Saborear vino a cuatro manos
El primer certamen de cata por parejas reúne a 170 participantes
El edificio gótico de la Llotja, encarado al puerto de Barcelona, fue ayer una hormigueante bodega en primera línea de mar. Las cerca de 2.300 copas expuestas no tardaron en perfumar el recinto medieval, para disfrute de los 84 dúos que acudieron al primer concurso de cata de vinos por parejas. La prueba, convocada por la distribuidora de vinos Vila Viniteca, pretendía dar a conocer el mundo del vino más allá de los profesionales y convirtió la degustación en un debate que entusiasmó, copa a copa, a los duetos concurrentes.
Eduardo, amante inexperto de los vinos, volteaba y revolteaba la copa antes de introducir su nariz. "La clave es el olor", explicó después. Pero ante las botellas sin etiqueta, su olfato anduvo algo perdido. Xavi, su pareja, gesticulaba y manoteaba mientras Eduardo negaba con la cabeza. El cuadro se repetía entre los concursantes: ojos cerrados, hocico al aire y la copa, indescifrable, bajo las fosas. Un rompecabezas con 12.000 euros de premio para el primer clasificado, que debía acertar desde el país hasta la añada y la marca de un total de siete vinos. "Es difícil, muy difícil", replicaban tanto los avezados como los más ingenuos. Concentrados, los participantes exhibían el rostro nervioso del alumno que se examina. "Quedan cinco minutos", avisó el jurado. Y entonces sí que Eduardo puso cara de perdido y apartó las copas, ocupado en rellenar el cuestionario.
"Era nuestra intención, que los inexpertos vivieran la experiencia de una cata", explicó Quim Vila, impulsor del certamen, antes de dar su consejo. "Lo más importante es la primera impresión, es una cuestión intuitiva". El instinto, ya complejo de por sí, puede ser delirante cuando se construye a cuatro manos. "Es la gracia del asunto", concluyó Vila. Y surtió efecto hasta en los más expertos. "Discutir ha sido lo más divertido", aseguró María José, recién llegada de Madrid y sumiller de un famoso casino madrileño. Su pareja, David, exportador de vinos, protestaba. "Hemos discutido, pero menos de lo que esperaba". Aun así, no lo veían claro. "Cuando acabas piensas que eres el rey, luego habremos metido la pata...", asentían divertidos.
Más serenos parecían Ferran Centelles y David Seijas, sumilleres de El Bulli, el restaurante de Ferran Adrià. "Estábamos bastante de acuerdo en todo", aseguraron. David, ganador del premio Nariz de Oro en 2006, intentaba descartarse como favorito. "Es muy difícil acertar", dijo entre el murmullo general.
Otro rumor extraño surgía de la parte trasera del edificio. Cruzado el territorio de los vinos, la parte trasera de La Llotja funcionó como colegio electoral. "Es otra cata muy distinta", bromeó una joven que insistía en certificar su probable fracaso. "Lo estamos comentando entre todos y cada uno ha puesto una cosa distinta", rió. Menos contento, Mauro, natural de la Toscana, se paseaba con una espina clavada. "Es un Tedesco, ¿verdad?", repetía agitando la séptima copa. Luca, su pareja, había insistido en que era otra cosa. "Sí, es un Tedesco", concluyó un corro de entendidos. "Cazzo", replicó Mauro, apurando su copa.
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