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Reportaje:

Formas de evitar nuestra extinción

La desaparición de las especies se ha disparado. ¿Qué hará el ser humano cuando le llegue el turno?

La especie humana es única, domina la Tierra y además ha demostrado a lo largo de sus 100.000 años de historia ser enormemente versátil. Sin embargo, los que se dedican a estudiarla no creen que estas características sean suficientes para garantizar su supervivencia a corto, medio o largo plazo, y los que se interrogan sobre su futuro no se ponen de acuerdo siquiera en lo que está dibujando su presente.

¿Llegará el hombre a ser mitad biológico y mitad electrónico?
Para muchos expertos, la clave está en el cambio climático
En sólo decenas de miles de años surgió la amplia panoplia de razas
La evolución natural ya no es el primer factor de mejora de la especie

Una incertidumbre a la que estos expertos (tecnólogos, demógrafos, biólogos, paleontólogos, antropólogos y genetistas) dan forma de preguntas. ¿Cuándo le llegará el turno de extinguirse a la especie humana? ¿Se mantiene la evolución darwiniana -la selección natural biológica- como la mayor fuerza para el cambio o ha sido superada por la evolución social y cultural?

Se interrogan además sobre si la especie humana puede, e incluso debe, mejorarse a sí misma introduciendo cambios genéticos que se transmitan a sus descendientes e interfiriendo así en la evolución natural. ¿Llegará el ser humano a ser mitad biológico mitad electrónico y vivirá parcialmente en Internet? Una batería de preguntas a la que un grupo de expertos convocados recientemente por el Laboratorio y la Organización de Biología Molecular europeos (EMBL y EMBO, en sus siglas inglesas), en la ciudad alemana de Heidelberg, han tratado de dar respuesta. Éstas son algunas de sus reflexiones.

"La Tierra será teóricamente habitable durante 5.000 millones de años más, así que el Homo sapiens tiene mucho más tiempo por delante que tras él. Y si sobrevivimos otros 100.000 años ¿cómo seremos y por qué nos importa saberlo?", se pregunta para empezar Andrew Moore, director del programa Ciencia y Sociedad en el EMBO. "Nuestro medio ambiente, que cambia rápidamente, es un factor muy importante para nuestro futuro y la supervivencia de los humanos no tiene por qué depender de los mismos factores que la supervivencia de otras especies". Y es que para muchos, aunque no para todos, el reto más urgente es el cambio climático. "Si sobrevivimos a este cambio climático..." es una coletilla constante en las reflexiones en Heidelberg.

El estudio del pasado ya ha dejado claro que los cambios climáticos son una de las armas más poderosas de la naturaleza para cambiar el rumbo de la vida en la Tierra. Una crisis medioambiental de alcance, que afectara a la productividad agrícola y a la respuesta cultural al estrés, podría ser suficiente para extinguir la especie humana, estima Jay Stock, experto en evolución de la Universidad de Cambridge. O al menos la civilización occidental, que actualmente está dominando el mundo a través de la globalización. "Todas las civilizaciones que hemos conocido han caído y la nuestra también caerá, obviamente. Podría ser por un cambio climático, no lo sabemos", opina el antropólogo canadiense Jerome Barkow.

La duración media de una especie se estima en un millón de años, pero la tasa actual de extinción de especies es 1.000 veces superior a la media que se deduce del estudio de los fósiles a lo largo de millones de años. ¿Quiere eso decir que la crisis medioambiental nos aboca a la sexta extinción en masa conocida en la historia de la vida en la Tierra, 65 millones de años después de la desaparición de los dinosaurios?

El riesgo existe, según el finlandés Ikka Hanski, de la Universidad de Helsinki, si no cambia la forma del ser humano de encarar los problemas de su medioambiente.

Sin embargo, el punto en el que menos coinciden los expertos de los distintos campos es si estamos sometidos a la presión selectiva ambiental, la que hace que sobreviva y tenga descendientes el más apto. Para biólogos y paleontólogos está claro que siguen funcionando los mecanismos biológicos, probablemente tan antiguos como la vida, que no detectamos hasta el siglo XIX, de la mano de Darwin.

El genetista y paleontólogo Mark Stoneking, que descubrió el gen de los pelirrojos en la especie extinta neandertal junto al español Carlos Lalueza Fox, menciona ejemplos comprobados, como los cambios genéticos para tolerar la lactosa o resistir a la malaria que se han producido en la breve historia de la especie humana actual.

El ejemplo más llamativo es el las llamadas razas humanas: En sólo decenas de miles de años, con la acción conjunta de la evolución y las migraciones, surgió la panoplia de distintos rasgos y tonos de piel que hizo creer hasta el siglo pasado que detrás debía de haber un proceso mucho más largo, de millones de años.

