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Columna
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Infiernos de Madrid

Benedicto XVI ha dicho esta semana que "el infierno existe y no está vacío". Sí, Santidad, el infierno es una realidad madrileña de la que estamos orgullosos: está en el Museo del Prado y forma parte del alucinante tríptico El jardín de las delicias, de El Bosco. Efectivamente, está repleto de réprobos sometidos a tormentos sibaríticos. Pero es que, además, Madrid es la única capital del mundo que tiene erigida una estatua a Satanás: El Ángel Caído, en el Retiro. Ha habido varios intentos de enviar la efigie al quinto infierno, pero, a la hora de la verdad, nadie se ha atrevido a moverla de allí. Por lo que se ve, en Madrid se respeta al diablo, nuestro vecino de piedra, y se le teme porque, si anda él por aquí, seguro que no están lejos las calderas de Pedro Botero.

En Madrid ha habido muchos infiernos. Uno de los principales fue creado por la propia Iglesia católica: la Santa Inquisición. La plaza de la Cebada y la plaza Mayor han sido durante siglos testigos horrorizados de salvajes hogueras donde quemaban vivas a gentes desventuradas, tras obligarles a confesar baja tortura que eran brujas y que acudían a los aquelarres volando con una escoba entre las piernas. Cosas de similar crueldad desprestigian a la capital y al género humano. Si aquello no era un infierno, que venga Dios y lo vea. Los infiernos existen, pero están en este mundo y siempre lo han estado. Shakespeare: "El infierno está vacío y todos los demonios andan por aquí" (La tempestad). Sea lo que fuere, todo parece indicar que lo que sí existe es el limbo, lugar anodino donde pretenden ubicarnos algunos pájaros.

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