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DIA CONTRA EL SIDA
Columna
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La cara oculta de la enfermedad

Desde el primero de diciembre de 1981 en que se diagnosticó el primer caso, el sida ha matado a más de 25 millones de personas en todo el mundo. A finales de 2006, más de 33 millones vivían con la enfermedad y sólo el pasado año se produjeron más de cuatro millones de nuevas infecciones. Después de 25 años de luchar contra ella, es cierto que la comunidad internacional y los gobiernos, tanto de los países industrializados como de los países en desarrollo, se han comprometido política y presupuestariamente contra la propagación de la enfermedad, y en estos momentos disponemos de programas de prevención e información, y tratamientos eficaces que pueden invertir la tendencia.

Sin embargo, y pese a estos avances, la infancia ha sido y sigue siendo en gran medida la gran ausente de la agenda del sida, es la cara oculta del sida. Se calcula que en la actualidad hay más de dos millones de niños infectados por el VIH y cada día que pasa debemos agregar casi dos mil nuevas infecciones de niños menores de 15 años -la mayoría de ellas, por transmisión de madre a hijo- y de más de 6.000 jóvenes -cada vez, más mujeres- de entre 15 y 21 años.

La infancia sigue siendo la gran ausente de la agenda del sida

Pero el sida no afecta sólo a la supervivencia de aquellos niños, niñas y jóvenes infectados por el virus, sino que la enfermedad tiene unas repercusiones en el desarrollo y bienestar de la infancia -y por tanto, de la sociedad en su conjunto- mucho más allá de los propios datos epidemiológicos, ya por sí mismos alarmantes. El sida deja a millones de niños y niñas huérfanos, solos, privándoles del cuidado, el amor y la protección de sus padres; les aleja de sus compañeros de juego, de sus maestros y de su educación, al obligarles a abandonar la escuela para atender a sus familias enfermas o a sus hermanos menores. En muchas ocasiones, deben asumir responsabilidades de adultos, trabajar, lo que les hace vulnerables a la explotación y al abuso. Cambian sus modelos de conducta, sienten vergüenza y miedo, y muchos de ellos, especialmente las niñas, deben hacer frente a la estigmatización y a la discriminación. El sida deja a los adolescentes y jóvenes sin medios, sin oportunidades para ganarse la vida. Les priva, en definitiva, de una esperanza para el futuro.

Decía que la infancia ha sido la cara oculta del sida: todavía sigue siendo difícil encontrar estadísticas y cifras mundiales de niños y niñas afectados por la epidemia. Solamente un 5% de los niños seropositivos tiene acceso al tratamiento pediátrico, que es, además, caro y difícil de administrar a los muy pequeños. Se estima que en el mundo hay 15 millones de niños huérfanos por causa del sida, de los cuales ni siquiera una décima parte reciben algún apoyo público. Cada 15 segundos un joven contrae el VIH y las pruebas de detección del virus sólo están accesibles para un 12% de quienes desean hacérselas.

Para asegurar una próxima generación de niños y niñas libres de sida y que no sufran sus consecuencias, Unicef, trabajando coordinadamente con otras organizaciones y líderes mundiales, ha lanzado la campaña Unidos por la infancia, Unidos contra el sida que propone, de forma urgente, cuatro objetivos prioritarios para 2010 conocidos como las cuatro P: Prevenir la transmisión del virus de madre a hijo, lo que implica el acceso universal a los medicamentos antirretrovirales e intentar prolongar la vida de los padres para impedir que los niños queden huérfanos; proporcionar tratamiento pediátrico con antirretrovirales y cotrimoxazol que, con un coste muy bajo, evita muertes por otras enfermedades oportunistas; prevenir la infección entre los adolescentes y jóvenes, proporcionándoles información sobre salud sexual y reproductiva para evitar situaciones de riesgo, y generalizar el acceso a las pruebas de detección del VIH; y, por último, proteger y ayudar a los niños afectados por el sida, apoyando en primer lugar a sus familias y a las comunidades en que viven, asistiendo a los niños huérfanos, ofreciéndoles apoyo psicosocial y económico, y asegurando su acceso a los servicios básicos de salud y educación.

Es un hecho que el sida no sólo afecta a aquellos que lo padecen, sus tentáculos van mucho más lejos, como he intentado apuntar brevemente. Si los niños, niñas y jóvenes que conviven de alguna manera con la enfermedad tienen hambre, están débiles, se encuentran mal, no pueden asistir a la escuela en condiciones óptimas, sufren traumas, están solos y carecen de oportunidades, es muy difícil que el mundo alcance sus compromisos de desarrollo y paz.

Teresa Infante es presidenta de Unicef-Comité País Vasco.

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