¡Santa Viagra!
No sé a qué vino tanto revuelo en su día por el hecho de que la Iglesia invirtiera las limosnas en Bolsa. Es una manera como otra cualquiera de interpretar el pasaje de los panes y los peces. Muy legítima, no seamos hipócritas. Ahora disponemos de nuevos datos. El hecho de que por parte del episcopado de Madrid unos 85.000 eurillos hayan ido a parar a un valor como Pfizer, que fabrica Viagra, pues oye, a mí tampoco me parece tan mal.
¿No se trata de procrear? ¿No se nos encaman los católicos con el noble propósito de alumbrar la Tierra con hijos de Dios? Pues, toma Viagra. Ya está. No se me ocurre nada mejor. ¿A qué viene tanto remilgo? Es toda una prueba de modernidad. Otra cosa es que el propio cardenal Rouco Varela lo haya utilizado como parte de la campaña que le ha devuelto a la presidencia de la Conferencia Episcopal. Eso sí que habría sido jugar sucio. Que les prometiera a los prelados pastillas a buen precio o, mira, no sé, ofertas de envío gratis a la sacristía con todas las garantías.
El caso es que a monseñor se le ve más sonriente. Con el gesto ése de gravedad y de portador de la cólera divina tan suyo bastante más relajado. Puede que sus inversiones en un medicamento tan jovial le hayan hecho ver la vida con otros ojos. Mira que si renuncia a convertirse en el relevo que los azuzahogueras necesitan en la calle para provocar mal rollo. Mira que si ahora que se ha largado Felipe Alcaraz, a Rouco se le han quitado las ganas de montar el pollo...
Pero no, qué coño. Lo que va a provocar el Viagra será más vigor para los orgasmos colectivos entre sus fieles. Las velas más encendidas que nunca. Como no creo que lo use para atentar contra el sexto mandamiento, lo harán para excitarse en esos autos de fe que montan en la Castellana, animados cada fin de fiesta por la guitarra churripanguera de Kiko Argüello.
Al parecer, la farmacéutica por la que han apostado los curas también fabrica anticonceptivos. Eso ya es más delicado. A no ser que estén jugando a hipótesis de futuro. Pensando en la niña de Rajoy o en esos cursos que organiza el PP en comandita con el Opus en los que enseñan a coser los bajos de un pantalón, a cocinar una tortilla de patatas de rechupete o hacer una compra baja en calorías para mantener el buen tipo.
Seguro que una asignatura así es la que planea Esperanza Aguirre para los niños madrileños en vez de Educación para la Ciudadanía. Ésa es otra. ¿O no? ¿O responde todo a una misma lógica siniestra? Mira que no me quiero emparanoiar con teorías absurdas de la conspiración. Pero con todos ellos dando la murga al tiempo no es tan fácil mantener la cabeza fría.
No sé por qué me da que la amiga de Gallardón está preparada para ofrecernos todo un espectáculo en la próxima legislatura. Ya se ha colocado en primera línea para convertir su feudo en una reserva espiritual de Occidente. Para eso necesita un Madrid empequeñecido, raquítico, cerrado en sí mismo, inhóspito, agobiante. Convertir nuestra abierta Comunidad en una especie de búnker donde sólo caben los más cerriles.
Miedo me da todo lo que se prepara con vistas al Dos de Mayo. La mujer está decidida a identificarse como una posmoderna Agustina de Aragón. A meternos en batallas a cañonazos si no le dan pronto el caramelo que reclama, que es el liderazgo de su partido. No hay nada que se le ponga delante: ni médicos, ni abortistas, nada que huela a avance y a progreso. La última cruzada, ya ven, le ha hecho sacar el trabuco para entrar en los colegios. Pero, ¡Dios mío! Apruebes lo del Viagra o no, ¿qué hemos hecho para que nos castigues así?
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