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Reportaje:MUSULMANAS

Más allá del velo

Jesús Rodríguez

Debajo de cada velo hay una cabeza. Centenares de miles en España. Todas son diferentes. Aunque nos empeñemos en verlas iguales. Unas son de mujeres que llegaron de lejos rompiendo con el pasado; otras nacieron aquí de padres cristianos o musulmanes, estudiaron en colegios españoles y un día decidieron abrazar la religión de Mahoma. Unas se criaron en profundas aldeas del Rif o Pakistán; otras, en capitales europeas. Unas emigraron para sobrevivir; otras, en busca de un horizonte de libertad. Algunas son universitarias. Abundan las que apenas saben leer y escribir. Unas siguieron mansamente al marido en su travesía y reprodujeron en España el microcosmos patriarcal de su sociedad de origen; otras lograron escapar a él. Unas vinieron solas, con un proyecto personal de vida. Eran viudas o divorciadas. Otras arrastraron tras ellas a un puñado de hijos que ya son españoles. Unas trabajan muy duro; otras viven encerradas. Unas son estrictas practicantes del islam, alérgicas a rozarse con un varón que no sea de su familia, de vuelta a casa en cuanto cae el sol; otras atraviesan a diario el Raval de Barcelona cruzándose con los espectrales yonkis y prostitutas de la calle Robadors sin pestañear. Y se consideran buenas creyentes. Si soy o no soy buena musulmana, sólo lo sabemos Dios y yo, dice una de ellas.

Formas diferentes de entender el islam. Como la distancia que separa a Fátima Taleb, una mediadora intercultural de Badalona, que recibe al periodista con el brazo estirado y la mano rígida para evitar la mínima posibilidad de un contacto físico, de Huma Jamshed, líder de las mujeres paquistaníes en Barcelona, que casi se tropieza en su precipitado intento de dar dos besos a los periodistas como muestra de fraternidad. Fátima y Huma son la imagen de que cada velo es un mundo.

Son mujeres y son musulmanas. En torno a medio millón en España. Algo menos de la mitad del millón largo de musulmanes que se calcula viven en nuestro país. De las in¬migrantes marroquíes a las conversas que apostaron por el islam ya en los setenta procedentes de la izquierda. De las estudiantes universitarias becadas a las españolas de origen árabe. Sin olvidar a las miles de musulmanas de Ceuta y Melilla. A todas las une el islam. Hoy intentan descubrir su camino sin renunciar a su religión. Las que aparecen en este reportaje afirman que llevan el velo, el hiyab, por decisión propia. Por convicción. Como bandera de su origen y religión. De su feminismo. Un peldaño más abajo, las mujeres más humildes, las inmigrantes económicas del Magreb, ni se lo plantean; nadie les preguntó nunca. No conciben salir a la calle sin velo por respeto al varón, a la familia, a la tradición. Sin él estaría como desnuda. Militantes u oprimidas, todas pagan un precio. Se sienten observadas, vigiladas e incomprendidas. Obligadas a justificarse. Marginadas en el mercado laboral. No lo tienen fácil. En este país aún es duro llevar el pañuelo, dicen. Unas cuantas están dispuestas a luchar por su identidad. Por una sociedad multicultural. Y tirar del resto.

Si el 11 de septiembre de 2001, y la posterior invasión de Afganistán e Irak, provocó en muchos musulmanes una ruptura con Occidente, la necesidad de reafirmarse en su religión y la popularización del hijab entre las jóvenes (muchas veces en contra de la opinión de sus padres), la matanza del 11 de marzo de 2004 cambió de golpe la vida de las hermanas Adlbi. Nada más producirse el atentado, Sirin, Yamám y Salam, antropóloga, diseñadora gráfica y pedagoga, entre 20 y 25 años, nacidas en Madrid de padres universitarios sirios, buenas estudiantes en colegios de monjas y piadosas musulmanas, se liaron sus pañuelos a la cabeza y se dirigieron a Atocha. No lo pensamos. Reunimos un grupo de amigos, éramos 60, todos españoles y musulmanes; nacidos aquí. Estábamos tristes, decepcionados, engañados. No nos entraba en la cabeza que alguien matara en nombre de nuestra religión. Hicimos una pancarta que decía: La barbarie no tiene religión, ni cultura, ni raza. Era muy duro estar esa tarde en Atocha con velo. Ya se rumoreaba que no había sido ETA. Que eran los islamistas. Algunos de nosotros no se lo querían creer. Teníamos miedo. Cuando llegamos, la gente comenzó a murmurar. Nos miraban mal. Alguien gritó algo. Y de pronto, una mujer empezó a aplaudirnos. Y detrás de ella otros. Me puse a llorar. Y no podía parar.

