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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ahmadineyad en Irak

El líder iraní recibe en Bagdad la más calurosa bienvenida ante los ojos de Washington

El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, concluyó el lunes en Bagdad una visita oficial de dos días, de Estado islámico chií a Estado islámico chií en ciernes, que casi todo el mundo habría creído imposible por el enfrentamiento entre Teherán y Washington, cuyo contingente militar en Irak es el mejor sostén del Gobierno de Nuri al Maliki. Y también el lunes, el Consejo de Seguridad, espoleado por Washington, aprobaba una tercera ronda, aunque modesta, de sanciones contra Irán, por no dejar de enriquecer uranio, proceso necesario para fabricar el arma nuclear, propósito que Irán desmiente.

Lo que Ahmadineyad ha estado diciendo tácitamente en esos dos días de calurosísima bienvenida y puertas abiertas -en contraste con la última visita del presidente Bush a Irak, que fue un visto y no visto de seguridad e incógnito-, es que sin Teherán no es posible que haya paz en Oriente Próximo, y que su país sólo está dispuesto a aceptar un Estado de dominación chií en la zona. Una geopolítica utilitaria debería casi hermanar a Washington y Teherán. Estados Unidos acabó con el régimen talibán de Kabul, tutelado por Pakistán, que es el gran rival de Irán en Asia central; destruyó el Irak de Sadam Husein, con quien Teherán libró una cruentísima guerra de 1980 a 1988; y hoy combate a Al Qaeda, la red terrorista suní a la que separa del régimen de los ayatolás su diferente rama del islam, y el terrorismo internacional indiscriminado, que Irán siempre ha condenado. Pero todo ello palidece ante el conflicto árabe-israelí, en el que Washington apuesta por la supremacía sionista e Irán abomina de la ocupación israelí de Palestina.

En una política exterior cuyo patrón resulta difícil de adivinar, Washington permitió que se hiciera público en diciembre un informe de sus servicios de inteligencia, según el cual Irán abandonó en 2003 la idea de producir el arma atómica, y cabe presumir que sin su anuencia no habría habido visita de Ahmadineyad, pero no por ello renuncia a cercar a Teherán con más sanciones. Estados Unidos e Irán tienen, sin embargo, demasiados intereses en común para que se puedan ignorar indefinidamente. Y el mundo respiraría aliviado si ambas potencias fueran capaces de iniciar un diálogo, quizá en la próxima presidencia de EE UU, para estabilizar Oriente Próximo.

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