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Estamos mal..., pero vamos bien

Antón Costas

No hay nada que favorezca tanto la creación de riqueza y el progreso social como la confianza en el éxito. Las historias del desarrollo de los países confirman este aserto. De forma más pedestre nos lo decía nuestro entrenador de fútbol en el instituto: si cuando vas a tirar el penalti piensas que fallarás, seguro que fallas.

El pesimismo, por el contrario, dificulta el dinamismo emprendedor y la creación de riqueza. Los derrotistas se comportan como el que lanza piedras contra el propio tejado; o el que escupe al cielo. Se perjudican a sí mismos y a los que están a su lado.

Por eso, es preocupante el pesimismo y el derrotismo que difunde una parte de nuestros responsables políticos y algunos representantes corporativos apoyándose en las incomodidades y molestias que causan las nuevas infraestructuras de Barcelona.

El Círculo de Economía realiza autocrítica en su documento, algo que no es usual

Ese pesimismo tendría alguna razón de ser si las molestias fuesen producidas por túneles, aeropuertos o vías que se caen de viejas. Pero no, como es el caso, cuando las incomodidades son producidas por inversiones en nuevas infraestructuras que favorecerán el progreso económico y mejorarán nuestro bienestar.

Se tendrían que haber planificado mejor. Sin duda. Por eso hay que exigir responsabilidades a todos los niveles. Pero, no lo olvidemos, siempre se hubiesen producido molestias e incomodidades. Porque construir nuevas infraestructuras en una ciudad densamente poblada y construida como es Barcelona es como meterse a hacer obras de mejora en la vivienda propia: las incomodidades y molestias son inevitables. Pero las soportamos porque son el precio que hay que pagar para tener mayores comodidades futuras.

Las ciudades dinámicas, emprendedoras, exitosas, son ciudades incómodas. La incomodidad es un componente del progreso, del cambio. El que quiera comodidad que se vaya a vivir a ciudades-balneario, como Alicante o Miami.

Las incomodidades que sufrimos son más intensas debido a que Barcelona quedó olvidada por el Estado desde 1992. Pero también porque el poder autonómico receló de Barcelona, olvidando que la Barcelona metropolitana es el corazón del país, y que si falla, dejará de bombear la riqueza que circula por el resto de arterias y venas de Cataluña.

Quizá es por ser conscientes de esto que los ciudadanos, aun estando irritados, se muestran más comprensivos con las incomodidades que los propios políticos. Saben que el que algo quiere algo le cuesta. De ahí que, al final, premien al que tuvo los arrestos de hacer lo que era necesario, aunque fuese molesto.

Permítanme un ejemplo. Cuando el alcalde Ruiz-Gallardón emprendió en Madrid una serie de obras de mejora, con túneles por toda la ciudad, fue duramente criticado por las molestias e inconvenientes que causaban. Pero, en vez de amilanarse, lanzó una eficaz campaña informativa con el lema imagina que nada cambiase, recordando a los madrileños que las obras eran para mejorar. Al final le premiaron con la mayoría absoluta.

¿Por qué las fuerzas políticas catalanas y algunos representantes corporativos se han puesto a liderar el malestar en vez de atemperarlo? ¿Por qué ese incitar a los ciudadanos a reclamar compensaciones y gratuidad, y ese amenazar con la rebelión fiscal? ¿Son conscientes de que están propiciando una cultura pedigüeña y querulante, que destruye el sentido de responsabilidad individual?

Posiblemente creen que encabezando el malestar obtendrán réditos políticos. Pero es la estrategia del "cuanto peor, mejor". Será bueno para ellos, aunque lo dudo, pero es malo para Barcelona, y para el país.

Pero las molestias de las infraestructuras no explican todo el pesimismo. Hay otras causas menos visibles. El pesimismo es el resultado de un virus que ha debilitado la confianza en el espíritu emprendedor catalán para afrontar el desafío de la globalización. Tiene que ver con la psicología social y no con las infraestructuras. Erradicarlo exige una nueva cultura empresarial.

Por eso es importante la posición que ha adoptado el Círculo de Economía en su reciente documento sobre la Responsabilidad social de los empresarios. Contiene dos novedades que cambiarán los términos del actual debate.

La primera es una autocrítica empresarial, algo que no es usual ni en este ni en ningún otro colectivo. El no haber hecho esto con anterioridad ha llevado a las asociaciones empresariales a utilizar un mecanismo psicológico: el desplazamiento de la responsabilidad hacia los políticos. Todo lo malo era culpa de los políticos y/o de la falta de inversiones públicas. Reconocer la responsabilidad propia ayuda a formular una nueva cultura y, por otro lado, no impide mantener la exigencia de mayores inversiones públicas.

La segunda novedad es la defensa de una nueva cultura empresarial. Cultura entendida en su sentido antropológico: las actitudes y los valores necesarios para tener éxito en la nueva economía global. El Círculo no dice que se haya perdido espíritu emprendedor, sino que alguno de los valores y conductas que en el pasado fueron exitosos (individualismo, santo temor al endeudamiento, el "no cambiar mientras las cosas funcionen") hoy son una rémora para el crecimiento.

No tengo hoy espacio para profundizar en los elementos de esta nueva cultura. Pero es alentador ver como empresarios que hasta ahora actuaban individualmente comienzan a asociarse para entrar en nuevos proyectos; y ver como empresas medianas exitosas se abren a nuevos inversores no para vender, como se hizo en el pasado, sino para crecer. Esto es importante. Porque cuando se deja de pensar en crecer se deja de ser empresario. Puede seguir siendo un buen gestor de su empresa, pero no un empresario.

Está emergiendo una nueva cultura empresarial. Y esto es lo que me hace pensar que aunque estamos mal, vamos por el buen camino.

Antón Costas es catedrático de Política Económica de la UB.

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