Aquella tarde nació la Asociación de Jóvenes Musulmanes, un grupo de universitarios musulmanes españoles capitaneado por mujeres, obstinado en derribar barreras entre las dos comunidades y tender puentes. Las hermanas Adlbi se reúnen cada semana con un grupo de mujeres en la mezquita madrileña de la M-30; se autogestionan; no tienen detrás un estricto imán que las aleccione; no están financiadas por la rigorista Arabia Saudí, como la mayoría de las instituciones islámicas (más de 1.500 mezquitas y centenares de centros islámicos en todo el mundo pagados a golpe de petrodólar). Van por libre. Somos independientes, luego pobres. Entrevistarse con ellas supone someterse a una esgrima dialéctica. Detrás de su frágil apariencia, las Adlbi son duras. Cuestionan todo. Defienden su religión a muerte. En especial, Salam, de 23 años, que trabaja en un doctorado en pedagogía en la Universidad Complutense: No es fácil ser musulmana en España; la sociedad te rechaza y tú intentas sobrevivir. En cuanto te ven con velo, inmediatamente piensan que eres inmigrante, no sabes el idioma, eres analfabeta y tu marido te maltrata y obliga a ir tapada. Y te discriminan. No exagero, he nacido aquí y lo sé. Mi padre, que es un fiel musulmán, no me dejaba llevarlo, no quería que me buscara problemas. A los 18 años decidí ponérmelo.

¿Por qué?

Significaba mi compromiso con la religión. Un mensaje para mí y para la sociedad. Yo exijo que se me valore por lo que soy. Y afirmar ante la sociedad que la religión es un compromiso para todos los días. Tuve muchos años para pensármelo. Mejor. Porque si no te lo crees, si te lo imponen, es muy difícil aguantar. Algunas se lo quitan. Y las comprendo. Mi hermana Yamám trabaja en una empresa de diseño gráfico y nunca la ponen en relación con clientes por el velo; la tienen escondida.

No todas las jóvenes musulmanas son de la misma opinión. Mekia Nedjar, una estudiante argelina de doctorado de estudios árabes y traductora en Alcalá de Henares (Madrid), afirma que en España, una sociedad occidental y laica, he tenido fuerza y libertad para elegir lo que quería. Aquí entendí el velo. En Argelia era lo normal. Lo llevaba la gente en la universidad sin saber muy bien por qué. Bueno, a partir de los noventa, las cosas comenzaron a cambiar. Pero aquí nadie me obliga y he tenido un reencuentro con mi esencia. Me lo quité durante una temporada para probar y me sentí mal. Me lo puse y renací.

Ana Planet, profesora de la Universidad Autónoma y una de las grandes especialistas del mundo árabe en nuestro país, compara a las hermanas Adlbi y su grupo de musulmanas con los movimientos cristianos de base: Se dedican a alfabetizar a mujeres; montan campamentos para niños, se reúnen, debaten, escriben, luchan por la libertad de género. Son muy combativas. Y al mismo tiempo, muy religiosas. Nunca se casarían con un no musulmán. Son españolas y saben que la Constitución las protege.

Forman parte de esa nueva generación que quiere construir un islam a la medida de España. El islam de un país democrático, no de una dictadura árabe. Basado en la libertad individual y la igualdad de derechos, no maquillado por rancias costumbres tribales. Para conseguirlo necesitamos que no nos machaquen; las musulmanas, sobre todo las que tienen menos cultura, se deben enterar de que en el islam no hay nada que las oprima, que es todo una invención machista, que no se deben sentir discriminadas. Que no son ciudadanas de segunda a causa de la religión. Viven en una sociedad democrática. Y en paralelo, se tienen que sentir apoyadas por la sociedad de acogida. ¡Que no las machaquen aquí y allí!, afirma, desde París, Ndye Andújar, musulmana conversa, profesora, politóloga y una de las acuñadoras del feminismo islámico.

