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Columna
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La dificultad de exportar valores

Andrés Ortega

Europa se considera exportadora de valores; los suyos, claro. Pero se puede encontrar con serios problemas en este comercio de ideas. Desde luego no se trata de exportarlos a la neocon en la punta de las bayonetas, sino de otra manera. Hoy se presenta en Madrid el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, en sus feas siglas inglesas), independiente, creado para, al estilo del que con un nombre similar surgió en EE UU en 1921, servir de acicate a la política exterior de la Unión. Uno de los objetivos del ECFR es, justamente, contribuir a que "el poder transformador europeo puede llegar más allá de su vecindad inmediata. La Unión Europea debe aprovechar su posición para promover los valores en los que creemos, tanto en otras partes del mundo como en las instituciones multilaterales".

Una creciente parte del mundo no sigue a Europa en su defensa de democracia y derechos

Primer problema: de credibilidad. El paso por varios países europeos de los tristemente famosos vuelos de la CIA con destino a Guantánamo u otros lugares ha socavado seriamente la solidez de los valores europeos. Es una vergüenza que extiende una oscura sombra sobre demasiados gobiernos. Se añade el hecho de que en la lucha contra el terrorismo algunos Estados han suprimido o atado muy corto el hábeas corpus, especialmente en el país que inventó este derecho, Inglaterra. La UE ha rebajado su nivel de exigencia democrática y de Estado de derecho. Lo que mejor ha hecho la UE estos años, aunque con un coste interno elevado sobre su cohesión y funcionamiento, no ha sido exportar valores sino importar países y en el proceso transformarlos. Cabría añadir el fracaso de Europa en los Balcanes y especialmente en Kosovo, pues de un fracaso se trata si no ha logrado que pueblos diferentes logren convivir bajo un mismo sistema político. Se tendrán que reencontrar en la UE, cuando algún día sean importados en su seno. Se podría añadir el empuje europeo (y estadounidense) a las elecciones en Palestina, y cuando las ganó Hamás, no sólo no gustó el resultado, sino que se le ha hecho el vacío al Partido de Dios. Así la cita de Annapolis quedó coja.

Segundo problema que suscita esta política es que quizás una buena parte del resto del mundo no siga. "No hay una imparable tendencia hacia el triunfo del tríptico de mercados, democracia y derechos humanos", señalaba recientemente en la Conferencia Anual en París del Instituto de Estudios de Seguridad de la Unión Europea el alto representante, Javier Solana. "La globalización", añadía, "significa que formas no occidentales de capitalismo están floreciendo. Algo que también es verdad en términos políticos e ideológicos", añadía citando el ejemplo de China que produce "fascinación" en algunos por el hecho de haber logrado un notable progreso económico y estabilidad "con un sistema político diferente del nuestro". Se puede ir más lejos. Probablemente, esos países querrán que se reconozca de forma más amplia sus valores, sus sistemas y sus culturas.

Estamos asistiendo al crecimiento del poder de Estados no democráticos con peso ya sea demográfico, comercial o energético, como China, una dictadura, o Rusia donde el relativo avance hacia la democracia se ha parado en favor de un nuevo autoritarismo reflejado en el éxito del partido Rusia Unida impulsado por Putin en las elecciones de ayer a una Duma que poco pintar. Los rusos no parecen darle prioridad a la democracia. Pero no es sólo Rusia. Otros países de su derredor se han agarrado a este retroceso para reintroducir métodos soviéticos en sus sistemas.

Además, a medida que aumente su peso como actor internacional, en la Unión Europea puede predominar un mayor realismo, en detrimento de esos valores, y de la exportación de estabilidad sobre todo en su vecindad inmediata. Hay un retorno de la Macht-politik (política de poder), un paso más respecto a la Realpolitik, por parte de algunos Gobiernos europeos y extraeuropeos, aunque algunos impulsen ahora de nuevo el discurso de los derechos humanos, como Merkel. El Gobierno de Zapatero, por su parte, está a punto de lanzar un Plan Nacional sobre Derechos Humanos. En París, fueron un chino y un indio los que recordaran que la UE tiene ideas brillantes pero las confunde con sus objetivos y su papel. Eso parece Europa, una fábrica de ideas que no necesariamente compra el resto del mundo, especialmente el más lejano y que se está asentando con mayor peso. Más cerca, ¿estará la Unión Europea a la altura en su próxima cumbre con África en Lisboa? Si no lo hace, África tiene ahora otros socios posibles e interesados, desde los chinos a Estados Unidos. aortega@elpais.es

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