El honor del caballero
ENAMORADA O ESQUIVA, la dama es el complemento, o la otra cara, de la imagen del caballero, real o fantástico. El caballero es una imagen ideal de la masculinidad, la dama lo es de la feminidad, y la relación entre los dos ha de ser ideal y perfecta. O lo es en muchas otras novelas, pero no en el Tirant y tampoco en el Quijote. En el Tirant porque la figura ideal se hace rápidamente carnal, en el Quijote porque está invertida, encarnada en una labradora brutalmente "realista". En cuanto a la relación entre el caballero y la doncella, curiosamente el realismo corresponde a Tirant lo Blanc, héroe medieval todavía, inmerso en una historia irreal, y el idealismo corresponde a Don Quijote, héroe quizá ya moderno o quizá fuera del tiempo y de la historia.
La subversión radical de este marco de referentes aparece, un siglo antes del Quijote, en un libro donde el honor del caballero no estará tanto en la intangibilidad de la dama como en el triunfo en la batalla para vencerla y conquistarla. Sin cuya victoria el caballero sería tenido por vil y poca cosa, según la "doctrina" de Plaerdemavida. Su triunfo final será el poder imperial, máximo acceso imaginable, y el amor de la hija del emperador
... valientemente consumado en la cama. Aquí, en la cama como campo de batalla, en el erotismo explícito de sus héroes centrales, es donde el Tirant se separa de sus predecesores literarios. Y de sus sucesores inmediatos, porque habrá que esperar mucho tiempo para encontrar algo equivalente en la gran literatura europea. Aquí el honor del caballero en el combate depende de la agilidad y el valor de sus manos..., y por los mismos medios puede conseguir honor y fama en la batalla amorosa. Pero a Tirant le falta valor, y cuando llega a la cama de la princesa, "todo el corazón, las manos y los pies le temblaban". Se retira por tanto, pero ante los razonamientos de Plaerdemavida reconoce que la vergüenza y timidez (cualidades que tan a menudo mostrará Don Quijote con las damas) no son una virtud sino un defecto: "A fe mía, doncella, vos me habéis dado más noticia de mis defectos de lo que nunca hizo ningún confesor, por gran maestro en teología que fuera". La ironía es bien visible, y la subversión bien profunda.
En el segundo encuentro la princesa intenta detener los embates del caballero: "Mira estas balanzas de perfección: en la parte derecha hay amor, honor y castidad; y en la otra hay vergüenza, infamia y dolor". Es todavía la posición ortodoxa: la pérdida de la virginidad significa deshonor. Tirant cede a las súplicas y aplaza el asalto final... pero pasan la noche en la cama, "jugando y solazándose", y por la mañana Carmesina declara cuánto le gustaría "que este deleite durase un año o no se acabara jamás". El orden de valores de la princesa se acerca cada vez más al de su amiga Plaerdemavida, es decir, a la subversión total del orden.
La "batalla final" tendrá lugar después del retorno de Tirant de sus conquistas africanas. La princesa, ahora, acude a la analogía guerrera como arma defensiva: "No queráis usar vuestra belicosa fuerza..., no penséis que esto es campo ni liza de infieles...". Ahora adopta el lenguaje de un combate. Pero sus ruegos ya no serán defensa suficiente, y "en poco tiempo Tirant venció la placentera batalla, y la princesa rindió las armas". Al contrario que en el Quijote, la ganadora no es la ortodoxia moral sino la heterodoxia, no el honor enemigo del placer sino el placer convertido en honor. Y eso resulta moderno y original. Sólo eso, la subversión y la inversión de un orden riguroso de valores, hecha de una manera tan contundente y tan explícita, ya bastaría para considerar Tirant como uno de los grandes libros de su época.
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