¿El islam no discrimina a la mujer?

No hay ninguna incompatibilidad entre islam y derechos humanos. El Corán se ha interpretado siempre de forma machista. Hay que volver a las fuentes. Acabar con las interpretaciones patriarcales de esos juristas que han fabricado un islam a conveniencia de los hombres y los imanes analfabetos que las han pregonado. Hay que dinamizar y adaptar esa jurisprudencia desfasada hace siglos a nuestra realidad. Y luego, las autoridades españolas tienen que echar una mano. Tras la reagrupación familiar, la mujer debe obtener automáticamente un permiso de trabajo. No puede ser que lleguen aquí, se queden paradas y el marido las confine en casa. La falta de permiso de trabajo es un chantaje para que la musulmana dependa del marido y agonice en su hogar, y pierda la poca autoestima que le queda, y reproduzca los roles patriarcales del país de origen, y eduque a las hijas en el sexismo.

Esas olas de feminismo islámico están llegando a España principalmente desde Marruecos. En torno al 70% de las musulmanas que viven en España son de esa nacionalidad. El referente es Nadia Yassine, de 49 años, hija del fundador del movimiento islámico Justicia y Caridad, Abdessalam Yassine, represaliado por el régimen marroquí por sus críticas al rey Mohamed VI. Nadia Yassine, que comenzó a usar el hiyab a los 24 años y ha pasado por la cárcel, aboga por volver a las fuentes del islam y crear un feminismo diferente al occidental, al que acusa de fatalmente materialista. Su impulso político es evidente entre las universitarias musulmanas más piadosas.

Por ejemplo, Fátima Taleb, de 32 años, nacida en Marruecos, que vive en Badalona hace 10. Fátima es mediadora intercultural y ha sido profesora de árabe y secretaria de la asociación cultural Amics, una organización dedicada a la integración de inmigrantes magrebíes, cuyo líder, Taoufik Cheddadi, fue detenido en 2005 y 2007 por pre¬¬¬sunta cola¬boración de él y su asociación con grupos terroristas islámicos. Ella niega ninguna relación. Aún no nos explicamos por qué nos tomaron por terroristas; yo creo que las autoridades españolas no saben cómo tratar el tema is¬lámico. Y ante la menor duda, cortan por lo sano.

Fátima Taleb es una musulmana rigorista, reivindicativa y agradable. Con el velo negro soldado al cuero cabelludo. Lleva vaqueros y unas bonitas deportivas. Extiende la mano con frialdad. Familiaridades, las justas. Relación con los hombres, nulas fuera del matrimonio. Cuando llegas a una sociedad occidental sufres un desgarro; lo único que te queda es la religión, y eso te hace reflexionar y te agarras a ella. Es tu refugio. Fátima no se salta ni un pilar del islam, pero defiende el divorcio, la sexualidad con amor, la igualdad hombre-mujer, el total acceso a la educación y la recuperación de los míticos derechos históricos de la mujer musulmana. Los hombres mienten en nombre del islam. Y si eres analfabeta es más fácil que te manipulen. Te dicen: No puedes salir de casa por¬que va contra el Corán. Y te lo tragas. Yo luché por divorciarme. Y lo conseguí. Hay que leer y estudiar. Los radicales y terroristas no tienen ningún conocimiento del Corán. Funciona el boca a boca. Y yo creo que la mujer debe satisfacer al hombre, y viceversa. Soy feminista, pero a mi manera; no creo en el feminismo occidental, no tengo nada contra los hombres. Si mi marido me dice que no vaya a un bar, no voy, pero él tendrá que cumplir otras obligaciones. Todo está en el Corán, mi libertad, todos mis derechos. Y si los recupero no necesito más.