También existen ejemplos de presión selectiva, la que ejercen actualmente enfermedades epidémicas como el sida, la tuberculosis o la malaria, que causan millones de muertes al año, de personas que sucumben a la fuerza ambiental de la enfermedad. Aunque igualmente hay evidencias de que la presión selectiva se ha aflojado. Por ejemplo, la reducción del tamaño de los dientes y las mandíbulas, porque el ser humano ya no necesita la capacidad de masticación indispensable en el pasado. De ahí que, en muchas personas las muelas del juicio no tengan sitio donde desarrollarse.

A pesar de estos datos, nadie niega la importancia de la cultura como motor de la evolución humana. "Hace ya entre 50.000 y 60.000 años que se puede hablar de cultura, y de su compañera, la tecnología. En los humanos la evolución biológica está condicionada fuertemente por la cultura", comenta Stock. "No existen límites definidos entre la evolución natural y la cultural", opina la alemana Eve-Marie Engels, catedrática de Bioética en Tubingen.

Pero el estadounidense James Hughes es más tajante: "La evolución biológica ha terminado o es mucho menos importante que hace 20.000 años. No existe ya una selección biológica real, lo que les pase a mis hijos dependerá de en qué condiciones vivan, no de sus características biólógicas".

De la discusión surgen dos conclusiones. La primera: "No nos hemos aislado totalmente de la naturaleza, la evolución continúa, pero no sabemos exactamente lo que está pasando". Y la segunda: "La evolución es menos importante porque nos adaptamos a nuestro ambiente y sobrevivimos por la transmisión social de gran cantidad de información acumulada".

Si la evolución natural no es ya el principal mecanismo de mejora de la especie humana y ésta dispone de un amplísimo bagaje de conocimientos, la pregunta entonces es si el ser humano puede o debe mejorarse a sí mismo y a sus descendientes. Según Engels, esta cuestión no es nueva: "Estamos trascendiéndonos permanentemente, como ya lo definió Julian Huxley hace medio siglo: la especie humana dirige la evolución sin quererlo, al percibir nuevas posibilidades de y para su naturaleza".

La aspiración de mejorar es tan antigua como el hombre -desde que soñó con la inmortalidad, por ejemplo-, pero cuando ahora se habla de mejorar genéticamente la especie aparecen fantasmas: la producción de una raza de superhombres que mandarán sobre razas "inferiores". Hay quien, al menos, quiere provocar el debate: "Lo que me importa es que las personas sean mejores, más felices y vivan más, y si el resultado es que los que se mejoren evolucionen hacia una especie diferente, incluso hasta el punto de que no se puedan cruzar con la especie humana actual, yo creo que debemos hacerlo", afirma el filósofo británico John Harris, que tiene un nuevo libro sobre la mejora de la especie humana (Enhancing evolution: The Ethical case for making better people, editado por Princeton Press).

"¿Pero quién va a decidir qué es una mejora, y qué mejora es la deseable?", se pregunta Engels. ¿Será un cambio para aumentar la inteligencia de nuestros hijos y nietos o un cambio estético, para evitar la calvicie? ¿Será para evitar la depresión o para tener menos apetito? Al principio serán experimentos en humanos para los que no está clara la justificación ni que exista una buena relación entre el riesgo y el beneficio, comenta la bióloga holandesa Elaine Dzierzak.

Sin embargo, para algunos, como la especialista australiana en bioética Sara Chan, la manipulación genética es únicamente un medio más, que debe regularse en función de los objetivos deseados: "Que exista riesgo no justifica el rechazo sin más. Si, por ejemplo, existe una posibilidad de curar el cáncer de este modo, debemos permitirlo si disponemos de la seguridad necesaria y tenemos la convicción de que funciona". Para otros, como el británico Ian Pearson, no pasará mucho tiempo antes de que a los padres se les exija que mejoren genéticamente a sus hijos, como ahora se les exige que les den educación.

A Pearson, este tipo de discusiones le aburren. Él, que trabaja en British Telecom, es de los que miran mucho más allá. Ve un futuro en el que el Homo optimus se funde con el Homo cyberneticus para dar lugar al Homo hybridus: mezcla de ser humano y máquina optimizados genéticamente, que funcionan en parte en el cerebro humano y en parte en ordenadores. Y, cuando alcancen la conciencia, los robots se fundirán a su vez con el Homo hybridus para dar lugar al Homo machinus, afirma. Además las fronteras entre individuos serán borrosas -se compartirá la conciencia y no se morirá porque habrá un número infinito de réplicas y muchas vidas- y los mundos virtuales añadirán valor al mundo real. Para Pearson, el verdadero problema, que además es otro riesgo para la supervivencia de la especie, es que la tecnología está mucho más adelantada que la ciencia, lo que supone el peligro de poder cambiar el mundo sin saber qué se quiere obtener.

FERNANDO VICENTE

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