Jaime Rosales, en el bosque de ETA
El director de 'La soledad' lleva al cine el último atentado de la banda en Capbreton
El pasado 2 de diciembre, domingo, Jaime Rosales leyó en el periódico una noticia que le aturdió. Tres etarras habían matado la mañana anterior a dos guardias civiles (Fernando Trapero y Raúl Centeno) tras un encuentro accidental en una cafetería en Capbreton, en la región francesa de Las Landas. "Me perturbó mucho. No era como los demás atentados, en realidad no era un atentado, sino un encuentro fortuito, evitable, y a la vez terrorífico". Vio que allí había una película, que tenía que ver con cosas que le rondaban por la cabeza, y escribió la semana siguiente el guión de Un tiro en la cabeza, que a día de hoy es su tercer largometraje.
"Es bonito y duro ver a la gente a través de ventanas y no escucharla"
Jaime Rosales (Barcelona, 1970) volcó en esta película todo lo que sentía: "Me vi muy concernido. Vivo en España, y eran policías españoles. Y además enseguida atisbé la forma del filme. No puedo empezar una película sin tener clara su forma. En Un tiro en la cabeza todo está rodado con teleobjetivos, de lejos y no se escuchan los diálogos".
Como parte de este proceso de cine-guerrilla, Rosales decidió filmar en San Sebastián, con actores neófitos; más aún, con un protagonista, Ion Arretxe ("sin él no la hubiera hecho"), que en realidad es un veterano director artístico y diseñador de producción que ya colaboró con el cineasta en La soledad y que repite esa labor en este filme. "Empecé a rodar dos días antes de los Goya y continúe las dos semanas siguientes. Todo en 14 días. En total, éramos 11 en el equipo. Hay algunos papelitos para ayudantes de producción, y hasta el fotofija es otro de los protagonistas".
Esta apuesta por una película en la que los personajes charlan, pero en la que el espectador no oye lo que dicen -una opción tan arriesgada como la polivisión que desarrolló en La soledad-, refleja la manera de pensar de Jaime Rosales: "La gente habla mucho y, sin embargo, no escucha. La película tiene muchas lecturas y la política, para mí, es que todos los partidos intentan convencer al otro, pero nadie escucha. Hoy en día no tiene tanto sentido hablar de defender a un bando u otro. Hay problemas que hay que resolver entre todos. No se trata de echar culpas a los otros. Si se quiere derrotar al terrorismo, no llegaremos a una solución; si el terrorismo quiere vencer a la democracia, tampoco podrá. Si todos vivimos en compartimentos estancos, nada se resolverá. Esto se soluciona escuchando".
Durante una hora, el filme muestra la vida absolutamente normal de un tipo que está solo, que cruza sus soledades con otros solitarios. "Este etarra va a la oficina, se encuentra en el parque con su hermana y su sobrino, que en una fiesta liga con una chica... Una cosa muy cotidiana, en la que un día monta en un coche con dos tipos más con los que va a una cafetería y allí desayuna, y de repente [a lo largo de los últimos 20 minutos del metraje] se cruza con los dos policías. Por supuesto, esta vida es pura ficción, tampoco he sido escrupulosamente fiel a los hechos. Únicamente quería mantener una estructura dramática que fuera apabullante. Se encuentran los cinco en un momento de fatalidad, y también de supervivencia, provocado por una situación absurda que lo engloba todo. Es también muy interesante psicológicamente: he hablado mucho con la gente allí y un terrorista no es un psicópata sádico. Este tipo es normal y, al mismo tiempo, ejerce una violencia terrible e injustificable que destroza varias familias".
Mientras Rosales recibía los parabienes de los premios de la Academia (ganó en las categorías de mejor película, mejor director y mejor actor revelación), rodaba Un tiro en la cabeza por toda la ciudad de San Sebastián (22 de las 30 escenas del filme) y en Las Landas (las ocho restantes), con permisos "aunque muy discretamente". El pasado lunes ya pudo ver el resultado: "Después de la proyección del premontaje, estoy encantado. No pensaba que iba a ser tan fuerte el momento del atentado, y, a su vez, es un trabajo muy bonito y muy duro en ese mirar a la gente a través de ventanas, por ejemplo, y no escucharlas. Que no haya sonido te permite radiografiar la psicología. Nunca se ha filmado así: Un tiro en la cabeza va a ser importante".
¿Lo suficiente para concursar en Cannes? En un mes, el laboratorio habrá acabado toda la labor de posproducción y Un tiro en la cabeza estará terminada a tiempo para un festival al que Rosales ha acudido con sus anteriores películas. "No sé, no sé", sonríe enigmático.
A pesar del "enroque actual" en el País Vasco, Rosales es muy optimista: "Creo en el ser humano. A veces cogemos caminos equivocados y tenemos que deshacer una parte de lo andado y retomar el sendero bueno, con éste y otros problemas. Espero que la película contribuya a esta toma de conciencia".
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