Palabras como cristales rotos
Una familia, una casa abandonada, un jardín desolado... Ésos eran algunos de los elementos de la novela que, según escribe en el prólogo de Mirall trencat, deseaba escribir. La familia sería rica, y se centraría en una mujer de origen modesto. Una mujer muy guapa que ayudaba a su madre a vender pescado, y estaba dotada del temple necesario para ascender en la jerarquía social. La novela abarcaría tres generaciones de una familia barcelonesa, y, por tanto, por sus páginas transcurrirían las vidas de muchos personajes. Tantos que llegaron a constituir el freno que, durante largo tiempo, le impidió escribir la novela que, una vez vagamente concebida, a principios de los años sesenta, abandonó para escribir La plaça del Diamant, los cuentos que conformarían el volumen titulado La meva Cristina, El carrer de las Camèlies y rescribiría Aloma, una novela de juventud. Pero "la novela de una familia" siguió insistiendo en su mente, aunque sin título. Y necesitaba un título para escribir la novela, aunque no sabía cómo se desarrollaría. Hasta que los capítulos ya escritos dictaron su continuación invocando a Stendhal: "Si la novela es un espejo que el autor pasea a lo largo de un camino, este espejo refleja la vida. Yo, en lo que tenía escrito de la novela de una familia, sólo reflejaba trozos de vida. Mi espejo a lo largo del camino era, pues, un espejo roto. Al dar con el título, pude reanudar la novela".
12MIRALL TRENCAT
Mercè Rodoreda
La primera edición la publicó Club Editor en 1975, sello editorial que aún hoy la mantiene bien viva en el mercado. En castellano, bajo el título 'Espejo roto', se encuentra con el sello de Seix Barral, que ha reeditado esta novela varios veces, entre ellas en 2002. Esta obra de madurez, alejada de los años de aprendizaje de 'Aloma', es el texto más trágico de Rodoreda, ligado a los temas de la vejez y la muerte, y cuya primera versión escribió mientras redactaba también la de 'La plaça del diamant'. La escritora sacó aquí el máximo partido a su sabiduría narrativa, tan apegada siempre a los símbolos.
Cada trozo del espejo roto de Rodoreda refleja los hechos cruciales de las vidas de sus personajes, de sus personajes principales (Teresa Valldaura; su segundo marido, Salvador Valldaura; Sofia, hija de ambos; Eladi Farriols, su marido; Armanda, la criada) y de los "aparentemente" secundarios, Ramon y Jaume, los nietos de Teresa, Maria, hija natural de Eladi... hasta las 45 criaturas de ficción que componen la humanidad que desfila por la novela. Una novela que, por su argumento, debe mucho al melodrama del XIX, pero que, estructuralmente, es hija de la narración cinematográfica y de la novela moderna. Inútil es recomponer un espejo roto con los trozos resultantes del estropicio; éstos nunca encajarán por completo.
Así, el espejo roto de Rodoreda no aparece nunca completo; los espacios vacíos equivaldrían a esos espacios narrativos prescindibles en toda novela pero a los que pocos autores son capaces de renunciar para dar sentido a lo que escriben. De ahí el don de Rodoreda para contar lo esencial, además del talento para dar con la manera de contarlo, con el estilo, con las palabras justas, precisas. Está claro que escribía con palabras, no con argumentos ni con ideas.
Mirall trencat puede leerse como la historia de una familia a lo largo de tres generaciones, puede el lector seguir los avatares de una historia de adulterios, de relaciones incestuosas, de la crueldad infantil, de los estragos del paso del tiempo y de la nostalgia. Puede leerse como la peripecia existencial de la protagonista, Teresa, que asciende en la jerarquía social gracias a su belleza y su carácter. Pero el arte radica en el don de la palabra, un don capaz de conseguir que el lector quede atrapado por la magia de unas frases, generalmente breves, simples, que fuera del espejo no tendrían sobre nosotros ningún poder y nos dejarían indiferentes.
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