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Sarkozy gana el pulso al desafío sindical

Nueve días de huelga en el transporte se diluyen en una Francia abierta a las reformas

Nicolas Sarkozy pudo emprender ayer su viaje oficial a China con la tranquilidad de saber que dejaba en calma el frente interior. Han hecho falta nueve días de huelga y caos para romper el tabú que marcó el largo mandato de su predecesor en el Elíseo: se puede reformar Francia. El pulso con los sindicatos de los transportes públicos, opuestos a la reforma de los regímenes especiales de pensiones, ha sido la primera batalla. Perderla, aseguraban desde el entorno presidencial, hubiera cerrado la puerta a cualquier cambio.

La parálisis del mandato de Chirac ha terminado. El país no es el mismo

Ahora cantan victoria. Primero con la boca pequeña -"no habrá vencedores ni vencidos"-, pero enseguida remachando el clavo. El presidente, que en los momentos más tensos prometió un paquete de medidas para mejorar el poder adquisitivo de los franceses, se permite aplazar esta cita, mientras insiste en que los ciudadanos han sido "rehenes" de los huelguistas.

En la suite de 800 metros cuadrados que le han preparado las autoridades de Pekín, repasará las encuestas, que señalan que el 70% de los franceses era contrario a la huelga, o las cifras que exhibe su partido, la Unión por un Movimiento Popular (UMP), que durante el conflicto recibía hasta 350 solicitudes diarias de ingreso.

El paralelismo con el Reino Unido de los años ochenta y la primera ministra Margaret Thatcher parece inevitable. Pero ni Francia se parece al Reino Unido de los ochenta, ni Sarkozy es la reencarnación de la Dama de Hierro. La etiqueta de feroz ultraliberal dispuesto a reducir el Estado francés a poco más que un administrador de fincas le cuadra muy poco al inquilino del Elíseo, que sigue pensando que Francia es, ante todo, Estado, aunque pretenda que la Administración funcione mejor y deje de despilfarrar el dinero de los contribuyentes y, también, por qué no, que sus amigos millonarios sigan ganando dinero.

Como viene sucediendo en Francia, cualquier negociación debe venir precedida por un pulso. No es posible todavía una reforma concertada con todos los actores sociales reunidos en torno a una mesa. Nueve espantosos días y una gran jornada de protesta que parecía dibujar una situación insurreccional, desembocaron en un incidente, el miércoles de madrugada, que cambió el color del horizonte: sabotajes en las vías de los trenes de alta velocidad que sólo podían llevar a cabo gente conocedora del sistema de funcionamiento de los TGV. La noticia salió cuando comenzaban las negociaciones tripartitas. "Cobardes" fue el calificativo más suave que los sindicatos utilizaron para los saboteadores. Y aquella misma mañana llegó la propuesta de volver al trabajo que al día siguiente votaron casi todas las asambleas de las federaciones.

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"Se cierra un ciclo abierto en 1995", dicen desde el Gobierno, recordando la huelga que, por razones muy parecidas, mantuvo a Francia paralizada durante tres semanas y acabó doblegando al primer ministro, Alain Juppé, y marcando la parálisis brezneviana del largo mandato de Jacques Chirac. Pero el mérito no es sólo del presidente. El país no es el mismo, empezando por los sindicatos. Bernard Thibault, el mismo líder que encabezaba entonces a los trabajadores de los ferrocarriles de la Confederación General del Trabajo (CGT), ahora, como secretario general del principal sindicato de Francia, ha abierto la puerta a la negociación, jugándose su propio puesto.

El Gobierno también ha hecho concesiones. Queda intacta la esencia de la reforma: la cotización para acceder al 100% de la jubilación en el caso de los ferroviarios pasa de 37,5 a 40 años (los mismos que el resto de los trabajadores franceses); las pensiones se actualizarán en función del IPC y las jubilaciones anticipadas serán penalizadas. Pero el Ejecutivo forma parte de las mesas negociadoras junto a las empresas y se calcula que sólo las compensaciones que recibirán los trabajadores de los ferrocarriles, la SNCF, superan los 40 millones anuales.

La huelga, por otra parte, ha sido el gran escaparate de la extrema izquierda. El Partido Socialista, todavía enfermo y desarbolado, consciente de la impopularidad de la huelga entre las clases medias, no tuvo más remedio que desaparecer y mantenerse al margen del conflicto.

Un grupo de estudiantes se manifiesta contra la reforma universitaria en la ciudad francesa de Lyon el pasado jueves.
Un grupo de estudiantes se manifiesta contra la reforma universitaria en la ciudad francesa de Lyon el pasado jueves.AFP
Nicolas Sarkozy, en el palacio del Elíseo, tras un reunión ministerial.
Nicolas Sarkozy, en el palacio del Elíseo, tras un reunión ministerial.AFP

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