Ciudadanos
Parece que los seres humanos descienden del mono. Es verdad que la ciencia lleva muchos años afirmándolo, pero también es muy posible que un ponente del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía me replique que tal vez fue Dios quien creó al hombre con un poco de barro y que después le quitó una costilla para crear a la mujer. Parece que los seres humanos se encargan ellos mismos de reproducirse a través de la cópula sexual, aunque tal vez un ponente del Tribunal Superior de Andalucía sentencie que es posible quedarse embarazada sin mantener relaciones sexuales, como ocurrió hace ya más de 2000 años en esa extraña familia que escogió Dios para hacerse hombre. Vete a saber, yo no niego nada por disparatado que parezca, respeto el derecho de cada uno a creer lo que quiera, incluso que tres personas distintas forman un solo Dios verdadero, y que Dios es a la vez padre, niño y paloma. Que cada uno piense en su casa lo que le dé la gana, faltaría más. En mi casa voy siempre junto a la pared izquierda del pasillo y enciendo o apago la luz cuando me apetece. Soy del Granada Club de Fútbol y del Real Madrid, me gustan Quique González e Ismael Serrano, y disfruto comiendo huevos fritos con patatas. Cuando salgo a la calle, sin embargo, debo reprimirme para no atropellar a nadie. No rompo las bombillas del alumbrado público, saludo a los partidarios del Granada 74 y del Barcelona, y no me empeño en que se cierren las hamburgueserías de la ciudad. Conduzco por la derecha y me paro en los semáforos. Organizar una sociedad es un asunto complicado, porque los individuos necesitan salir de sus casas y relacionarse entre sí.
Por eso se inventó la figura del ciudadano. Cada ser humano que desciende del mono borra las curiosidades de su propia identidad y se convierte en un personaje abstracto, igual en derechos y deberes al resto de los individuos. La operación no siempre es fácil, confieso que a mí, por ejemplo, me cuesta trabajo borrar mi identidad hasta el punto de respetar a los partidarios del Fútbol Club Barcelona y de la Conferencia Episcopal. A otros les cuesta mucho trabajo borrar un poco sus condición de trabajadores explotados, homosexuales humillados o mujeres ninguneadas por el machismo. Pero todos hacemos un esfuerzo para convivir y mejorar. A la hora de defender la objeción de conciencia, se trata de saber hasta dónde puedo llegar yo y hasta dónde puede llegar la sociedad cuando se defienden y se borran identidades en la elaboración de ese personaje abstracto que se llama ciudadano, y que no desciende del mono sino de la política. No está creado para comer, reproducirse y morir, sino para convivir con los demás. La cuestión no siempre resulta sencilla, no conviene echar las campanas al vuelo a la hora de criticar las objeciones de conciencia. ¿Qué sería de mí si un día el partido en el gobierno decretase la afiliación obligatoria al Barcelona? Pero sí podemos aspirar a definir con claridad un campo de juego, y merece la pena poner en claro algunas cosas. En primer lugar, los espacios públicos deben ser neutros para que todo el mundo quepa en ellos. En segundo lugar, una Constitución no es un libro sagrado, sino un texto cívico, por lo que no conviene que los credos particulares se adueñen de ella a su antojo con interpretaciones sesgadas. En tercer lugar, los profesores públicos y los jueces deben respetar las leyes aprobadas por gobiernos democráticos siempre que no atenten contra la dignidad humana. En cuarto lugar, una asignatura de educación para la ciudadanía no atenta contra la dignidad humana cuando enseña que todos los ciudadanos merecen respeto, sea cual sea su condición sexual, económica, religiosa, política o racial. En quinto lugar, una sociedad no puede permitirse que su Tribunal Superior de Justicia caiga en manos de una organización religiosa parademocrática.
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