El debate entre las feministas musulmanas está servido. Según Said Kirlani, presidente de la Asociación de Estudiantes Marro¬quíes, se está hablando mucho de transición política en Marruecos, pero de lo que apenas se habla es de la transformación que se está produciendo en torno a los derechos de la mujer. El cambio de la Mudawana ha sido un paso de gigante para la modernización de nuestra sociedad. La Mudawana, un conjunto de leyes civiles-religiosas, en vigor en Marruecos desde la independencia, ha convertido durante medio siglo a la mujer en una ciudadana de segunda, otorgando al varón el derecho al repudio, el divorcio, la poligamia y la tutela legal de los hijos, además de reglamentar la obligación de la fidelidad y obediencia de la esposa al marido. Ese siniestro código de familia, equivalente al que rige los destinos de las mujeres en muchos países musulmanes, desde Pakistán hasta las monarquías del Golfo, basado en el Corán y la tradición colonial, fue sustituido en Marruecos en 2004 por una nueva legislación que otorga por primera vez derechos civiles a la mujer marroquí. Ha habido un importante proceso legal en Marruecos, pero no tanto un cambio real, explica Ana Planet, profesora de la Universidad Autónoma. El cambio de las leyes ha venido muy bien a las mujeres emancipadas, a las solteras, a las que trabajan; pero el resto se ha quedado como estaba. La ley ha cambiado, pero ellas no se han enterado; sobre todo en los medios rurales y, lógicamente, en la inmigración.

Maryam y Naima luchan a diario por informar a sus compatriotas de sus recién adquiridos derechos civiles a través de Red de Mujeres de Atime (Asociación de Inmigrantes y Trabajadores Marroquíes en España). Son dos mujeres grandes, guapas, sonrientes, a las que nadie ha regalado nada. Maryam y Aima no llevan pañuelo. Van vestidas de Zara. Mariam Beyuki es la única mujer en la directiva de Atime. Y su secretaria general. Llevo 10 años en España, y he tenido que demostrar lo que valgo diez veces más que un tío, relata con rabia. En Marruecos vivimos un momento importante para la mujer. La reforma de la Mudawana es una conquista. Y nosotras explicamos a las que viven aquí que sus derechos han cambiado.

¿Cuál es el perfil de las marroquíes que viven en España?

Son principalmente mujeres que han venido siguiendo al marido con la reagrupación familiar. Carecen de independencia económica y repiten en España los roles del patriarcado. Les enseñamos el idioma, les hablamos de planificación familiar, sacamos a la luz malos tratos. El hombre se resiste a los cambios; pero como tienen muchos hijos, termina transigiendo en el tema laboral porque se necesita el dinero. El servicio doméstico es el pasaje obligatorio de estas mujeres. Para trabajar en un supermercado les obligan a quitarse el velo. Muchas no quieren. Prefieren quedarse en casa. Pero otras se lo quitan y se ponen una faldita. El hombre aún se niega a que trabajen en hostelería. Como se niega a que entren a un bar o fumen. En realidad es la familia, el grupo, el que mantiene el control sobre la moral de la mujer. La clave del cambio es que la mujer trabaje. No se trata de arrebatarles sus tradiciones, porque la integración se debe basar en la identidad plural. Deben mantener su cultura, su tradición, su religión, pero bajo el referente de los derechos humanos.

En esa línea, las jóvenes intelectuales del islam en España abogan por una religión donde el sexo busca el placer y no estrictamente la procreación. La poligamia es algo del pasado. Los malos tratos y la violencia están proscritos; el divorcio no es monopolio del varón; los matrimonios pactados son ilícitos, y nadie puede obligar a la mujer a que cubra su cuerpo en contra de su voluntad. La anticoncepción y el aborto no están prohibidos. Sobre el papel, una gran conquista para la mujer. Complicado hacerlo realidad.

No es fácil conseguir que ese mensaje renovador cale entre las mujeres menos favorecidas. Muchas musulmanas viven como en sus aldeas de origen: vestidas con atuendos tradicionales, inactivas, incomunicadas, con miedo. Con mucho miedo. A lo de dentro y a lo de fuera. A una sociedad que desconocen y cuyo idioma no entienden. Al qué dirán. Al código de honor. A las miradas curiosas de los vecinos. Reunirse con una docena de ellas, procedentes del norte de Marruecos, analfabetas, cargadas de hijos y afin¬¬¬cadas en la sierra oeste de Madrid, supone toparse con un muro infranqueable. Sus maridos no saben que están reunidas, menos aún que están hablando con un hombre. Una se atreve a alabar tímidamente la planificación familiar en este país. Tiene 37 años y ocho hijos. Es guapa, con cara de cría. Viste de negro hasta las cejas. Quiere hacerse una ligadura de trompas. Aunque el que en realidad tenía que hacérsela es mi marido. Estallan las primeras carcajadas de la asamblea.

