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Reportaje:MÚSICA

Lenny multiplicado por Kravitz

La fascinación física que Lenny Kravitz con su piel tostada puede llegar a ejercer sobre su interlocutor desaparece en el preciso instante en que el artista comienza a hablar. Su ego omnívoro elimina cualquier rastro de belleza para sepultarlo bajo declaraciones veladamente narcisistas, aunque éstas lleguen envueltas en su aterciopelada voz y endulzadas con su mirada seductora. Y en cierto modo, lo mismo ocurre con su música. Para muchos críticos, Lenny Kravitz siempre ha sido un mero anacronismo, un artista con indudable capacidad para la interpretación y con carisma, pero incapaz de crear música con personalidad propia. Todos sus temas suenan peligrosamente cercanos a los setenta, como un minestrone de Hendrix, Led Zeppelin y John Lennon, correcto pero sin el poder suficiente como para brillar con nombre propio. Eso no significa que al público no le guste. Al contrario, puede considerarse un superventas, aunque siempre haya tenido más éxito entre los europeos que entre los estadounidenses.

Ahora presenta su octavo álbum, It's time for a love revolution, y para alegría de sus fans suena exactamente igual que sus tres primeros discos. Es como si Kravitz, de 43 años, hubiera decidido hacer un remake de sí mismo. "Yo siento que siempre me muevo hacia delante. Todos mis discos son crudos, ninguno suena prístino, son todos naturales", se defiende un autor que siempre ha admitido su veneración sonora por los setenta.

Kravitz, que ha ganado decenas de millones gracias a las discográficas, está soñando con finiquitar sus compromisos y lanzarse al mundo de la autodistribución. "El negocio de las discográficas tal y como lo conocemos va a morir. Me queda un disco con ellos, y después…". El disco se titulará Funk, estará dedicado a ese tipo de música y lleva años trabajando en él.

Kravitz aparece sonriente y con las gafas de sol puestas. Teniendo en cuenta que siempre tuvo fama de ser una fashion-victim, la sencillez de su corte de pelo (del que han desaparecido sus célebres rastas), sus pantalones de cuero sin florituras y su camiseta lisa y negra parecen anunciar que quizá sea cierto lo de la revolución interior. Es más, en su nuevo disco hay un tema, Love, love, love, cuya letra dice cosas como: "No necesito aviones privados, no necesito moda francesa, no necesito ca¬¬denas de oro, no necesito diamantes, no hay nada que me puedas dar porque tengo amor". ¿Desprenderse de los placeres materiales es el nuevo mandamiento en la vida del cantante? "No, a mí nunca me han definido las cosas materiales. La canción simplemente dice que todo lo que necesito está dentro de mí", susurra con aire místico.

Pese a sus palabras, lo cierto es que este neoyorquino, hijo de un productor judío y de una actriz baptista nacida en Bahamas, reconoce que cuando empezó a ganar millones con la música su billetera echaba humo. "Claro, ejercitas ese poder que te da el dinero. De re¬¬pente puedes entrar en un sitio y comprarte un Ferrari o una casa mientras que un año antes ni siquiera podías pagar la renta, aunque yo nunca compré sólo por comprar e impresionar. Además, enseguida entiendes que las cosas que has comprado te aburren y que re¬¬quiere mucho esfuerzo mantenerlas. Y sin quererlo te encuentras de gira y trabajando para mantener todo lo material a lo que te has hecho adicto".

El nuevo Lenny, el de la revolución interior, está tratando de desprenderse de casi todo, entre otras cosas de su casa de Nueva York, decorada con mimo desde su propia empresa, Kravitz Design. "Me en¬¬canta el diseño de interiores, ser creativo, construir atmósferas", explica un artista que intentó sin éxito comprarse un apartamento firmado por Gaudí en Barcelona pero que tiene villas en Nueva Orleans, en Bahamas y en Miami. Aunque quizá ya no las tenga… "Además de mi ático neoyorquino, estoy vendiendo muchas más cosas, no te lo puedes ni imaginar", dice con aire triunfal. Y no sólo se trata de lo material. Antes de embarcarse en la grabación del nuevo disco, Kravitz, quien creció viendo desfilar por su casa a artistas como Duke Ellington o Ella Fitzgerald, despidió a todos sus colaboradores. "Necesitaba estar solo, no tener a nadie que me empujara en ninguna dirección. Descubrí que me había convertido en parte de esa maquinaria que a veces te obliga a hacer cosas que no quieres y que había llegado a comprometerme en proyectos que realmente no me interesaban y decidí que ya no quería que me volviera a ocurrir. Necesitaba decidir exactamente lo que quiero y estar al mando de todo".

Su nuevo disco, al igual que todos los demás, está producido y grabado por él. Y todos los instrumentos llevan su firma. "En mis discos lo toco todo porque me gusta. Yo tengo un sonido determinado, la banda que escuchas en todos mis discos soy yo. Sólo yo puedo crear eso; si hubiera otra gente tocando, sonaría diferente", espeta sin sonrojarse. Es más, si fuera posible la clonación, un concierto de Lenny Kravitz consistiría en muchos Lennys sobre el escenario al mando de cada instrumento. "Toco con gente porque no hay otra manera de hacerlo, pero si pudiera tener quince versiones de mí mismo tocando a la vez, lo haría". Afortunadamente, aún no es posible, y sus conciertos, probablemente gracias al puñado de buenos músicos que siempre le acompañan, son de lo mejor que puede ofrecer.

Aunque lo que le sobra es autoestima, lo que de verdad le llena, dice, es repartir amor. Y Dios. Todos sus discos, incluido el último, están cargados de letras propias de cualquier emisora cristiana, aunque a él le horrorice la idea. Al comentarle que en un enclave ultrarreligioso de Texas sonaba su single I'll be waiting, Kravitz se mostró molesto. "No sabía que sueno en sus radios. Me sorprende saber que me conocen". Ese tema es aparentemente una canción de amor con un estilo muy parecido al de las de amor a Dios de las bandas cristianas estadounidenses. En otras como Bring it on es así de explícito: "Voy a caminar a golpe de fe, voy a levantar mi espada, voy a luchar en mi batalla, voy a alabar al Señor". Se le nota incómodo hablando de religión. "Llevo cantándole a Dios 19 años. Toco lo que siento. Crecí con la religión judía y con la cristiana, mis padres no me obligaron a elegir. Luego encontré mi relación con Jesucristo y ya está", y zanja la cuestión. Eso de sexo, drogas y rock and roll no es lo suyo, ¿no? "Es un cliché. Cada uno elige sobre qué escribir. Esas cosas parecen excitantes, pero al final son muy superficiales. Yo he escogido Dios, la vida, el amor, la guerra…".

En ese sentido hay que aplaudirle, ya que Lenny Kravitz nunca ha tenido reparo en criticar los conflictos bélicos. En 2003 compuso el tema We want peace contra la invasión de Irak junto a un palestino, un libanés y un iraquí, pero sólo llegó a distribuirse por Internet. "En Estados Unidos nadie lo entendió. Se escribieron cosas horribles sobre aquel tema, ¡y lo único que decíamos es que queríamos paz!".

'It's time for a love revolution', el último disco de Lenny Kravitz, sale a la venta el 5 de febrero.

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