor sepulcro para un alpinista", escribe Álvaro en el libro, nada volvió a ser igual para Al filo de lo imposible: "Aquella sensación de supermanes que teníamos, aquella convicción de que no nos podía pasar nada porque éramos los mejores, se derrumbó para siempre y tuvimos que volver a trabajar siendo conscientes de lo que nos había pasado", comenta el director del programa.
Se plantearon parar, dejarlo. "Nada tenía el mismo sentido", admite Álvaro. Y sin embargo, una llamada de un oficial del Ejército proponiéndoles que fueran a la Antártida rompió el nudo: "Es que ni se me pasó por la cabeza que no pudiéramos hacer eso. Así que continuamos con el programa". Otra cosa fue montar el documental con la tragedia del K-2. Emitirlo. "También nos costó tomar esa decisión, pero al final lo hicimos", comenta este alpinista y contador de historias duras, que no dejan nada indiferente.
Entre otras cosas, sabía que un programa así de trágico podía contribuir a convertir a su amigo en leyenda y, de paso, a desmitificar la muerte: "Al fin y al cabo, qué es la muerte: es parte de la vida. Y si no admitimos eso, si no contamos con ello y lo ocultamos, tampoco seremos conscientes de lo que nos espera. De todas formas, en la forma de vida que nos hemos montado tampoco podemos sentirnos tan seguros. Corremos el mismo riesgo en la alta montaña que en la gran ciudad". Aun así, no se dedican a la aventura por coquetear con la muerte: "No vamos a esos lugares a morir, vamos a vivir de otra forma".
Lo asegura quien entre asfalto, contaminación y edificios inteligentes en los que hace calor en invierno y frío en verano se encuentra como enjaulado en una ratonera: "Mi mujer, cuando llevo dos meses sin salir de Madrid y me encuentra irascible en casa, siempre me dice lo mismo: 'Empiezas a necesitar salir de expedición". Al fin y al cabo, Álvaro, durante toda su vida, no ha pretendido más que honrar el adjetivo que su madre le colgó desde pequeño: zascandil. "Es algo de lo que me siento muy orgulloso".
Ha habido años de no parar en casa. "Diez meses fuera y dos en familia. Eso es mucho". Una historia larga detrás con mucho dolor, pero plagada de premios, reconocimientos, que ha conseguido dar prestigio a un mundo que hasta hace poco se miraba con desconfianza. "Y no entiendo por qué. Mientras en Europa a los exploradores se les reconocía en gloria y honores, en España, Malaespina acabó en la cárcel por ilustrado". Miserable destino el suyo si lo comparamos con el de Cook, al que le cayeron todo tipo de glorias y reconocimientos. Pero Álvaro ve que toda la mala fama se va desmoronando, aunque no entiende por qué la aventura ha sido razón de desprestigio en algunos casos: "Más en este país, cuando entramos de golpe en el Renacimiento por mérito propio al emprender la aventura de América", comenta. Aunque en los siglos XIX y XX quedáramos descolgados. "Después hemos vivido de espaldas a las ideas más modernas, desde la evolución de las especies hasta otras cosas que han sufrido también el hecho de que muchos de nuestros intelectuales y escritores de referencia, Ortega y Gasset o Pío Baroja, por ejemplo, miraran al paisaje de forma reaccionaria".
Incierta y desigual ha sido, pues, la relación de España con sus aventureros. Como incierto es también el futuro de Al filo de lo imposible, un programa que el propio Álvaro tampoco sabe dónde acabará. Puede que fuera de TVE: "Hasta el 31 de diciembre tengo el compromiso de quedarme en esta casa -asegura en su despacho-, después no hay nada claro". Así es para un programa que ha vencido ratings, audiencias y luchas encarnizadas contra modas y tendencias audiovisuales por una mera razón: "Lo que hacemos es real. Contamos como si fuera una película, con ritmo, tensión e intriga, una aventura que es de verdad". Por eso han sobrevivido hasta un presente en el que han logrado convertirse en algo que está en pleno auge: "El género documental ha pasado a ser la mejor garantía de televisión, algo indiscutible que la audiencia ve y demanda como producto de calidad".
Por eso, el final de este programa y de lo que Álvaro hace queda muy lejos, aunque no sabe si dentro de TVE o fuera del medio al que ha dedicado toda su carrera. Proyectos no les faltan. Algunos de ellos, recorrer China de Este a Oeste en moto, atravesar la frontera de ese país con Pakistán andando o sobrevolar en globo las cumbres de 8.000 metros. "Es lo que estamos preparando, pero no sabemos si saldrá o no". ¿Cuándo se lanzan? ¿En qué momento saben que pueden tirar adelante? "Cuando sabemos que cada nueva aventura o expedición que emprendemos nos va a hacer ir más allá", comenta Álvaro. Es decir, cuando rompen un poco más la barrera de lo imposible. "Nuestro programa siempre tiene que aportar algo más, otro logro".
Lo dicho es crucial, pero además deben transmitir ese sentido, esa fuerza que da llegar y vivir las experiencias que les colocan en lo que ellos llaman el filo. Son paradójicas. "Lo más terrible que te puede hacer vivir una montaña es no ser nada, estar a su merced, sentirte una hormiga. Y lo más glorioso, lo que más placer da es saber que puedes hacerlo, que puedes conquistarlo. Eso te hace ser consciente de que dominas tu vida, de que tienes el control. Que has visto todo en el límite, al borde, y lo has salvado".
Esas sensaciones las ha vivido Sebastián Álvaro cada vez que ha emprendido una expedición y ha conseguido volver a casa con todos sanos y salvos. Cada vez que ha escalado partes de cordilleras como los Andes, el Himalaya o los Alpes, cada vez que se ha sentido perdido en los desiertos o en los reflejos blancos e infinitos del polo, medio ahogado por los géiseres en Islandia, sintiendo el rugido amenazante y amedrantador de un alud o consciente de que caminar por un glaciar supone un riesgo alto de perderse y dejarse engullir bajo una sima insondable: "Esa sensación es todavía la que más miedo me produce, desde que caí una vez 25 metros hacia abajo. No quiere decir que no sepa vencerlo, dominarlo, pero lo tengo".
Sabe bien que hay que contar con el miedo, vigilarlo, digerirlo. Muchas veces, la precaución es la única armadura que nos salva. Aunque en el caso de Álvaro no sea un espíritu cauto lo que más les mueva a él y a los suyos. La esencia de un aventurero, para Álvaro, descansa en los rasgos que los definen: "Son, somos, ante todo, espíritus atormentados y libres".
Voluntades fuertes, pero conscientes de sus debilidades también. Al miedo, con el que hay que contar, lo vencen o lo dominan otras cosas como esa ansia de pisar aquellos lugares donde no mucha gente se ha plantado antes. La victoria de acceder a lo recóndito, a lo inexplorado. "Fue la razón fundamental que movía, en primer lugar, a quienes se lanzaron a demostrarnos que la Tierra era redonda, a los españoles que se embarcaron hacia América y Asia, y después, entre los siglos XIX y XX, a quienes quisieron descifrar todos esos espacios que quedaban en blanco en los mapas".
Fue el caso de aquellos espíritus pioneros que acompañaron a Ernest Shackleton hacia el incierto destino de sus expediciones antárticas con la mera llamada de un anuncio poco atrayente. El que decía: "Se buscan hombres para viaje peligroso. Salario reducido. Frío penetrante. Largos meses de completa oscuridad. Constante peligro. Dudoso regreso sano y salvo. En caso de éxito, honor y reconocimiento".
'25 aventuras al filo de lo imposible' será publicado por la editorial RBA.
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