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Columna
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Independentismo

Uno de los éxitos de la izquierda radical ha sido ejercer el liderazgo en la construcción simbólica de Euskadi, en la configuración de nuestro imaginario político y social. El último ejemplo es la generalización del término Euskal Herria, un concepto antaño pacífico, de raíz cultural, pero que ahora viene teñido de connotaciones políticas. No están lejos los tiempos en que el socialismo español, el jacobinismo francés y la derecha franquista o postfranquista tenían la vergüenza de aceptar que Euskal Herria, por poco que les gustara, era el testimonio de una realidad transpirenaica y euskaldún, una realidad a la que no dotaban de significación política pero que asumían, mal que bien, en su dimensión cultural.

Lo que asombra es la mansedumbre con que el nacionalismo democrático acepta esas expropiaciones

Sin embargo, en algún momento de finales del siglo XX, Batasuna dio un nuevo paso en su constante manipulación del edificio simbólico: eliminó de su jerga Euskadi, la tradicional denominación de la patria vasca, y se apropió de Euskal Herria. Y de pronto, sin ningún consenso político, sin asomo de enmienda estatutaria, periodistas, funcionarios y afición en general acuerdan liquidar Euskadi y retomar Euskal Herria. El cambio de nombre de la selección de fútbol sólo ha sido el último peldaño en esa calculada sustitución. Lo que asombra, lo que indigna, es la mansedumbre con que el nacionalismo democrático asiste a esas expropiaciones. Pero habría razones para la resistencia: la demolición de la simbología que instituyó hace más un siglo es lenta pero implacable. Auguro el siguiente paso: en los últimos vídeos de encapuchados la ikurriña asoma no ya en compañía de la bandera de Navarra o del Arrano Beltza, sino sujeta al mismo nivel jerárquico de estas últimas. ¿Y si los pistoleros deciden un día prescindir de la ikurriña? ¿Un mal trago para los nietos de Sabino Arana? Pues a lo mejor no, con todo lo que ya llevan tragado.

La izquierda abertzale ha planteado un nuevo cambio terminológico, reiterado en todas sus declaraciones, pero que para los analistas está pasando bastante desapercibido. Los caudillos del terror han debido de impartir una directriz muy clara, porque el uso de la nueva fórmula es tan insistente que hay que descartar que sea fruto de la casualidad: ahora la izquierda abertzale ha decidido denominarse "izquierda independentista", es decir, ha decidido que el sentimiento independentista le pertenece en exclusiva.

Este nuevo lavado de cerebro (que asumirá en breve y sin resistencia alguna la opinión pública vasca) acarrea dos efectos políticos. Primero: monopolizando verbalmente el independentismo la izquierda radical proyecta la imagen de que es perseguida en virtud de ese ideario y no por la práctica de la violencia. Y segundo: apropiándose del independentismo, se instala en la autenticidad política. ¿A quién persigue el Estado? A los independentistas. Ergo, ni Aralar ni EA tendrán derecho a denominarse de tal modo; eso sin mencionar los sectores independentistas del PNV o los minoritarios, pero seguramente existentes, independentistas de Ezker Batua, a los que los nuevos propietarios del término cubrirán a descalificaciones.

El último regalo de ETA a este desgraciado país ha sido lograr que Euskal Herria deje de ser un término pacífico para convertirse en un emblema militante. Pero ya asoma un nuevo objetivo: monopolizar el independentismo y reducir al resto de abertzales a una modesta dimensión regional.

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