Regresan los peones negros
Era pedir demasiado que los manufactureros de la teoría de la conspiración sobre el 11-M renunciasen a seguir aburriendo a oyentes y lectores con historias intoxicadoras una vez que la sentencia dictada por la Audiencia Nacional les había dejado en ridículo. Si el berrinche del locutor estrella de la Radio de los Obispos al enterarse de la demolición de sus injuriosas falsedades tuvo un aire apoplético, el director del diario El Mundo ha permanecido fiel a la hipócrita táctica de negar sus patinazos a la vez que sigue cultivando el subgénero de la desinformación calumniosa. Ni siquiera los portavoces populares han guardado el debido respeto hacia la decisión judicial cacareando al principio con la boca chica. Tras recordar -después de tres años amnésicos- el hecho cierto de que el Gobierno de Aznar detuvo a muchos de los encausados, el presidente del PP promete también apoyo a cualquier investigación "que permita avanzar sin límites en la acción de la justicia".
Sean cuales sean las misteriosas fronteras que la Audiencia Nacional no ha traspasado pero una nueva investigación tal vez podría cruzar, Rajoy se alarma de que la sentencia no condene a los acusados por la Fiscalía de haber sido los inductores -los autores intelectuales en lenguaje lego- del atentado. Los intoxicadores sostienen incluso que esa exculpación constituye la parte relevante del veredicto y la demostración fehaciente de que la instrucción sumarial está salpicada de agujeros negros. La lectura de la sentencia, sin embargo, lleva a conclusiones muy diferentes. Rabei Osman, El Egipcio, es absuelto del cargo de inductor porque la conversación telefónica grabada en Milán en la que parecía jactarse de haber ordenado el atentado del 11-M fue mal traducida por los servicios italianos; una discutible aplicación del principio non bis in ídem le exonera también del delito de pertenencia a banda armada. Tampoco hay pruebas concluyentes de la autoría por inducción de Youseff Belhadj (condenado sólo como integrante de un grupo terrorista) y de Hassan El Haski (castigado únicamente como dirigente del Grupo Islámico Combatiente Marroquí).
Los peones negros ven expedito el camino para buscar al Viejo de las Montañas que planificó y fijó la fecha de la matanza de Atocha; las películas de Fu Man Chu o de James Bond y la manipulación nazi de los Protocolos de los Sabios de Sion y del incendio del Reichstag alimentan esa grotesca paranoia. Ocurre, sin embargo, que la distinción del artículo 28 del Código Penal entre los autores que realizan el hecho por sí solos (o por medio de otro utilizado como instrumento) y los autores que inducen directamente a ejecutarlo resulta innecesaria para este caso. Los siete suicidados de Leganés (¡tantas risotadas a costa de la Cadena SER por haber discutido el 11-M la hipótesis de la presencia de suicidas en los trenes de la muerte!) ofrecen buenos candidatos -Sarhane El Tunecino, Allekema Lamari y Jamal Ahmidad, El Chino- como ideadores y ejecutores del 11-M.
Las embestidas contra la Audiencia Nacional lanzadas desde la Radio de los Obispos y El Mundo recurren -como Goebbels- a la repetición ad náuseam de la ocultación y la mentira para deslegitimar las pruebas reunidas por la fiscalía y aceptadas por el tribunal. Las necedades y falsedades empleadas por los peones negros para construir sus siderales agujeros permanecen incólumes tras la sentencia que las pulveriza. Los objetos inventariados por la policía dentro de la furgoneta Renault aparcada cerca de la estación de Alcalá el 11-M por la mañana habrían sido colocados para desviar la investigación desde ETA hacia el terrorismo islamista. La mochila con Goma 2 Eco sin explotar descargada en la estación de El Pozo y desactivada en Vallecas resultaría ser un señuelo introducido de extranjis por una mano misteriosa para confundir las pistas. El explosivo de los trenes sería indiciariamente la titadine típica de ETA y en ningún caso la dinamita robada en Mina Conchita por los yihadistas. Los siete terroristas aparentemente suicidados el 3 de abril de 2004 en Leganés habrían sido ultimados previamente por la policía, que introduciría luego sus cadáveres en el piso para simular luego su inmolación. Y así hasta el aburrimiento.
Nada más notificada la sentencia, la estruendosa tamborrada de los intoxicadores envueltos en la bandera de la libertad de expresión ha comenzado a ensordecer de nuevo a la opinión pública. Tras el linchamiento sufrido por el juez instructor Del Olmo a manos del director de El Mundo, el mismo escarmiento parece aguardar a los magistrados que se atrevieron a destazar la teoría de la conspiración; el presidente de la Sala "ha demostrado ser muy listo" y además "ha tenido la suerte de que su conciencia haya coincidido tan oportunamente con su conveniencia". Parafraseando al Marco Antonio shakespeariano tras el asesinato de Julio César por Bruto, este maestro de periodistas en el arte de tirar la piedra y esconder la mano añade: "Pero Javier Gómez Bermúdez es un hombre honrado".
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