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Reportaje:

Con la cabeza en Pekín 2008

Carlos Arribas

Keirin? ¿Quién es Keirin? ¿Un arquitecto japonés?

Perdón, repita la pregunta. Utilice otro pronombre. No es quién, sino qué. ¿Qué es keirin? ¿Qué es el keirin?

José Antonio Escuredo, que es de Girona y que viene de una familia que se dedica a curar jamones, lleva más de la mitad de su vida dedicando varias horas diarias a un deporte que el 99% de la población española no sabría reconocer. Un deporte que le da para sobrevivir, que le ha elevado a la gloria olímpica, que le permite salir por televisión un minuto cada cuatro años.

Olvídese inmediatamente de lanzarse a Google y de pedir a la Wikipedia que le cuente la historia del keirin. Siga leyendo. Puede que, al final de este reportaje, detrás de keirin se haya formado una lista de palabras, de términos deportivos que le suenen, si no a japonés, sí a chino, y que necesite consultar, pues la historia va de Juegos Olím¬picos. De deportistas que, por una beca anual -mínimo, 15.000 euros; máximo, 60.000 para aquellos que hayan alcanzado el oro en Atenas-, dedican su vida y sus sueños de juventud a preparar su cuerpo y su alma para una actuación de la que pueden salir entronizados, una hoja de laurel en la cabeza, o cabizbajos, la miseria instalada en el corazón. O malheridos.

No. No están locos.

Aunque pueda parecerlo. Aunque algunos, como Gemma Mengual, Andrea Fuentes e Irina Rodríguez, se pasen varias horas al día con una pinza en la nariz, boca abajo en una piscina, o boca arriba, o contorsionándose en el agua, sirenas sin Busby Berkeley, Esther Williams sin Xavier Cugat, al ritmo de una música, de un hip hop, de una kalinka, que no pueden oír. Es la misma locura visionaria, disciplinada, que la que siente el escultor ante un pedazo de piedra o ante una fragua con una barra de hierro en la mano, el proceso creativo que le llevará a transformarlo en una expresión de su alma. Sólo cambia la materia prima. La piedra por el músculo. El taller por el gimnasio. La forja por las pesas, las presas.

Todo es cuestión de química. Las reacciones en cadena que se producen en el músculo en movimiento concéntrico (que acorta el músculo), excéntrico (que lo alarga), pliométrico (explosivo) o isométrico (que permanece estático durante el movimiento del cuerpo con una carga). El incremento del tamaño de las fibras musculares, el descenso de los capilares, el incremento enzimático, la creatina fosfoquinasa, la mioquinasa, la fosfofructoquinasa; el aumento de los depósitos de combustible intramusculares, el trifosfato de adenosina, la fosfocreatina, el glucógeno.

Todo es cuestión de técnica. El aprendizaje lento, la repetición de cada movimiento hasta alcanzar el automatismo reflejo. Gervasio Deferr en su gimnasio, potro, suelo, barra, anillas; volteretas una y otra vez. Aún no ha cumplido 30 años y se siente viejo. Desde niño, el talco es el mejor amigo de sus manos. "Y ahora, con los años, me he hecho más perezoso. Con cinco o seis horas diarias me vale", dice. "Cojo la chaqueta y me voy del gimnasio, y los más jóvenes me dicen que ellos también se van. 'No, no', les digo. 'Yo, de pequeño, estaba más horas, y es lo que tenéis que hacer vosotros".

La pliometría, tan difícil de manejar con los pies en la arena, el salto de los jugadores de vóley playa; un deporte que Juan Antonio Samaranch, el anterior presidente del Co¬¬mité Olímpico Internacional, introdujo en el programa olímpico por consideraciones puramente estéticas -y tuvo buen ojo: la imagen de Sidney más repetida, más divulgada, fue la del trasero de las jugadoras brasileñas de vóley playa, con su escueto bañador-. Pero los saltos sobre la arena de Pablo Herrera, que ya fue plata en Atenas, y de Raúl Mesa poco tienen que ver con la estética pura, a menos que la pureza del gesto para dar al cuerpo toda la fuerza necesaria sea sólo eso.

Para Joan Lino Martínez, que llegó de Cuba y ganó un bronce en Atenas, el salto de longitud, su especialidad, el talento que le ha permitido cambiar su vida, es una ecuación de velocidad y fuerza. De músculos largos, elásticos, explosivos que esperan su momento para intervenir; para, conjuntamente con el juego de tobillos, transformar la carrera en vuelo de más de ocho metros y medio. Pura física. Pura relación de palancas y fuerzas que se rompió hace más de un año, un desgarro físico en su muslo izquierdo que aún está cicatrizando. Un desgarro que cicatrizará antes de Pekín, seguro.