De Madrid a Barcelona. No corren buenos tiempos en el Raval. Tras la detención de un grupo de presuntos terroristas islamistas paquistaníes organizados en torno a varios oratorios del barrio, la población musulmana del barrio se ha replegado. En el distrito barcelonés de Ciutat Vella viven unos 20.000 paquistaníes. Comenzaron a llegar a España en 1972 para trabajar en las minas de La Rioja. Muchos recalaron en los barrios más deteriorados de Barcelona. La reagrupación familiar hizo el resto. Treinta años más tarde, la comunidad paquistaní es, posiblemente, la más hermética de nuestro país. Y la situación de muchas de sus mujeres, dramática. Huma Jamshed lucha en solitario por su dignidad y su integración. El 70% quieren ser como yo: modernas. Pero tienen miedo de ser expulsadas del grupo. Y eso es duro para un inmigrante.

Huma avanza como un ciclón por el Raval. Es una mujer sin miedo; no teme ni a los imanes extremistas de la calle Hospital, y menos aún al que dirán. Sabe que algunos amigos paquistaníes de su marido la llaman puta. Si tengo sed, entro en un bar; si tengo que atajar, paso por donde las prostitutas. Huma se ha puesto hoy aquel conjuntito beis de chaqueta y pantalón que compró en Zara hace 10 años para ir a una boda. Fue su primer atuendo occidental. Luego vino el vaquero. No lleva velo. Sólo para rezar. La religión es algo más intenso entre Dios y tú que un velo. Huma se define como moderna en la calle y musulmana tradicional en casa. Mi marido me deja trabajar en la asociación porque sabe que tengo la casa limpia, la comida hecha, los niños cuidados y soy una buena musulmana.

Huma es licenciada en químicas por la Universidad de Karachi y dirige la Asociación Cultural-Educativa y Social-Operativa de Mujeres Paquistaníes, por la que pasan 800 mujeres al año, a las que asesora en asuntos legales, procura que aprendan el idioma y relaciona con otras mujeres a través de fiestas y actividades culturales. El retrato que hace de las paquistaníes en Cataluña (pueden ser más de 20.000) es desolador: Pobres, sin derechos; pasivas. Engañadas. Sus niñas están destinadas a matrimonios pactados. Una situación aún peor que en Pakistán, porque están más aisladas. No van ni al oratorio porque no hay sitio para ellas. Y lo que es peor, no añoran la libertad porque nunca la han tenido. ¿La solución? Salir, luchar, trabajar. Integrarnos en esta sociedad. El final de la conversación con Huma termina con un gusto agridulce: No sé, quizá sea una batalla perdida. ¿Quién me dice que cuando a mi hija de 16 años le llegue el momento de casarse no intentaré negociarle un buen matrimonio? Otra cosa es que ella, que ha crecido aquí, vaya a tragar. Y entonces a lo mejor las cosas comienzan a cambiar.

Regresar supondría el fracaso. Acabar con su última esperanza. Han parido aquí a sus hijos. Esa segunda generación que odia ser identificada por ese nombre nos gustaría que nos llamaran, simplemente, españoles. Se habla de unos 200.000 chicos y chicas musulmanes en España. Saben el idioma y están entrando en la universidad. Es difícil saber qué camino elegirán cuando llegue su momento. Si se repetirá la tragedia de los hijos de los inmigrantes en Francia: ni franceses, ni magrebíes. En guerra con un sistema que desde 2004 prohíbe el velo en las escuelas francesas.

