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Columna
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Viva el dolor, abajo el consuelo

"Ellos les darán 400 euros, pero nosotros les aseguramos el dolor: lo de ellos, corrompe y lleva al vicio, lo nuestro, purifica", decía el extraño personaje con el que soñó anoche Juan Urbano. Era un ser de altura desproporcionada, vestido de cintura para arriba de obispo y de cintura para abajo con una falda de Esperanza Aguirre, y estaba subido a un púlpito desde el que arengaba a una multitud. Su cara era un calco de la del consejero Lamela, sólo que tenía dos bocas, y por una de ellas dijo: "En los hospitales de Madrid no existen listas de espera"; y por la otra: "Pero deben saber los que no esperan que querer curarse es de pecadores, de blasfemos, de gente que no tiene la conciencia limpia y no se atreve a presentarse ante Dios". La muchedumbre rugió de placer y agitó unas banderas blancas en las que había dos cuervos pintados de blanco, disfrazados de gaviotas.

Ahora que la Audiencia Provincial ha exculpado a Montes, los canallas no van a pedir perdón

Qué curiosa pesadilla, porque justo antes de dormirse había estado pensando en que esa parte más reaccionaria y más sotanizada del Partido Popular lo que hace es someterlo todo a la doctrina de un cristianismo de ambiente medieval, en el que todo el que intenta salvarse, comete un delito contra la vida, porque lo dicen Rouco y sus hermanos. Si una persona está tan impedida y tan desesperada que puede llegar a definirse a sí mismo, así lo hacía Ramón Sampedro, como "una cabeza pegada a un cadáver", que esa persona pretenda poner fin a su vida, es querer cometer un crimen contra Dios. Si alguien dice que hay que darle preservativos a cualquiera de los miles de africanos, por ejemplo, que mueren cada día a causa del sida, ése alguien también desafía la ley de Dios. Si alguien decide abortar legalmente, es un asesino y le espera el Infierno. Y, entre otros muchos ademases, si un médico seda a los pacientes que sufren en las camas de su sanatorio y éstos alivian su agonía, se le llama Doctor Muerte. Viva el dolor, abajo el consuelo.

Al famoso a su pesar doctor Luis Montes, le ha llamado eso y cosas mucho peores lo peor de este país, pero da lo mismo, porque ahora que la Audiencia Provincial ha exculpado por completo a Montes y a su equipo de la acusación de practicar sedaciones irregulares en el hospital Severo Ochoa, los canallas no van a pedir perdón, sino a celebrar sus siguientes diez minutos de fama. "Ahora la estupidez sucede al crimen", escribió Luis Cernuda, y en casos como éste, dan ganas de completarle ese verso con otro: "Ahora y casi siempre". Porque algunos pueden llegar a ser tan indecentes en nombre de la moral, que si hubiera sido cierto que el ser humano fue creado en 1955, en el laboratorio de Severo Ochoa, según dijo el científico Hermann Joseph Muller para valorar la importancia de los descubrimientos del premio Nobel español, nos darían ganas de decirle: pues buena la hiciste, Severo, porque ya ves lo cínicos que te han salido algunos ejemplares de esta raza en la que unos descienden del mono y otros ascienden a la hiena, según los casos.

Qué pena le habría dado ver su nombre rodeado de intereses tan oscuros y personajes tan siniestros al admirable Severo Ochoa, que era asturiano pero también un poco de Madrid: aquí se licenció, en la Complutense, donde fue ayudante de Juan Negrín; aquí vivió en la Residencia de Estudiantes, con Federico García Lorca, Luis Buñuel o Salvador Dalí; y aquí trabajó como profesor de Fisiología y Bioquímica de la Facultad de Medicina y director del Departamento de Fisiología del Instituto de Investigaciones Médicas de la Ciudad Universitaria. Y aquí murió, en noviembre de 1993. Porque la verdad es que si que le pongan tu nombre a un hospital sirve para que en la memoria de la gente ese nombre quede vinculado a la infamia de Leganés, casi mejor dejar los nombres tranquilos en sus tumbas.

Ojalá el doctor Montes consiga sentar en el banquillo a quienes lo calumniaron con tanta ruindad, lo despidieron con tanta soberbia y hoy se esconden con tanta cobardía en algún agujero desde el que, sin duda, ya estarán preparando el próximo asalto de su combate contra los pilares de la democracia en que no creen. Porque si nadie se sienta en ningún banquillo, ni asume ninguna responsabilidad política o, al menos, pide excusas, pues ocurrirá lo de siempre, que en lugar de justicia tendremos lo contrario, que es la impunidad. "Algo falla en una sociedad donde el insulto, la calumnia y el golpe de estado sanitario no tienen precio", se dijo Juan Urbano desde dentro de su sueño, pero el personaje extraño de su pesadilla se disolvió en una nube púrpura, dejando el vacío lleno de negras carcajadas. Qué raro es el inconsciente.

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