Todos somos hijos de 'Cahiers du cinéma'
Hoy es evidente para todos que los grandes cineastas son creadores que poseen un universo poético propio, una mirada singular que expresan con un estilo personal y diferenciado, pero no siempre fue así. En realidad, fue necesario que apareciera en 1951 la revista Cahiers du cinéma para que esa concepción empezara a abrirse paso.
Desde sus páginas, un grupo de jóvenes turcos apadrinados por André Bazin, con Truffaut, Rohmer, Godard y Rivette en vanguardia, comenzaron a considerar las películas como vehículos de expresión personal. Directores como Hitchcock, Ray, Hawks, Renoir, Rossellini o Mizoguchi pasaron a ser considerados artistas. Nacieron así la política de los autores y la teoría de la puesta en escena: dos conceptos que hicieron fortuna, que se convirtieron pronto en herramientas de la mayoría de la crítica y que acabaron de asentarse cuando sus artífices emergieron como creadores triunfantes al frente de la nouvelle vague. Conceptos que provocaron un verdadero giro copernicano en el papel que el cine jugaba, hasta entonces, en relación con el conjunto de la cultura.
Cahiers du cinéma se convirtió así en una revista mítica, y lo asombroso es que así ha permanecido hasta ahora. A pesar de haber atravesado etapas muy diferentes y no pocas controversias. O precisamente por ello: por haberse dejado atravesar, durante toda su existencia, por los debates más apasionados y por las corrientes culturales que germinaban en la sociedad de cada época. Por su empeño constante en generar un pensamiento crítico y reflexivo sobre el cine de su propio tiempo. Por su lucha irredenta y no conformista para abrir espacios al cine más vivo y más sincero de cada momento.
Podría decirse, por ello, que, desde André Bazin hasta el presente, los críticos y los lectores de crítica, los profesionales del medio y los simples aficionados, los cahieristas y los no cahieristas somos todos, de alguna manera, hijos de Cahiers du cinéma. Hijos de la revista que en los años cincuenta engendró el pensamiento que dio la vuelta a nuestro entendimiento del cine, que en los albores de los sesenta apadrinó la eclosión de la modernidad al amparo de la nouvelle vague, que en la década de los setenta alimentó con fervor el debate estructuralista, que desde hace ocho meses tiene ya una edición española (Cahiers du cinéma-España) y que es referencia imprescindible para los más jóvenes aficionados al cine, oráculo inevitable para la programación puntera del festival de Cannes y fuente de nuevas, necesarias y saludables controversias.
Carlos F. Heredero dirige Cahiers en España.
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