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CÁMARA OCULTA
Columna
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Censura pechugona

En el reciente festival de Huelva se ha rendido homenaje a Isabel Sarli, la mujer de fuego del cine argentino. En los años sesenta y setenta esta pechugona actriz protagonizó unas 30 películas, de títulos tan graciosos como La tentación desnuda, Insaciable, Lujuria tropical, Fuego, Fiebre, Desnuda en la arena... y especialmente Carne, que causó sensación por la secuencia en la que era violada siete veces en un matadero, ella, que casi siempre hacía de chica inocente a pesar de su mirada voluptuosa y de los voluminosos pechos que le dieron fama.

Lógicamente, en la España de aquellos años la Sarli estuvo prohibida. Hubo que esperar a que desapareciera la censura para que pudiéramos disfrutar de algunas de aquellas divertidas joyas.

Todas estas películas tuvieron problemas con la censura también en Argentina. En consecuencia, su director, Armando Bo, pareja de la Sarli, se convirtió en el adalid de la libertad de expresión. Se enfrentó a jueces y fiscales, protestó públicamente ante cada tropelía censora, inventó trucos para salirse con la suya. Para justificar las tórridas escenas de uno de sus filmes tuvo el desparpajo de incluir este mensaje: "Dios dio a los animales y a los hombres el sexo para reproducirse y el amor como sentimiento. A Él me remito a través de esta película".

En España no ha habido un fenómeno parecido. Los censores fueron mojigatos y asustadizos, llegando a veces más lejos que los curas y militares que les dirigían. Se les ponía el pelo de punta cuando veían un pezón o se mareaban ante una insinuación erótica. Cuando la censura se había quedado corta, a juicio de los grupos ultras, éstos ponían bombas en los cines -La prima Angélica, en el Balmes de Barcelona- o rezaban de rodillas ante los cines -Je vous salue Marie, en el Alphaville de Madrid-. Hace 10 años desapareció oficialmente la censura, aunque después de esa fecha los militares secuestraron El crimen de Cuenca e intentaron meter en chirona a su directora, Pilar Miró. Y es que la censura nunca cesa, sea por vía económica o por vía judicial, como ahora contra El jueves. La censura del franquismo puede provocarnos risa ahora, pero en el recuerdo da miedo; quienes no la conocieron quizás no puedan imaginarse cuanto entonces ocurrió, pero los que la soportamos quedamos marcados posiblemente para siempre. Celebremos, por tanto, el aniversario de esta tregua. Y bienvenida sea Sarli, a pesar de los pesares.

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