El otro camino del cine mexicano
El festival internacional de Guadalajara vive momentos de euforia
La imagen parece sacada de un viejo archivo, pero ocurrió hace unos días en un bulevar de Guadalajara, la tercera ciudad más importante de México. Ante una pantalla instalada al aire libre, mujeres, hombres y niños se agolpaban para ver una película. Se proyectaba El rey del barrio, uno de los títulos gloriosos de la Edad de Oro del cine mexicano. La comunión callejera devolvía por unos segundos la fe perdida: el cine, arte popular por excelencia del siglo XX, se resiste a su definitivo entierro en el siglo XXI.
La proyección forma parte de una de las actividades nocturnas del XXIII Festival Internacional de Cine de Guadalajara, que se clausura este fin de semana. Sólo es un gesto, una nostálgica evocación, pero en el cine mexicano, aunque no faltan las voces críticas, se respiran momentos de euforia. Más allá de los llamados Tres Amigos, esa santísima trinidad formada por Guillermo del Toro, Alfonso Cuarón y Alejandro González Iñárritu, punta del iceberg de una generación de cineastas curtidos entre mariachis y Hollywood, se habla de una nueva era, de una cantera de filmes y cineastas capaces de devolver a México el espejo donde mirarse.
Más allá de Del Toro, Cuarón e Iñárritu se habla de una nueva era
En 2007 se produjeron 74 largometrajes en México
"A México se le conoce en el mundo por sus muertos y por su buen cine. Pero es mejor no caer en estos impulsos", afirma Pablo Cruz. Responsable de Ambulantes (una gira de cine documental que recorre el país) y productor mexicano de la nueva película del español Agustín Díaz Yánes, Solo quiero caminar, para Cruz el nuevo cine mexicano es un puñado de buenos filmes y de buenos cineastas, "pero no una industria".
Cuentos rurales, dramas urbanos, tragicomedias y un buen número de documentales excepcionales. En Guadalajara, donde participan películas de toda America Latina, se proyectan 18 largometrajes mexicanos, 12 de ficción. Everardo González, miembro del jurado de documentales, fue premiado hace un año con Los ladrones viejos, una película asombrosa que recupera las "leyendas del artegio", historias de los delincuentes callejeros del DF de los años sesenta. A través de sus testimonios, el filme narra el giro social de un país a través de su lumpen. Dentro de la sección oficial se proyecta ¿Te acuerdas de Lago Tahoe?, de Fernando Eimbcke. "Rodamos la película en muy pocos días y con la cámara con la que Carlos Reygadas filmó Luz silenciosa", explica Eimbcke. Presupuesto mínimo, actores naturales y una historia de desamparo adolescente cargada de verdad: "El apoyo entre nosotros es real, existe mucha camaradería y es por puro sentido práctico. Es algo que todos debemos a los Tres Amigos, ellos se dieron cuenta de que el éxito del vecino siempre es beneficioso para uno mismo". Para Eimbcke, de 37 años, hay una película generacional (Y tú mamá también, de Cuarón) y dos cineastas que marcan el nuevo camino: "Reygadas es un abogado que no estudió cine; Iñárritu, viene de la publicidad... ellos rompen con los esquemas académicos".
Cuando se habla del nuevo cine mexicano se cita, entre otros a Eimbcke, a Amat Escalante (Sangre), a Gerardo Naranjo (Drama/Mex) o a Rodrigo Plá, el director de La zona, que presentó Desierto adentro.
Religión, ritos, muerte, desarraigo... el cine mexicano joven no niega su filiación y sus orígenes. Juan Carlos Martín, que se dio a conocer por un documental sobre el artista Gabriel Orozco, también ha presentado en Guadalajara su ópera prima de ficción, 40 días, una road movie rodada entre el DF y Nueva York con dinero de su bolsillo y con un equipo de 18 personas. Un viaje de una pareja y de su autodestructivo amigo gay del que no nos apeamos gracias a la hipnótica actuación de Andrés Almeida, actor, líder de una banda de cumbia electrónica, y otro hijo de Cuarón y su Y tú mamá también.
En cifras, el mapa actual del cine mexicano quedaría así: en 2007 se han producido 74 largometrajes y en 2006, 62. México concentra, con Argentina y Brasil, el 85% del mercado audiovisual de America Latina. Ir al cine es un lujo al que sólo accede el 15% de la población que puede permitirse comprar una entrada que cuesta 50 pesos. Hablamos de un país de más de 105 millones de habitantes, y una sala de Ciudad de México, Perisur, es la segunda del mundo (superada por otra de Bombay) que más entradas vende al año. El cine que se consume es, como en el resto del planeta, el de Hollywood y la distribución y la exhibición son, también como en el resto del planeta, el cuello de botella que ahoga al cine nacional.
A finales de la década de los noventa el cine mexicano tocó fondo y la estampida de directores, escritores y técnicos dispersó a sus creadores entre Europa y Hollywood. Lo que ocurre hoy se debe en gran medida a dos fondos gubernamentales (uno a películas de riesgo y otro a proyectos comerciales) y a una ley que permite los incentivos fiscales a la hora de producir cine. "Estamos viendo los primeros resultados de diez años de trabajo de una comunidad unida", señala Víctor Ugalde, cineasta, escritor y secretario ejecutivo del Fondo de Inversión y Estímulo al Cine. "En los noventa emigraron 200 cineastas al extranjero que buscaban su destino personal, pero aquí seguimos peleando por un destino colectivo. Este es un país rico en talento, sólo hay que garantizar el acceso a la expresión, y para eso se necesitan leyes: a los esfuerzos personales hay que sumarles apoyos estatales".
Para el director del festival, Jorge Sánchez Sosa, el cine mexicano, ya sea de ficción o documental, está logrando recuperar el sitio que nunca debió perder y Guadalajara es hoy un escaparate de esa vitalidad: "Quizá estamos ante una nueva hora de comunión con el imaginario colectivo, o ante la necesidad -y de ahí el auge del documental- de conocer la realidad, de limpiar el espejo y vernos las caras. Pero queda una pieza fundamental: que este cine que existe, viva".
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