Para Sefira, una filóloga argelina que llegó a España hace 30 años, que no lleva pañuelo y maneja un islam más cultural que religioso, el error de los franceses con la ley del velo ha sido impresionante. Si un padre musulmán obliga a su hija a llevar el velo y el colegio dice que no, lo primero que hace el padre es sacarla de allí y mandarla de vuelta a Marruecos. Una tragedia. Porque si esa niña está escolarizada, aunque sea con velo, adquirirá un nivel cultural, y es más fácil que escape a este mundo que si está en una aldea de Marruecos casada con su primo.

No se van a marchar. Y menos aún las musulmanas españolas, que, al contrario de sus correligionarias de otros orígenes, no tienen adónde ir: Somos de aquí. Hay gente en este país que aún identifica español con cristiano. Se empeñan en compararme con una saudí. ¿Pero por qué no me comparan con una de Cuenca? Yo soy tan española como la de Castilla, desafía Fátima Hamed, de 29 años, abogada y diputada de la Asamblea de Ceuta por la coalición Unión Democrática Ceutí (una formación política de mayoría musulmana que ocupa un tercio de los escaños de la ciudad). Velo negro, maquillaje chispeante, vaqueros y botas de tacón de aguja. Sonrisa permanente. Rapidez en las respuestas. Fati es la primera mujer que accede con hiyab a la Asamblea de la ciudad. Es un icono. A su pesar. En la comunidad cristiana de Ceuta, muchos observan con recelo el ascenso demográfico (el 80% de los nacimientos son de familias musulmanas) de sus convecinos moros. Tradicionalmente, ciudadanos de tercera. Hoy, a las puertas del poder. Soy musulmana, pero no soy conservadora, analfabeta ni estoy oprimida. Soy de izquierdas y progresista. Soy española. Y llevo velo.

Porque soy musulmana.

Los dos periodistas han llegado a Ceuta en busca de una fotografía: una diputada musulmana de izquierdas, Fátima Hamed, con velo, frente a una diputada musulmana de derechas, Rabea Mohamed, del PP, sin velo. Reflejaría tópicamente los dos extremos del islam. La realidad es tozuda. Las diferencias entre Fátima y Rabea se limitan al pañuelo. El resto es calcado. Las dos se consideran españolas por los cuatro costados, son de la misma generación, han nacido en los mismos barrios y tienen el mismo origen social y familiar (sus abuelos formaron parte del ejército de Franco). Las dos han estudiado una carrera universitaria, trabajan, están casadas y tienen hijos. A ninguna le impusieron el velo. Las dos creen en la igualdad de la mujer. Las dos proceden del movimiento vecinal. Las dos son musulmanas sin aspavientos. Las dos practican. Las dos están con¬tra la prohibición del velo en Francia. Y las dos están convencidas de que en Ceuta los musulmanes siempre han sido los pobres y marginados de la sociedad. Sólo hay que pasearse por el barrio del Príncipe o por Benzú. Y hay que acabar con eso. Que el fracaso escolar entre los musulmanes duplica el de los cristianos (un hecho similar al que se vive en Melilla). Y la educación es el único camino que un día hará libres a esos jóvenes españoles que rezan a Alá. Para terminar, las dos son feministas.

El tibio movimiento feminista islámico comenzó a andar en nuestro país en los noventa con el nacimiento de dos asociaciones de mujeres, An-Nisa, en Madrid, e Inshallah, en Barcelona. Ambas capitaneadas por conversas. El año 2000 demandaron al imán de Fuengirola, Mohamed Kemal, por apología de la violencia machista en sus escritos doctrinales, ante el pasmo del sector más conservador del islam. Kemal terminaría humillado ante los tribunales. Fue una victoria para las musulmanas españolas. Detrás de aquella primera asociación, de la relación entre las conversas ilustradas y una nueva generación de mujeres universitarias, han ido surgiendo organizaciones por toda España, desde Taiba en Madrid y la Comunidad de Mujeres Musulmanas de Zaragoza hasta la Comunidad de Mujeres Musulmanas de Granada o la Junta de Mujeres Musulmanas de Málaga. Trabajan por el feminismo islámico al margen de las divididas, enemistadas y mal organizadas comunidades musulmanas dirigidas por hombres.

