El Rey y la nación
El Rey presidió ayer la primera reunión del recién creado Consejo de Defensa Nacional, órgano asesor del presidente del Gobierno en esa materia. El especial interés simbólico de la reunión de ayer, que contó también con la presencia del príncipe de Asturias, deriva de su coincidencia con una serie de actos de hostilidad contra la Corona protagonizados por sectores independentistas y de la ultraderecha.
Estos actos no resultarían más preocupantes que otros del pasado si no fuese porque, en esta ocasión, no parece existir una disposición inequívoca a dejar el asunto fuera del enfrentamiento entre partidos parlamentarios. El PP ha tomado pie en esos incidentes -y en una enmienda de ERC que proponía retirar la referencia constitucional al papel del Rey como mando supremo de las Fuerzas Armadas- para lanzar una campaña en la que se mezcla la defensa de la Monarquía con problemas políticos diversos, como el incumplimiento de la ley de banderas en algunos ayuntamientos o el desafío soberanista de Ibarretxe.
La idea de la campaña es mostrar a Rajoy y su partido como únicos defensores de símbolos compartidos por la inmensa mayoría de los ciudadanos, frente a un Gobierno que habría renunciado a hacerlo. Esa actitud sectaria e insidiosa alcanzó ayer una cima peligrosa con la presentación de un vídeo en el que un Rajoy en actitud pontifical se dirige al pueblo para pedirle que el viernes, con motivo de la Fiesta Nacional, exteriorice su orgullo de ser español con algún gesto que muestre lo que guarda en su corazón. Anima a honrar y exhibir los símbolos de la nación española, y singularmente la Corona y la bandera "porque en ella estamos todos representados".
Hay una contradicción demasiado evidente en esa apropiación partidista de un símbolo que se dice compartido; pues si sólo los que se identifican con una determinada política (o retórica política) defienden esos símbolos, se está considerando no españoles a quienes no comparten esa política. El tono como de anuncio publicitario del mensaje subraya su carácter banderizo: es poco patriótico erigirse en los exclusivos portavoces de lealtades y sentimientos que son compartidos por una mayoría de españoles, como los que se conmemoran mañana, 12 de octubre.
La Constitución de 1978, incluidos los símbolos que institucionaliza, son fruto del consenso, y ahí radica su valor frente a etapas anteriores. Pero ese consenso se rompe cuando un partido trata de apropiarse de lo que pertenece a los ciudadanos de todas las creencias y constituye el núcleo imprescindible para que funcione el juego democrático. Respetar el orden constitucional no es lo mismo que proclamarse su único o su más resuelto defensor. Antes por el contrario, esa actitud es otra manera de infringirlo.
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