La vena romántica de Artur Mas
En noviembre de 2005, Artur Mas pronunció una interesante conferencia en la que trataba de reanimar ideológicamente al nacionalismo moderado catalán con una importante inyección de ideología liberal. Era un discurso atrevido en el ámbito del nacionalismo conservador, que ha vivido siempre encadenado a la idea muy católica de que el liberalismo es pecado. Y, sin duda, era una ruptura significativa con el pujolismo. Pero la incompatibilidad de fondo entre liberalismo y comunitarismo nacionalista hizo que el esfuerzo de Mas se fuera diluyendo. La frustración por no poder gobernar, después de haber llegado en cabeza en las elecciones autonómicas de 2006, hizo el resto. Artur Mas se encontró con una coalición desorientada por tener que seguir en los fríos páramos de la oposición; con un partido que, a falta de mejores recursos ideológicos, iba perdiendo su rumbo atraído por los cantos de las sirenas independentistas de Esquerra Republicana; con un socio de coalición, Duran Lleida, decidido a asumir la condición de derecha catalana con todas sus consecuencias, y con su propio liderazgo debilitado, por mucho que nadie osara ponerlo públicamente en cuestión.
Ante esta situación, Artur Mas ha optado por escenificar una apelación a la refundación del catalanismo. Aparentemente, se trataba de una propuesta suprapartidaria, dirigida a todas las fuerzas políticas catalanistas. Pero, el día anterior al pomposo acto refundacional, Artur Mas colocó en la sede de Convergencia Democràtica un rótulo que dice así: "La casa grande del catalanismo". El carácter abierto de la propuesta quedaba en entredicho.
Y llegó el momento solemne de la conferencia-manifiesto. El liberal de hace dos años apareció metamorfoseado en un nacionalista romántico. Al decir de Artur Mas, ha llegado el momento de abandonar la expresión "ciudadanos de Cataluña", que utilizó Tarradellas a su regreso, y sustituirla por "catalanes". Una regresión de 200 años: de una identificación objetiva, que reconoce a todos los ciudadanos los mismos derechos frente a las instituciones y al Estado, Artur Mas nos invita a pasar a una identificación subjetiva, que es un mecanismo automático de exclusión, de división de los catalanes entre catalanistas -patriotas, si se prefiere- y catalanes administrativos, como dijo, en desafortunada expresión, a la periodista Mónica Terribas. En este contexto, no es extraño que Artur Mas convoque al catalanismo a la mística tarea de "ocuparse del alma de la nación catalana", de la que, por otra parte, sólo sabe decirnos que "es aquello que hace grande, próspera, sentida y amada" a Cataluña. Ciertamente, el destino del alma es el misterio.
De estos territorios esotéricos, Artur Mas pasó sin solución de continuidad a uno de los ejercicios de los que Pujol era maestro: la ambigüedad calculada. La afirmación estrella de la conferencia es la reivindicación del derecho a decidir. Pero una vez hecho el guiño a soberanistas e independentistas, la afirmación se pierde en el territorio de lo eufémico. ¿Derecho a decidir qué? A decidir "por nosotros mismos sobre aquello que nos es propio". ¿Y qué nos es propio? A lo largo de su discurso, Artur Mas plantea el derecho a decidir en tres cuestiones: sobre las infraestructuras, sobre el concierto económico y ante un hipotético rechazo del Estatut por el Constitucional.
Puesto que el derecho a decidir es la gran novedad de su discurso, cabría esperar que la pieza angular de la propuesta fuera una hoja de ruta para alcanzar el pleno ejercicio de este derecho. Artur Mas no quiere asustar al bloque conservador mayoritario en su electorado. De modo que en vez de un calendario hay un encadenado de cautelas. El derecho a decidir se irá perfilando según la coyuntura de cada momento y sólo se ejercerá en temas que alcancen un consenso social muy amplio.
Artur Mas, conforme a la querencia por la ficción propia del nacionalismo, reserva la hoja de ruta para algo que ni siquiera se sabe si ocurrirá: el hipotético rechazo del Estatut por el Constitucional. Y allí las cartas quedan boca arriba: el plan B tiene por objetivo llevar de nuevo a CiU al gobierno. Ya sea con un gobierno de coalición de todos los que acepten el Estatuto del 30 de septiembre, el que salió del Parlamento catalán, o con unas elecciones anticipadas. O sea, que al final todo queda claro como el agua: la refundación del catalanismo es una estrategia para que CiU recupere el poder. Y Artur Mas necesita que el Constitucional se cargue el Estatuto, para tener un banderín de enganche para su ofensiva. Lo demás, parafernalia. El Artur Mas rupturista de hace dos años ha entrado por la senda de un neopujolismo sin sorpresas. -
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