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Columna
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Nacionalización de Europa

Andrés Ortega

Puede parecer una paradoja que cuando los Veintisiete han aprobado el Tratado de Reforma o de Lisboa (la Constitución Europea a la que han quitado toda chispa y alma), uno de cuyos hilos conductores es dotar a la política exterior y de seguridad común de una base institucional más sólida, las visiones exteriores de los principales Estados miembros se estén nacionalizando, o renacionalizando. En este sentido van los discursos de las últimas semanas de Sarkozy, Merkel y Brown, el trío que lleva la batuta en esta Unión, cuando coinciden. Como aspiración, se vuelve a la vieja idea de que la UE hable con una sola voz cuando lo que se quería superar ya en los años 90 es que la Unión no sólo hablara, sino actuara de una forma común, sino única. Pero la política exterior a 27 va a ser algo muy difícil, salvo para cosas pequeñas. Véase lo que ha tardado la UE en adoptar sanciones contra Myanmar tras la revuelta de los monjes. Que un polo europeo para un mundo multipolar sea necesario no significa que vaya necesariamente a surgir en un futuro próximo.

España tiene que replantearse su política europea e idear un nuevo europeísmo adaptado a los tiempos

La nacionalización afecta a los ejes principales de toda política exterior de un país europeo: las relaciones con Estados Unidos, Rusia, China, y con la vecindad de cada cual, aunque estos campos de acción se vistan de un cierto tinte europeísta. En otras materias, como la independencia de Kosovo, las sanciones a Irán o el ingreso de Turquía en la UE, las divisiones entre los Veintisiete son patentes aunque no hayan aún aflorado a plena luz. Hay además otras cuestiones internas europeas que dividen a los miembros, como qué debe hacer el Banco Central Europeo, la reforma de la Política Agrícola Común, las negociaciones comerciales de la Ronda Doha y el nuevo proteccionismo, o la seguridad energética, pues, pese a las buenas palabras, una política común de energía no va a ver la luz en un futuro previsible. Cada cual pone, sin disimulo alguno, el interés nacional por delante del europeo.

Aunque avanza calladamente la Europa militar, la política -lo que se dice política- europea falta y en ese vacío surge esa nacionalización que, previsiblemente, no dará resultados, pues ninguno de estos países se basta ya por sí sólo para pesar en el mundo. Sus dirigentes viven en un espejismo, veremos si temporal. Es más, en parte esta nacionalización se debe, según algunos observadores, a que los tres han perdido peso en una Unión de Veintisiete, aunque intentan recuperarlo a través de formaciones como el G-6 (los cinco permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, más Alemania).

Este es un asunto crucial para España, que además va a dejar de ser receptora neta de los fondos de la UE. Pues aunque Sarkozy apueste de forma estratégica por las relaciones franco-españolas, la consecuencia de esta nacionalización de Europa, es que España ya no podrá contar con la UE para temas que le interesan de forma prioritaria. Europa servirá de acompañamiento, no de plato principal en materia de energía (somos una isla al respecto), lucha contra la inmigración ilegal (lo poco que hay de comunitario, por ejemplo a través de Frontex, es insuficiente para atajar el problema, aunque antes no había nada), o el Mediterráneo y África, si se quiere salvar algo del llamado Proceso de Barcelona de Cooperación Euromediterránea, frente a la aún vaporosa Unión Mediterránea que propone Sarkozy. Cabe añadir las inversiones españolas en algunos de estos países y viceversa. Y hay una cuestión en la que este país se puede quedar descolgado: la recomposición de las relaciones con Washington, sin esperar al fin de la era Bush. Alemania dio pasos en este sentido ya con Schröder y mucho más con Merkel. Sarkozy ha virado respecto a Chirac. Y a Brown, defensor ahora a ultranza de lo británico, le interesa más Estados Unidos que Europa, pese a guardar una cierta distancia crítica respecto a George W. Bush en comparación con lo que fue Blair.

España tiene que replantearse su política europea porque la UE ha cambiado. Deberá bilateralizar aún más el enfoque de esas prioridades. Debe idear una nueva forma de europeísmo, de ser y de hacer en Europa que pase por poner de manifiesto el espejismo del que parten esas nacionalizaciones de las políticas exteriores y el retroceso del europeísmo como ideología en el Continente. Debemos ser conscientes, entre otras cosas de que España sigue siendo un problema, con sus retos internos y externos, pero Europa ya no va puede ser la solución. aortega@elpais.es

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