_
_
_
_
Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Sexo en Nueva York

Antonio Caño

Cada escándalo sexual en Estados Unidos viene a confirmar a los ojos europeos el puritanismo de un país que es capaz de destituir a un gobernador por haber utilizado los servicios de una prostituta, pero ni se plantea la destitución de un presidente por el error de una guerra que está a punto de costarle 4.000 vidas. Planteado así, nada que objetar. La desproporción es tan descomunal que sobra toda explicación. Pero, como suele ocurrir, eso es sólo un ángulo de esta historia, que tiene más y más complejas interpretaciones.

Fuera de pequeñas faltas que no conllevan habitualmente procesamiento judicial, el gobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, no ha cometido más delito, por lo que se sabe hasta ahora, que el de pagar (mucho) por sexo. Eso ha sido suficiente como para que la oposición le amenazase con abrir un proceso de destitución (impeachment) si no renunciaba en 48 horas. Convencido de que sus propios compañeros de partido votarían contra él, Spitzer se fue.

El hecho de que el gobernador sea demócrata y la oposición republicana no tiene ningún valor en este caso porque hubiera ocurrido lo mismo a la inversa. La condena a Spitzer se extiende por todo el abanico imaginable de edades, razas, ideas o condición social.

El conflicto que aquí se plantea no es ideológico, es moral y, en cierta medida, político. Spitzer no es castigado por haber practicado sexo con una prostituta. No se castiga al cliente número 9, se castiga al político en el que los neoyorquinos habían depositado su confianza para acabar con el crimen y la corrupción. Nueva York no está escandalizada por la narración erótica de los informativos, está deprimida por la caída de un héroe.

Por lo general, cuando los europeos eligen a un cargo público saben que eligen a un ser humano, a un pecador, que si no está pecando ahora, ha pecado o pecará. Aquí no, aquí se eligen héroes. Spitzer ganó con más del 60% de los votos y era un adalid de rectitud y limpieza. Su voz hacía temblar a Wall Street, al crimen organizado y a las redes de prostitución tanto como el vuelo de Superman. Spitzer se había convertido en un héroe. Como un héroe fue en su día Rudy Giuliani.

Observar el actual panorama electoral norteamericano es como recorrer una galería de héroes. ¡Quién duda en reconocerle esa distinción a John McCain, el soldado capturado por el enemigo que prefirió el sufrimiento de la tortura antes que abandonar a sus compañeros! Heroica es también la trayectoria de Barack Obama, el joven negro surgido de la pobreza y la discriminación. Y, aun siendo la más mortal, también Hillary Clinton destaca como la heroína que soportó el acoso de la extrema derecha y salvó a su familia de la deshonra y el olvido.

Cualquier lector en Europa puede hacer el ejercicio de buscar entre sus políticos locales similares rasgos de heroísmo a ver si los encuentra. Aquí, desde Eisenhower, Kennedy o Reagan hasta el más modesto dirigente del condado presenta credenciales de divinidad. Por eso, luego no se le perdonan debilidades humanas. ¿Alguien puede imaginarse el shock que sufriría este país si mañana se supiese que Obama engaña a su mujer?

Ashley Alexandra Dupre, la prostituta relacionada con el gobernador de Nueva York.
Ashley Alexandra Dupre, la prostituta relacionada con el gobernador de Nueva York.REUTERS

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_