Adios Franco, Málaga no te olvidará
"...Ayer amaneció el pueblo desnudo y sin qué ponerse. Hambriento y sin que comer. Y el día de hoy amanece justamente aborrascado y sangriento justamente...". Así dice un pasaje de Sentado sobre los muertos de Miguel Hernández y bien podría ser ese el grito de miles de familias malagueñas en los años tristes de la represión en la mal llamada paz franquista.
En efecto. Desde que entran los nacionales en Málaga en febrero de 1937 hasta los años 50, millares de malagueños fueron fusilados, tras ser sometidos a una pantomima de juicios que no otra cosa que el insulto y la repulsa merecerían en un Estado de Derecho. Multitud de funcionarios, profesores y maestros fueron depurados, instalándose como consecuencia de ello en la parte de la ciudad poblada por las gentes de más humilde condición, la pobreza más absoluta, el hambre y la miseria. Muchas de esas familias habían ya perdido a seres queridos, ancianos, mujeres y niños, en la carretera de Almería, donde pretendían alcanzar la liberación y conservar las vidas al ser salvajemente cañoneados, ametrallados y bombardeados por la marina y aviación golpistas. Se calcula en cinco mil los restos de fusilados que se encuentran en el cementerio de San Rafael.
Pues bien. He aquí que en plena orgía represora, un día del mes de mayo de 1943, el mayor golpista, el bajito general con bigotito de El Ferrol llamado Franco, visita Málaga y acompañado de la parafernalia propia de la época, aclamado por quienes lucían boinas rojas, camisas azules y brazos en alto, se dirigió a la Basílica de la Victoria, entrando en ella bajo palio, con el beneplácito de la Iglesia, en unión de Carmen Polo. Como si fuera un rey, aunque, sin serlo, fue un monarca absoluto durante casi cuarenta años tas proclamar que España se constituía en Reino.
Se nombra entonces al gran golpista Alcalde de honor y a perpetuidad de la ciudad de Málaga, título que une a los que ya poseía de Hijo predilecto y adoptivo desde 1937, a lo que, claro es, ha de añadirse nombres de calles, avenidas, plazas y plazuelas, callejones. Lo que le echaran, vamos, historia repetida en todas las ciudades y pueblos de España.
En el último pleno municipal malagueño celebrado hace unos días, tras abstenerse el equipo de gobierno, se aprobó con el voto de la izquierda una moción para ser destituido de todos esos nombramientos el dictador y desaparecer todos los nombres de calles y símbolos que recuerden la etapa fascista.
El voto abstencionista se basaba en considerar necesario esperar a la entrada en vigor de la llamada ley de Memoria Histórica. Nunca es tarde si la dicha es buena, aun no siendo indispensable ninguna ley que lo ordene. No ha de concebirse ello como algo que ha de hacerse por imperativo legal sino como un acto de justicia. Si para Vicente Aleixandre Málaga es ciudad del paraíso, no pueden encontrar en el paraíso alojamiento los tiranos, dictadores ni golpistas, porque, si así fuera, los demócratas preferirían ir al infierno. Franco, tan cristiano él, persiguió, machacó y eliminó a todos sus adversarios. Baste recordar la muerte ignominiosa de Miguel Hernández en la prisión de Alicante y la de Julián Besteiro en la cárcel de Carmona, que era ya un cadáver cuando en ella entró. Dos vidas no siempre paralelas, pero víctimas ambos del odio y el rencor que rodeó siempre al general. No merece títulos como los citados.
Cundirá sin duda el ejemplo en otros municipios andaluces aunque de vez en cuando haya algún brote pintoresco como recientemente acaeció en el Puerto de Santa María.
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