Física. No sólo. Músculo. No sólo. Técnica. No sólo. Sensibilidad. Ritmo. Swing. Mario Pestano, gigante colosal, ha modelado su carne como Mirón modeló en mármol a su discóbolo, y tiene tanta fuerza que puede convertir su cuerpo en parte de una má­¬quina, en un engranaje más de Tiempos modernos, el ideal de los años veinte. Pero para que su disco vuele como él quiere, planee hasta acercarse a la línea de 70 metros tras hacer girar su cuerpo tres veces en la jaula, necesita saber cuándo lanzarlo; necesita que las terminaciones nerviosas de sus dedos le digan cuándo soltarlo; necesita que un estremecimiento de su espina dorsal le indique que ése es el momento.

Todo, al final, es arte.

La transformación narcisista del cuerpo, la técnica depurada, la eficiencia del movimiento, convierten al músculo en gesto.

La sublimación de la forma que estaba en la base de los Juegos Olímpicos de la antigua Grecia, que subyacía en la ideología de Pierre Frédy, barón de Coubertin, el fundador de los Juegos Olímpicos modernos, que se celebran desde 1896 (Atenas) cada cuatro años. Coubertin, aristócrata, hijo de su época, estableció la pureza de formas, el amateurismo, como dogma -ningún atleta olímpico podría manchar su ideal percibiendo ningún tipo de recompensa económica-, y Leni Riefenstahl, en su película sobre los Juegos Olímpicos de Berlín 36, quiso elevar el cuerpo, la pureza de los músculos de los atletas blancos, a la categoría de escultura clásica y a manifiesto de la superioridad moral aria sobre la que su patrón, Adolf Hitler, quiso edificar su locura destructora. Luego, en los Juegos, un negro, Jesse Owens, mostró que sus músculos, al menos, eran mejores.

Los Juegos Olímpicos empezaron a convertirse, tras la II Guerra Mundial, en un gran espectáculo de masas, en un gran negocio económico, en miles de horas televisivas, y la película de Riefenstahl es ahora un icono gay. Pero la componente nacionalista, el intento de demostrar ya no la superioridad de una raza, pero sí la de un sistema, la de un país, ha subsistido hasta hoy, exacerbada incluso, reflejando las debilidades de cada uno, más que exaltando sus forta¬lezas.

En reacción al movimiento olímpico, que en el periodo de entreguerras se entregó al nazismo, la Unión Soviética creó las Espartaquiadas, competiciones bautizadas así en honor a Espartaco, el gladiador rebelde contra Roma, el primer líder de una revolución proletaria. Pero después sucumbió al olimpismo y lo convirtió -vía el dopaje organizado por el Estado- en gran bandera de su progreso. El bloque capitalista, liderado por Estados Unidos, entró en la competición y, a su manera, viva el libre mercado, la iniciativa privada organizó sus propios sistemas de dopaje. La química de las moléculas prohibidas, de la metanfetamina, de la testosterona sintética, de la IGF-1, se mezcló con la química de las reacciones del cuerpo, con la química de las sociedades exaltadas oyendo su himno, viendo volar su bandera. Es el gran éxito del olimpismo. Su espectáculo. Un acontecimiento que en el siglo XXI se ha reciclado.

Detrás del arte, del espectáculo, también late una industria. España, Europa, se mueve por una vía mixta. El Estado interviene en la formación de los mejores deportistas, de las esperanzas olímpicas -el número de medallas es tan importante, llegado el momento, como el PIB, el paro, la inflación o el núme¬¬ro de libros leídos, como indicador socio¬económico de un país, como indicador del éxito o el fracaso de un Gobierno-, financia sus necesidades a medias con la empresa privada.

Es lo que se llama Plan ADO, un sistema puesto en marcha para los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 -el gran desafío de la modernidad española- y que ha recaudado 63 mi¬¬llones de euros para el periodo olímpico 2005-2008. Dirigido desde un consorcio for¬¬mado por el Consejo Superior de Deportes (CSD), el Comité Olímpico Español -una organización privada, la dueña de la marca olímpica en nuestro país- y RTVE, se benefician de sus fondos en estos momentos 255 deportistas con esperanzas de estar en Pekín el próximo 8 de agosto de 2008 desfilando a las ocho de la tarde en su espectacular estadio olímpico aún en construcción. Como sus cuerpos. Como sus esperanzas.

