'Arrivederci', maestro Valentino
El diseñador italiano tiñe París de su rojo en un espectacular adiós a la moda
Sobre la pasarela, rodeado de vestales de rojo, Valentino Garavani salía a saludar por última vez. Tras el escenario, sus costureras lloraban desconsoladas. "Estoy contenta por él, pero muy triste por mí", explicaba Maria Reza, que lleva 25 años en su taller. Junto a ella, Rosario Nadal se esforzaba por mantener el tipo. "Se cierra un capítulo fundamental de la historia de la alta costura". Corría el champán y las lágrimas en la carpa montada en los jardines del Museo Rodin, pero el diseñador de 75 años se mantenía sereno. Rodeado de un impenetrable muro de cámaras, posaba con una sonrisa a la altura de su bronceado.
"Estoy orgulloso del trabajo que les he ofrecido", explicaba tras el desfile
Ni siquiera Giancarlo Giammetti, la mitad empresarial de un tándem profesional y vital, podía acercarse a Valentino. "¿Cómo me siento? Confundido. Ahora mismo lo único que quiero es abrazarle. Pero él está contento porque se ha ido cuando ha querido, a su manera, estando todavía en lo más alto", confesaba.
"Éste es uno de los momentos más increíbles que he presenciado", apuntaba la modelo rusa Natalia Vodianova, que abrió y cerró el desfile. Porque, en efecto, además de alta tensión emocional, también hubo ropa. Y no poca. Valentino había advertido que se iba a tomar su tiempo, ya que quería dejar a sus amigos algo que recordar. Fueron 75 luminosas salidas, paradigmáticas del estilo de un gran romántico, que durante 45 años se ha empeñando en una búsqueda de lo hermoso y armónico. No había nostalgia ni voluntad retrospectiva, era un alegato de la vitalidad de su legado. Toda la historia de Valentino estaba presente en la prodigiosa proporción de un sencillo abrigo blanco con cuello de satén, en el ondulante movimiento de un vestido de noche malva, en el comedido estallido de los estampados florales.
Aparecieron todos los símbolos, pero Il Maestro los usó con frescura, negándose a encerrarlos en las vitrinas del pasado. Los lazos, que representan su obsequioso ideal de la belleza, se sugerían, sin rematarse siquiera, y servían para descubrir una espalda cubierta de brillantes bordados. Y el rojo. Valentino diseñó un único y último vestido en su color más emblemático.
Primero lo mostró en un vídeo, con una misma modelo repetida hasta el infinito. Después, sacó a las maniquíes reales, una tras otra, con una pieza que encara con ligereza su lugar para el recuerdo. Y después, teñido ya todo de rojo por vestales de carne y píxels, salió él y levantó, de golpe, a los 900 invitados. Incluidos, Miuccia Prada, Christian Lacroix o Alber Elbaz. El diseñador de Lanvin admitía que "su legado seguirá siendo una influencia para muchos de nosotros durante mucho tiempo".
"Salir ha sido verdaderamente emocionante: ver a mis amigos, a mi gente", explicaba Valentino media hora después, a la carrera, entre los tirones de la seguridad. "Pero estoy contento y muy orgulloso del último trabajo que les he ofrecido". Lo cierto es que para entender anoche qué ha hecho tan grande a Valentino, no sólo había que mirar a la pasarela. También había que fijarse en lo que él ve desde ella. En el público, estaban las claves del mito. Algunas de las mujeres más famosas del mundo. Uma Thurman, Lucy Liu y Claudia Schiffer representaban a todas esas celebridades que, desde que Jackie Kennedy lo eligiera como modista de cabecera, le profesan una devoción casi religiosa.
Y entre bambalinas, no estaban sólo las costureras. Hasta 100 trabajadores figuraban entre los asistentes, muchos como Maria Reza llevan toda su vida profesional junto a Il Maestro. Él y Giammetti, con su extravagante forma de vida, han sido el vértice de un grupo que tiene tanto de empresarial como de humano y familiar. Y, finalmente, un tercer grupo de fieles. Otro centenar, esta vez, de clientes de alta costura que han mantenido ocupado el taller romano estos años. Sobre todo, europeas y de Oriente Próximo, pero últimamente también asiáticas y rusas, que han bajado en casi 10 años la media de edad y que tienen mucho que ver con que las ventas hayan aumentado un 10% al año desde 2005.
¿Qué va a hacer después de este desfile? Los propietarios de la compañía, que dejó de ser suya en 1998, han elegido a Alessandra Facchinetti como su sucesora, pero él, desde luego, no se plantea jubilarse. Anoche dio una de sus fabulosas fiestas en el castillo del siglo XVII que posee a las afueras de la ciudad. Hoy recibirá del alcalde la medalla de la Villa de París, que sella su idilio con la ciudad en la que se formó como aprendiz de Jean Dessès y Guy Laroche. Y uno de los pocos honores que a los franceses les quedan por concederle, pues recibió la Legión de Honor en 2005.
Sus planes inmediatos pasan por viajar, con un séquito de 20 personas, al carnaval de Río de Janeiro para celebrar el cumpleaños de Giammetti y luego a Moscú para subastar el último vestido que se vio ayer. En mayo se le espera en el Festival de Cannes, donde se presentará un documental sobre su vida y obra que el periodista Matt Tyrnauer ha elaborado a partir de 250 horas de grabación a lo largo de dos años. Y el 19 de junio tiene otra sonada apertura: la de la exposición Valentino: thèmes et variations. Será la primera que el Museo de las Artes Decorativas de París dedica a un diseñador italiano. Y lo que vendrá: "Me encantaría hacer La Traviata o algo fabuloso para el ballet", declaraba el lunes. Por si a alguien le quedaba alguna duda, aclaraba: "No soy el tipo de persona que se queda en casa viendo la televisión todo el día. Encontraré algo que hacer".
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