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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Mujeres que arrebatan

El Teatro Real ha optado por una solución contundente a la hora de elegir qué versión de la ópera Tancredi, de Rossini, debía representar. Entre la estrenada en Venecia en febrero de 1813 con final feliz, y la presentada en Ferrara unos meses después y con conclusión trágica, ha optado por ir alternando las dos, con repartos diferentes en una y otra, al menos en los principales papeles. Ayer subió a escena la de Venecia y mañana lo hará la de Ferrara. Normalmente suele representarse por esos mundos la versión con final feliz, pero a veces se ha optado por soluciones tan pintorescas como la que puso en práctica el Festival de Schwetzingen, poniendo un final después del otro, separados por una pequeña pausa, en la misma sesión. En Madrid se representó esta ópera por última vez hace diez años en La Zarzuela en la versión veneciana con el tandem Zedda- Pizzi.

Tancredi

De Rossini. Versión de Venecia. Con Daniela Barcellona, Patrizia Ciofi, Bruce Sledge, Umberto Chiummo, Marina Rodríguez-Cusí y Marisa Martins. Director musical: Riccardo Frizza. Director de escena: Yannis Kokkos. Coro y Orquesta Sinfónica de Madrid. Teatro Real, 5 de diciembre.

La dirección musical de Frizza es poderosa y vibrante, pero también tensa
Ciofi y Barcellona resolvieron sus dos dúos con elegancia y apasionamiento

Decía Stendhal a propósito de esta música que "ornamentaba la belleza sin taparla ni recargarla"; también decía que habría que volver "al estilo encantador de Tancredi cada vez que nos canse el excesivo ruido o nos aburra la excesiva simplicidad". ¿Contrastamos estas palabras de Stendhal con lo que se vio y escuchó ayer en el teatro Real? Se puede intentar. El director de escena griego Yanis Kokkos se acerca a la historia como si fuese un cuento medieval y lo pone en correspondencia con el teatro de máscaras y, sobre todo, con la estética narrativa de las marionetas sicilianas, subrayando lo que en estas hay de capacidad de fabulación y leyenda.

Es una solución, que cuando mejor funciona es cuanto mayor es el despojamiento: la primera escena de Tancredo, con las almenas y la palmera, por ejemplo. Cuando se recurre a la fantasía popular aquello adquiere un sentido; cuando se recarga la escena -al principio y final, por ejemplo- se banaliza la poesía visual. Parecidas consideraciones se pueden aplicar a la dirección musical de Riccardo Frizza. Vaya por delante que es poderosa, segura y vibrante pero también tensa y con exceso de protagonismo en ocasiones. Le falta encanto y, sin embargo, es brillante. Cuando se pone al servicio del canto, como en el segundo dúo de Tancredi y Amenaide, es excelente, y es que, como decía Stendhal, hay que ornamentar la belleza - en este caso vocal- "sin taparla ni recargarla". Lo cierto es que con Kokkos y Frizza se obtienen resultados artísticos académicamente impecables, pero a cierta distancia sentimental. La melancolía se desvanece en función del artificio. Y eso, en Rossini, se nota mucho.

Hoy va la cosa de citas literarias. Escribió el gran poeta Leopardi a su hermano Carlo después de escuchar esta ópera: "Lloraría si tuviese el don de las lágrimas". Las emociones, pilar fundamental de la ópera, las trajeron ayer las mujeres. Todas ellas, pero en especial Patrizia Ciofi y Daniela Barcellona. En sus intervenciones solistas o cantando a dúo. Claro que Tancredi permite dos dúos entre ellas que si se hacen bien pueden llevar al llanto. Son esos momentos de Rossini que llevan a la felicidad a través del canto.

Ciofi y Barcellona resolvieron sus dos dúos con elegancia y apasionamiento, especialmente el del primer acto. La soprano desde la sensibilidad, Barcellona desde la fuerza. Y en solitario revalidaron su gran clase, con arrebato, con sentido melódico, con estremecimiento. El tenor pasó sin pena ni gloria. Era día de mujeres.

Los cuerpos estables de la casa -orquesta y coro- respondieron a su nivel habitual. Han alcanzado esa cota de profesionalidad que supone una garantía para el espectador. Las actuaciones excepcionales, en el caso de la Sinfónica de Madrid, se limitan a días muy contados. En cuanto al Coro que dirige Jordi Casas, no se acaba de desprender de cierta rigidez. Le falta un puntito de naturalidad. Cantan bien, en cualquier caso. En resumen, fue un espectáculo cargado de sugerencias, de estímulos, aunque sin la continuidad que se podía esperar de los mimbres de partida. Tal vez se ha pagado la presión ambiental del estreno y las representaciones alcancen una mayor redondez en los días sucesivos. Hay ideas, hay cantantes que arrebatan, hay un director musical con ganas de triunfar, hay un director escénico que sorprende con algunos hallazgos visuales. Y hay una apuesta del teatro Real, con rigor filológico.

La versión de Ferrara, la más pegada al espíritu del texto original de Voltaire, cuenta con un reparto encabezado por Ewa Podles, Mariola Cantarero y José Manuel Zapata. Se estrena mañana. Puede ser muy curiosa.

Escena de la ópera <i>Tancredi</i>, representada ayer en el Teatro Real.
Escena de la ópera Tancredi, representada ayer en el Teatro Real.
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