Y dentro de esa red, quizá una de las organizaciones más interesantes sea Mujeres Musulmanas por la Luz del Islam, de Valencia. Principalmente por la personalidad de las dos tunecinas que la dirigen, Cherifa Ben Hassine y Ouassila el Barouni. Empezamos hace 10 años con tres mujeres y hemos logrado reunir a 300. Se van abriendo, hablan; las animamos a salir, a conocer a las vecinas, a cuidarse, a relajarse. Muchos maridos no están de acuerdo. Uno me dijo que para qué iba a ir su mujer a un taller de relajación si el islam es la paz. Y yo las digo: Si el marido no os deja salir de casa, ¡estudiad en vez de ver culebrones!, relata Cherifa, enemiga declarada del islam rigorista de inspiración saudí y con un apasionante discurso de igualdad de género fronterizo con el feminismo occidental.

Más apasionante aún es el trabajo de Ouassila el Barouni, una psicóloga de 44 años especializada en casos de malos tratos a mujeres musulmanas. Para hacer mi doctorado entrevisté a un centenar de mujeres musulmanas, y 52 terminaron confesándome que habían sido maltratadas. Iban confiándose. Y un día empezaron a contarlo todo. Y empezamos a tomar medidas. Es un tema diferente al de las españolas. La musulmana aquí está sola; sin apoyo social, sin familia, sin amigos. Con mucho peso de la religión. Y además muchas justifican los malos tratos como un hecho cultural-religioso. No denuncian. Viven con el maltratador; con miedo, sin papeles. Es un callejón sin salida. Si denuncian, la comunidad se les echa en¬cima. ¿Y adónde se van a ir? Pero que 52 mujeres musulmanas lo hayan contado es un gran paso.

Pequeños pasos en muchas direcciones. Aunque a veces da la sensación de que se avanza demasiado despacio. En Valencia, Cherifa Ben Hassine organiza esta tarde una fiesta del Cordero para medio centenar de mujeres magrebíes originarias del medio rural, a la que también están invitados los dos periodistas de El País Semanal. Habrá comida, refrescos, baile y canciones. Todo está listo para empezar. Pero en el momento en que los dos periodistas entran en el salón se hace un silencio absoluto. Una musulmana rigorista, cubierta con un burdo tejido pardo similar al de una monja de clausura, abandona la reunión a la carrera. Otras la siguen. Todas bajan la cabeza. Ninguna quiere fotos. Cuando unos minutos más tarde dejamos el recinto, comienza la fiesta a nuestras espaldas. Suena la música y se escuchan las risas.

No es fácil para ese medio millón de musulmanas que viven en España encontrar su camino. Respetar al tiempo la ley de Dios, la de los hombres y la de sus hombres. Muchas luchan por ello. Es una nueva generación. Que quiere ir más lejos. Poco a poco. Hace siete meses, Huma Jamshed, la líder de las paquistaníes del Raval, decidió organizar unos cursos de gimnasia para sus compa¬ñeras. Como no salen de casa, se estaban poniendo todas muy gordas. Y me puse en contacto con un gimnasio para que nos reservara dos horas. El primer día fueron todas con la chilaba y el pañuelo; con miedo por si había hombres. Muchas, ni se lo dijeron a los maridos. Fue un desastre: es imposible hacer ejercicio con esa ropa; se enredaban, se caían. Era peligroso. A la siguiente sesión, la cosa comenzó a cambiar. Estaban más relajadas. Hoy se han comprado un chándal. Y alguna hasta se quita el pañuelo durante las clases. Y están felices. ¿Es un primer paso, no?.

Manos de mujer. Estas manos son de una mujer de Colmenarejo (Madrid). Ella se las ha tatuado con 'henna', como se hace en el norte de Marruecos.
Manos de mujer. Estas manos son de una mujer de Colmenarejo (Madrid). Ella se las ha tatuado con 'henna', como se hace en el norte de Marruecos.ALFREDO CÁLIZ

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Sobre la firma

Jesús Rodríguez
Es reportero de El País desde 1988. Licenciado en Ciencias de la Información, se inició en prensa económica. Ha trabajado en zonas de conflicto como Bosnia, Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Líbano o Mali. Profesor de la Escuela de Periodismo de El País, autor de dos libros, ha recibido una decena de premios por su labor informativa.

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