Exordio del santo Job
El Gobierno vasco no desaprovecha vez para aportar su grano de arena a la confusión, que es nuestro estado natural. Si no hay ocasión, se la inventa, como la filípica de esta semana, su "Manifestación de criterio sobre el atentado de ETA, el caso 18/98 y la decisión del Tribunal Supremo". Transcribo el título oficial, nadie piense que calumnio al tripartito inventándome este estrambote que mete en el mismo saco un asesinato terrorista, una sentencia judicial en un Estado de Derecho y una decisión del Tribunal Supremo que al parecer pondrá fin al procesamiento de Ibarretxe. Todo junto, todo revuelto, como si fuesen del mismo tenor. Para más inri lo primero ocupa un par de párrafos -rechazando a ETA, sólo faltaba- y se explaya en lo demás, con su irritación típica. Los criterios morales y sensibilidad de nuestro Gobierno son de otro mundo.
Los principios democráticos son inconcebibles sin la ética
"Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance"
La perplejidad arranca de la siguiente consideración gubernamental, que reproduzco tal cual: "No podemos mezclar la defensa de los principios éticos con la defensa de los principios democráticos". Eso dice el texto, aunque parezca imposible. ¡Nuestro Gobierno, taxativo, asegura esa colosal barbaridad, así, en frío y sin considerandos, como verdad revelada! Resulta insólito, se mire como se mire. No es que no se puedan mezclar. Es que deben unirse siempre. No hay principios éticos sin principios democráticos y viceversa, son inconcebibles los principios democráticos sin la ética. ¿No mezclarlos? ¡Por favor! Cualquier defensa de lo uno conlleva la de lo otro, o algo va mal, muy mal.
El dislate no parece error ni falla, sino persuasión bien asentada en nuestro Gobierno, pues remata la faena: "En demasiadas ocasiones, estos principios quedan mezclados y contribuyen a que continuamente estemos en este país dando vueltas en espiral sobre el mismo punto". Eso dice. El Gobierno cree que estamos empantanados debido a que "en demasiadas ocasiones" mezclamos la ética y la democracia. Sugiere que los principios democráticos y los éticos tendrían que ir cada uno por su cuenta y así se arreglaría todo. El disparate es de calibre. Figuraría en algún museo de las atrocidades si no fuera porque excepto un servidor -y por razones del servicio- nadie presta mucha atención a las aportaciones filosófico-políticas del Gobierno tripartito. ¿De verdad piensan eso? Pues apaga y vámonos.
El dicho, enunciado alto y claro, rectifica de golpe la doctrina del Gobierno vasco. Hace un par de meses su portavoz le aseguraba a Batasuna que "los principios éticos y democráticos van de la mano" (10 de octubre), la evidencia que niega ahora. Es la idea de Ibarretxe de 2005 (enunciada varias veces antes y después), cuando pedía un acuerdo de "mínimos éticos y democráticos". Hasta la coalición PNV-EA, que no parece sospechosa, aseguraba en su día que la ética y la democracia, las dos juntas, son la base de la convivencia. El Plan "de Derechos" que ahora gestiona el mismo Gobierno habla de que tenemos que dar "la batalla ética y democrática contra la violencia" (qué entienden por ello es harina de otro costal, pero mezclar ética y democracia las mezclan). Hasta Azkarraga, que está en el secreto, repite estos meses (30 de octubre, 25 de noviembre) que hablan de la consulta "en base al principio ético y democrático" y que quieren "un acuerdo sobre dos principios: ético y democrático".
Para rematar el desaguisado, tras haber publicado el martes 4 ese repudio de una política democrática basada en la ética, sus mentores no se aplican el cuento y el miércoles 5 por la mañana Azkarraga y Azkarate aseguran al alimón que "el Gobierno vasco ratifica que la batalla ética y democrática contra la violencia...". Por la tarde, tras la muerte de Fernando Trapero, asesinado por ETA, la propia Azkarate condena la infamia hablando "a favor de los principios democráticos y éticos".
¿En qué quedamos? ¿Hay que "mezclarlos" o no? Esto no hay quien lo entienda. Hipótesis: a) el comunicado publicado el día 4 lo escribió un zumbado y el Gobierno lo firmó sin leerlo; b) lo elaboró el Gobierno en un momento de calentón o en trance sideral y luego se le ha olvidado lo que decía; c) en el soberanismo las palabras no quieren decir nada y se emplean al buen tuntún según caiga o venga bien.
Reconstruyamos esta rara historia. Todos los que defienden principios democráticos y éticos los identifican, pero el Gobierno vasco y cercanías son los únicos que una y otra vez los repiten en tales términos -aunque sus principios éticos y democráticos no signifiquen lo mismo que los de los demás-, dime de qué presumes. Nadie más habla así y, sin venir a cuento, se encolerizan porque se mezcla lo que de suyo está mezclado e identificado, aunque encima sólo ellos expresan tal mezcla todo el rato. Aún así dicen que no hay que mezclarlos. Al de unas horas se olvidan de lo dicho y vuelven a juntarlos. Nada tiene ni pies ni cabeza. Resignémonos: nadie nos preparó para el caos.
La hermenéutica apunta que ese descomedimiento quería decir lo siguiente: que aunque toque condenar a ETA, cuya violencia sobra (no ETA, sino su violencia), el Gobierno tripartito tiene un objetivo, la "normalización política", que en su concepto significa el triunfo del soberanismo, una alternativa política que presenta como un "principio democrático" fundamental, y no como una opción partidista. En otras palabras: condena la violencia de ETA (por ética) pero exige se acepte su propuesta, el derecho a decidir, que intenta colar como un principio suprapartidista. Pero el hermeneuta no entiende a qué viene ese lío entre ética y democracia. Ni el cabreo del Gobierno cuando largó ese chorreo, qué mosca les picaría. Así las cosas, toca pedir que se haga al santo Job patrono de los vascos y recordar cuando respondió al Señor y dijo: "Sé que todo lo puedes, que ningún plan está fuera de tu alcance" (Job, 42:1). Tal ha de ser nuestra paciencia.
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