España, en Cuba
Es difícil influir en la evolución de Cuba, especialmente mientras siga viviendo Fidel Castro. La diplomacia española, pese a todo, ha decidido intentarlo. Por ello ha buscado normalizar las relaciones políticas y económicas, estar presente para cuando se produzca un cambio que es incierto pero imparable y que en una mínima parte ha empezado ya, y a la vez defender lo que son importantes intereses económicos españoles en la isla, convertida en tercer destino de las exportaciones españolas a América Latina.
Tras el encuentro en Nueva York entre los respectivos ministros de Asuntos Exteriores, Moratinos y Pérez Roque, la secretaria de Estado de Cooperación, Leire Pajín, firmó el pasado lunes en La Habana el acta de la Comisión Mixta de Cooperación al Desarrollo que permite reanudar la ayuda oficial interrumpida hace cuatro años por la parte cubana. Este viaje se produjo sólo después de que el régimen liberara a 40 disidentes que había detenido poco antes por manifestarse, y tras un goteo de liberación de presos políticos, aunque todavía quedan decenas en la cárcel.
España marca la pauta hacia Cuba para el resto de la UE, cuya troika celebró hace unos días en Nueva York la primera reunión "exploratoria" con la parte cubana. España ha intentado avanzar más en varios planos: diálogo político de alto nivel, derechos humanos (la próxima reunión a este respecto se celebrará en noviembre), cooperación y relaciones económicas. Con Zapatero, Madrid ha recuperado un cierto margen de maniobra en comparación con la época de Aznar, en que la UE introdujo unas sanciones diplomáticas, ahora "en suspenso", que llevaron al régimen castrista a congelar los contactos con las embajadas de los países europeos en La Habana.
Pero el régimen cubano, ahora con Raúl Castro a la cabeza pero con Fidel enfermo, es impredecible e intenta sacar ventaja de cualquier contacto a alto nivel -en los que se ha prodigado la diplomacia española- y que son siempre una peligrosa arma de doble filo. Sea como sea, cuando arranque la verdadera transición -que como tantas otras podría empezar desde el propio régimen y no desde Miami-, España tiene que estar allí y ayudar en lo posible desde ahora. Entretanto, el intento de conciliar la defensa de valores y de intereses económicos, de trato con el régimen y con la necesitada disidencia, no resulta fácil de gestionar con la dictadura castrista y suscita no pocos equívocos. Es una política que merece, como mínimo, más debate y mejores explicaciones públicas, so pena de que no se entienda o se malinterprete.
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