Siete socios -Coca-Cola, El Corte Inglés, Endesa, Leche Pascual, Telefónica, La Caixa y Nozar-, que logran ventajas fiscales (desgravación de los gastos publicitarios siempre que en sus anuncios figure el logotipo de ADO) y de presencia en TVE, son quienes aportan el dinero. Hasta el momento, 141 deportistas ya han obtenido plaza, pero se espera llegar a 340 el 23 de julio, día de la inscripción definitiva.

El CSD, aparte, corre con la gran carga de la construcción de las instalaciones, de los Centros de Alto Rendimiento (otra idea de Barcelona 92), que crecen y se multiplican ahora por toda España como si fueran museos de arte contemporáneo o auditorios de Foster. También paga el CSD su equipación con las más modernas máquinas; la formación de sus técnicos, de los fisiólogos, biomecánicos, entrenadores, que dirigen la maduración de sus cuerpos, el perfeccionamiento de sus gestos, su transformación en artistas.

Los cálculos de los técnicos, que se basan en los resultados de los campeonatos mundiales y europeos, dicen que, en los Juegos de Pekín, España puede llegar a 22 medallas para sumar a las 96 logradas en los 15 Juegos anteriores en que se compitió. Estaríamos hablando de tres más que en Atenas 2004, el doble que en Sidney 2000 y las mismas que en Barcelona 92, un índice de crecimiento sostenido.

Más de cien deportistas, la tercera parte del equipo previsto, repetirán participación olímpica. Gemma Mengual es una de ellos. Un índice de progresión también. En Sidney, hace ocho años, la natación sincronizada española era un dúo, dos incendiarias, Mengual-Paola Tirados, que acabó octavo. En Atenas, al dúo -que acabó cuarto- le acompañó un conjunto de nueve nadadoras, que acabó cuarto también, rozando la medalla tras Rusia, Japón y Estados Unidos. "Y en Pekín toca el desquite, sacarme la espina", dice Mengual, la pionera que ya ha tocado la plata en los mundiales de Montreal y Melbourne y que se ha convertido en una experta en las artes de espionaje y de control de lo que preparan sus rivales para la pileta china.

Porque eso son también los Juegos, ésa es también la base del deporte: el cultivo del propio cuerpo para derrotar a un rival. Se lucha contra alguien, siempre.

Alababa el barón de Coubertin el éxito de los Juegos de Atenas de 1896 porque habían conseguido ser universales, internacionales. Y por su modernidad, porque ha¬¬bían logrado sustituir las cuadrigas por bicicletas o a los púgiles por esgrimistas.

Pero quizás más síntoma de modernidad es haber conseguido que el pugilismo, el boxeo, siga formando parte del programa. El boxeo amateur, como el que practica José Gutiérrez Alonso, superligero, 64 kilos. Boxeo de finta y amago, de marcar el golpe, de cabeza protegida con casco y cuerpo con camiseta. Boxeo tan alejado del caníbal Tyson y de las mafias como lo está el gimnasio donde se ejercita del antro en el que el Clint Eastwood de la chica del millón de dólares intenta manejar a los desechos humanos que piden su oportunidad de progresar en la escala social.

José Gutiérrez, cordobés, comparte espacio en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid con las chicas de la gimnasia rítmica, las deportistas que para lograr inmovilizarse ante el fotógrafo con la pose decadente de tiernas primas contorsionistas llevan desde los cinco años trabajando con cuerda, cintas, pelota, mazas y cintas. Saltando.

Evolucionando con su instrumento. Su gimnasio parece un quirófano, y hasta el sistema de aire acondicionado está estudiado para que no influya en el movimiento de las cintas que Isabel Pagán, Bárbara González, Lara González, Ana María Pelaz, Elisabeth Salom y Verónica Ruiz lanzan al aire verticales, y que no deben liarse en su vuelo.

O que convivan en el mismo ámbito Estefanía Juan y sus pesas, pura velocidad de arrancada, reflejos para colocarse debajo de la barra sin aplastarse, y Beatriz Ferrer Salat, que debe mantener la inmovilidad más absoluta a horcajadas de su obediente caballo durante el concurso de doma.

El keirin, por cierto, es una especialidad de ciclismo en pista que consiste en un sprint loco de media docena de corredores lanzados por una moto que sobre sus bicicletas mínimas -cuadro espartano, sin frenos, piñón fijo- se lanzan unos contra otros, se acometen, bolas de músculo lanzadas a 70 kilómetros por hora. José Antonio Escuredo, medallista en Atenas 2004, pasa tantas horas en el gimnasio, con las pesas, squats y sentadillas, trabajándose los cuádriceps y los glúteos, como en el velódromo, perfeccionando su pedalada, su técnica, lanzándose desde el peralte igual que un ave rapaz sobre su presa.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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