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Reportaje:EL CANON CATALÁN

Martorell, anticipo de Cervantes

Si la reciente bibliografía del valenciano Ferran Robles confirma el interés de los alemanes por autores como Ausiàs March, Salvador Espriu o Vicent Andrés Estellés, resulta por otra parte muy difícil olvidar que la primera publicación moderna de Ramon Llull la constituye la monumental edición de Maguncia (1721-1742), o que los más de 30 volúmenes de su Ópera Latina (hasta ahora aparecidos de manera regular en la colección Corpus Christianorum de la prestigiosa editorial Brepols) son fruto de la labor ejemplar del Raimundus Lullus Institut de la Universidad alemana de Friburgo.

Es también de sobra conocido que filólogos alemanes de la talla de Benhard Schädel tutelaron la formación lingüística de Antoni M. Alcover y de Francesc de B. Moll, autores del ingente Diccionari Català-Valencià-Balear. Pero quizá sean menos los lectores que conozcan el modélico Diccionari portàtil de les lléngues catalana i alamanya publicado en Aquisgrán en 1911 por el doctor Eberhard Vögel, cuyo interesantísimo precedente, el Vocabolari molt profitós per aprendre Lo Catalan Alamany y lo Alamany Catalan de 1505, es un testimonio más de la presencia de una nutrida colonia alemana en Barcelona y Valencia, siglos antes de que Mallorca se convirtiera, casi, en un länder supernumerario de la República Federal de Alemania.

'Tirant' tiene un espíritu carnavalesco que desborda por completo la prudentísima discreción cervantina
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Tan curioso vocabulario surgió de las prensas de uno de los maestros impresores alemanes que hicieron llegar el milagro de la llamada Galaxia Gutenberg a todos los rincones de Europa, incluida España. Se trata de Joan Rosembach, que imprimió en Barcelona las Constitucions de Cathalunya (1494) y la Gramàtica llatina de Nebrija (1497). Llama la atención, y es indicio de naturales contactos profesionales, que en la orla xilográfica inferior de las portadas de ambos incunables figure el escudo de otro famoso impresor alemán establecido en Valencia: Nicolau Spindeler, que colaboró en la magna aventura empresarial que supuso editar, en 1490, 700 ejemplares de una novela de 369 folios, titulada Tirant lo Blanc.

La segunda edición barcelonesa de Pere Miquel y Diego Gumiel (1497) y las traducciones castellana (Diego Gumiel, Valladolid, 1511) e italiana (Venecia, 1538, 1566 y 1611) prueban el merecido éxito inicial de la obra, que cayó más tarde en el olvido. Sin embargo, la fina sensibilidad de Cervantes captó al vuelo el mensaje tragicómico que emana de la ficción martorelliana, impregnada a la vez de sutil melancolía y de punzante realismo. Salvando siempre las distancias, hay -creo- una evidente sintonía entre el TB y el Quijote. Porque el utópico triunfo de Tirant, reconquistador de Bizancio y representante del ideal caballeresco de cruzada, ni atenúa ni consigue disimular el mensaje de un duro fracaso vital. Pero mientras el Quijote fue leído y entendido como lo que era: una corrosiva parodia de una moda literaria abocada a la irracionalidad, y una magistral expresión literaria del choque entre la nueva mentalidad renacentista y los míticos ideales de la caballería artúrica medieval, el Tirant, que contenía in nuce este mismo mensaje, transitó rezagado por la Europa de la Contrareforma, como lo que Cervantes captó que no era ni pretendía ser: una más de las desbordadas fantasías imaginarias representadas por el Amadís y su fabulosa estirpe. Resulta, a mi entender, difícil continuar leyendo la gran novela valenciana como propuesta nostálgica de recuperar los valores de la utopía artúrica. Porque, aparte del evidente final antiheroico a consecuencia de lo que Joan Fuster denominó con razón una histoire de cul, hay en el libro una acumulación de descripciones picantes, algunas obscenas si no fuesen cómicas, de frases y comparaciones religiosas puestas en evidencia en las notas de mi reciente edición, que superan incluso la irónica irreverencia poserasmista, y son prueba de un espíritu carnavalesco casi prerrabelaisiano, que desborda por completo la prudentísima discreción cervantina.

Si Cervantes nos advierte de los engaños de la "amorosa pestilencia", destructora de cualquier posible Arcadia, y del peligro de confundir la realidad con los falsos encantamientos de la ficción, Martorell nos avisa de que el constante juego de apariencias y de espejos deformadores impide la normal percepción de la verdad al hombre inmerso en el teatral ritualismo de una sociedad impulsada por valores en el fondo irreconciliables, donde la voluntad más heroica sucumbe ante la fatalidad, y la gloria humana es un espejismo inasequible.

Tanto Martorell como Cervantes parecen confirmar el mensaje pesimista del viejo Boecio, quejoso del siempre incierto giro de la rueda fortunal. El mundo imaginario de Martorell tiene la fugaz y polícroma belleza de una anacrónica falla valenciana, donde la lección ejemplar o la crítica de los mores de la tribu se convierte en estético subterfugio, en barroca ceniza efímera y desengañada.

Gracias a una conjunción de esfuerzos entre la AVL, Ivitra y el Instituto Ramon Llull, la traducción de Fritz Vogelgsang permite a los lectores alemanes saborear el texto completo de esta divertida novela que anticipa en siglos, e incluso supera, en su descarnada falta de rebozo, la genial ficción cervantina.

Albert Hauf es catedrático de Filología de la Universidad de Valencia y autor de una edición crítica de Tirant lo Blanc.

Victoria Abril, durante el rodaje en 2005 de 'Tirante el blanco', de Vicente Aranda.
Victoria Abril, durante el rodaje en 2005 de 'Tirante el blanco', de Vicente Aranda.EFE

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