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El escepticismo define la reunión de israelíes y palestinos en EE UU

La cumbre fijada para el 26 de noviembre será la primera en siete años

Será poco más que una fotografía. El 26 de noviembre en Annapolis (Estados Unidos) arrancará, siete años después de la última intentona frustrada y si nada se tuerce, una negociación entre israelíes y palestinos que casi nadie augura fructífera. Cunde el escepticismo. Mientras los líderes políticos de una y otra acera hablan y hablan de la cumbre, la desconfiada sociedad israelí poco quiere saber de Annapolis. Y la población palestina, pendiente de la mera subsistencia, apenas atiende a los avatares diplomáticos. Tanto árabes como israelíes coinciden en que un factor novedoso supone un escollo añadido a los de siempre: la irrupción de Hamás como fuerza pujante en los territorios ocupados.

En los últimos siete años han muerto 4.500 palestinos y 1.000 israelíes
Los socios del Gobierno israelí amenazan a diario con abandonar

Las posiciones iniciales no pueden ser más distantes. La delegación palestina eleva el listón de las reivindicaciones y exige límites temporales a la negociación. Los representantes israelíes se niegan a fijar plazos y a abordar el meollo del conflicto hasta después de la conferencia. El primer ministro, Ehud Olmert, y el presidente palestino, Mahmud Abbas, conversan desde hace 11 meses, aunque ambos admiten que los progresos son nulos hasta la fecha. El propio gobernante hebreo asegura, rebajando expectativas: "El propósito de la reunión es crear la atmósfera adecuada para el diálogo". Será un banderazo de salida. Después habrá que afrontar las raíces del conflicto: fronteras, asentamientos judíos, Jerusalén, refugiados, la seguridad de Israel, el agua... Olmert ha prometido que así será. Pero las dificultades se adivinan innumerables.

Henri Kissinger lanzó décadas atrás una sentencia siempre vigente: "La política exterior israelí es su política interior". Sin el carisma de sus predecesores (Ariel Sharon, Ehud Barak o Isaac Rabin), Olmert parece enfrentarse a los políticos hebreos que sólo plantean rechazos categóricos.

Sus principales socios de la coalición de Gobierno amenazan a diario con abandonar el Ejecutivo; el opositor Likud -"Los esfuerzos de Olmert son para conseguir la paz con un socio virtual en una realidad virtual", apunta Benjamín Netanyahu- desprecia la iniciativa, y la derecha fundamentalista, ya soliviantada por el hecho de que se negocie, empapela Jerusalén con carteles en los que aparece el presidente Simón Peres tocado con una kufía palestina. Como en los meses precedentes al magnicidio de Rabin, en 1995. La frase que lanzó en 2001 el hoy ministro de Defensa, Ehud Barak -"No tenemos socio para la paz"-, ha calado en la sociedad israelí.

En la otra orilla, la coyuntura tampoco es halagüeña. El desacreditado presidente Abbas es incapaz de poner orden en Al Fatah, su partido, y en sus milicias, que desafían su poder a cara descubierta. Si en 2000, en los estertores del mandato de Bill Clinton, el proceso de paz se frustró por el asunto de Jerusalén, 4.500 muertes de palestinos y un millar de israelíes después, todo se ha complicado con la súbita aparición de Hamás en la arena política. Son ya dueños de Gaza, y su capacidad para desbaratar el proceso negociador nadie lo pone en duda.

Son legión quienes opinan que en Annapolis sólo se trata de apaciguar este frente de Oriente Próximo porque la Administración de George W. Bush tiene el punto de mira en Irán. Y para ello necesita el apoyo de sus aliados: Egipto, Jordania y Arabia Saudí, siempre susceptibles ante la cuestión palestina, y temerosos a su vez del ansiado poder nuclear de Teherán.

La obsesión de Israel es y será la seguridad. Olmert y Abbas han acordado regresar a la Hoja de Ruta, el plan elaborado en 2003 y cuya primera fase exige el desmantelamiento de las milicias palestinas y la congelación de la expansión de los asentamientos. Pero lejos queda la fecha del desarme de los hombres de Hamás. Es más, abundan quienes auguran que el fracaso del diálogo fortalecerá a los islamistas. Paradójicamente, los servicios de inteligencia militar israelí coinciden con las predicciones de Hamás. "Las posibilidades de éxito tienden a cero", filtraron ayer los espías hebreos.

En las colinas y carreteras de Cisjordania tampoco hay mejorías. La ONG israelí Paz Ahora denunciaba ayer que 88 asentamientos siguen ampliándose y que los más fanáticos alzan nuevas colonias.

Olmert lo admite: "No hemos cumplido nuestra parte". Tampoco las promesas de eliminar controles militares y retirar bloques de cemento -560 en un territorio como La Rioja- que impiden la circulación a los palestinos. Tony Blair, enviado del Cuarteto (EE UU, UE, ONU y Rusia), que todavía tantea el terreno, resume la coyuntura: "La ironía es que el acuerdo final no es muy difícil de ver. Pero el camino está plagado de tensiones".

El primer ministro israelí, Ehud Olmert, asiste ayer a una sesión parlamentaria en Jerusalén.
El primer ministro israelí, Ehud Olmert, asiste ayer a una sesión parlamentaria en Jerusalén.REUTERS

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