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Reportaje:

"Nunca hay camas para ingresar a todos los enfermos"

Recursos limitados y fallos de gestión explican los problemas en urgencias

Oriol Güell

"Servimos langosta fresca en los taburetes cutres del trastero. Y si vienen muchos clientes, se la endosamos congelada y que se sienten en el suelo". Así resume una enfermera de urgencias de un hospital público la asistencia que reciben sus pacientes. La langosta fresca es "una de las mejores medicinas del mundo". Los taburetes cutres, las camillas y camas siempre instaladas en los pasillos. La congelada, "la que das cuando ya no das abasto". Y el suelo, "las sillas de ruedas, sofás o lo que pilles a mano para meter al próximo enfermo".

EL PAÍS ha hablado con seis responsables que ocupan puestos clave en el sistema sanitario público. Todos (que han pedido el anonimato para hablar con mayor libertad) coinciden con matices, a la hora de diagnosticar los males que sufren las urgencias en la región. "El más obvio es la falta de camas en planta", explica el coordinador de urgencias de un gran hospital. "Si necesitas de 50 a 70 al día para subir a enfermos de urgencias y la gerencia sólo te da 30 o 40, el resto se va directo al pasillo. Eso es lo normal. Con la gripe, el calor, o lo que sea, llegan más enfermos y donde metes a 20 caben 50. Al día siguiente, 80. Y ya tienes el gran colapso", afirma.

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"Es verdad, pero hay más razones", añade un ex coordinador del servicio en otro centro. "Falla la coordinación entre la urgencia y el resto del hospital. La urgencia debería ser la puerta de entrada a la que llega un enfermo, se le diagnostica y se sube a planta para ser tratado. Pero hace 15 o 20 años que ya no es así", añade. "Cuando empezaron a faltar camas en planta, la respuesta fue ampliar las urgencias, no el número de camas. Así los pacientes se fueron quedando más y más tiempo en urgencias. Al final, ya ni subían a planta. Llegaban, se quedaban dos, tres o cuatro días y les dabas el alta". "El resultado", agrega un médico de urgencias de un tercer centro, "es un hospital roto, en el que cada servicio funciona con su propia dinámica".

"Muchas veces tenemos cinco o seis enfermos para subir a medicina interna, que es lo más habitual: gente mayor con varias patologías. Pero para los internistas no son sus pacientes, son nuestros, de urgencias. Ellos intentan dar altas o liberar camas, pero claro, tienen sus propios problemas y necesidades. Como los pacientes ya están atendidos en urgencias, pues la cosa se retrasa y nosotros nos quedamos con toda la presión", explica.

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La versión de un médico de medicina interna es ligeramente distinta: "Es verdad que no sufrimos la misma presión, pero es que muchas veces es casi imposible liberar camas", explica. "Hemos llegado a tener 120 días un enfermo con demencia alcohólica y varios trastornos crónicos. A la segunda semana ya se podía ir, pero ¿adónde? No tenía familia y no había plazas libres en ningún hospital de crónicos".

El gerente de un gran hospital admite que "el tapón es la falta de centros a los que derivar a enfermos crónicos y geriátricos". "No deberían estar en un hospital de agudos ocupando, pero no hay forma de derivarlos. Cualquier día, nosotros tenemos entre una y tres camas de cada 20 ocupadas así". Este gerente admite que la urgencia acaba siendo "una olla a presión de la que hay que sacar pacientes como sea". La solución pasa por negociar con los jefes de servicio para que suban enfermos de urgencias. "Paso horas al día así...", relata.

"Al final tienes que dar un puñetazo en la mesa", explica el ex coordinador de urgencias. "No te queda otra que coger a dos o tres jefes de servicio por las solapas y llevártelos a ver al gerente. Allí amenazas con dimitir o con llamar a la prensa o lo que sea para que asuman enfermos".

Los recelos de los responsables de urgencias se centran en las especialidades -medicina interna, endocrinología, neumología, cardiología...- con pacientes de avanzada edad y varias patologías, que son lentos a la hora de liberar camas.

Pero los responsables de estos departamentos se quejan, además de la dificultad de derivar a otros centros a los enfermos crónicos y geriátricos, de los criterios de gestión que ha impuesto la Consejería de Sanidad. "Las famosas listas de espera han hecho las cosas aún más difíciles", explica un responsable endocrino. "Si las camas libres, en lugar de para urgencias, se dan a personas jóvenes y sanas que vienen a operarse de una hernia, pues ahí pocos podemos hacer", se justifica.

El gerente evita entrar en el tema. "Todo es opinable. Nosotros gestionamos unos recursos y tenemos unos objetivos", se limita a comentar.

Desde la coordinación de urgencias, se mira con envidia el modelo utilizado en otras comunidades. "En Cataluña, por ejemplo, cada mañana miran las camas que se necesitan para sacar a todos los pacientes de urgencias. Luego el resto se reparten las camas que quedan. Aquí primero son las listas de espera y el resto nos pegamos por las migajas", afirma.

Lo que comparten todos los entrevistados es su pesar por la "deshumanización que el hacinamiento en urgencias conlleva". "El enfermo puede tener la mejor atención médica, pero nadie está en un buen ambiente para recuperar la salud si debe hacerlo entre el ruido, el trasiego y los olores de 20 o 30 personas hacinadas en un pasillo".

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Sobre la firma

Oriol Güell
Redactor de temas sanitarios, área a la que ha dedicado la mitad de los más de 20 años que lleva en EL PAÍS. También ha formado parte del equipo de investigación del diario y escribió con Luís Montes el libro ‘El caso Leganés’. Es licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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