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El enviado de la ONU se reúne en un búnker con el jefe militar birmano

El diplomático abandona Myanmar tras ver a la líder de la oposición

Ibrahim Gambari, el diplomático de la ONU que trata de convencer a los militares de Myanmar (antigua Birmania) de que dejen de reprimir a la gente de su país, consiguió ayer, por fin, entrevistarse con el general Than Shwe. El dirigente birmano recibió al delegado en un búnker de la nueva capital, Naypyitaw. Antes de abandonar Myanmar, Gambari volvió a verse con la líder de la oposición, Aung San Suu Kyi.

Un portavoz del Gobierno había anunciado que el diplomático daría una rueda de prensa para explicar el contenido de sus conversaciones. Esto no ocurrió: Gambari se trasladó al aeropuerto y abandonó Myanmar.

Poco antes de marcharse, Gambari se reunió por segunda vez en tres días con la líder del movimiento democrático birmano y premio Nobel de la Paz, Suu Kyi, de 62 años, en arresto domiciliario intermiente desde 1989. Tampoco trascendió de qué se trató en esa conversación ni si el delegado ha conseguido algún acercamiento.

Pero hay dos gestos que en medios diplomáticos se interpreta como un avance en la situación. Primero, que el Gobierno birmano anuncie una rueda de prensa a los medios; es decir, a aquellos a los que ha negado la entrada al país. Además de apalear y disparar a los ciudadanos que se manifestaban en Yangon (antigua Rangún), la junta ha tratado de evitar que alguien contase lo que estaba pasando. Para ello ha cortado las redes de Internet, ha espiado los teléfonos de quienes intentaban llamar para dar información y ha quitado las cámaras a todo el que quería sacar una foto.

El segundo gesto es la disminución de los toques de queda y, según algunos testimonios, también de la tensión en las calles. Aun así, los birmanos siguen teniendo miedo a hablar por teléfono, más cuando les han llegado noticias de que la junta podría haber detenido a 6.000 personas que habrían sido enviadas al norte en secreto.

Muchos de ellos, según destacó ayer la prensa opositora, son los monjes que encabezaron las manifestaciones que dieron visibilidad al conflicto. Protestaban por el último aumento de los precios del combustible y pedían democracia.

Por ahora sólo se sabe de 16 personas muertas desde el principio de la represión, aunque los miembros de la Liga Nacional para la Democracia insisten en que hay muchos más y que el Gobierno está escondiendo los cadáveres. El último dato fue proporcionado ayer por el ministro australiano de Asuntos Exteriores, Alexander Downer, que habló de 30 muertos y 1.400 detenidos desde el miércoles pasado.

Presos hacinados

Adónde podrían estar llevando a todos esos presos es todavía una incógnita, aunque se teme que su destino sea la prisión de Insein, un lugar donde los presos políticos cumplen largas condenas y viven supuestamente hacinados en minúsculas celdas, entre sus propios excrementos y bajo la amenaza de la tortura, informa la agencia Efe. Amnistía Internacional ha denunciado en varias ocasiones las condiciones infrahumanas en las que malviven unos 200 opositores al régimen encarcelados en Insein.

Todo esto (las protestas, las cifras, los presos, los palos, las muertes...) es, si no desmentido, reinterpretado por el régimen, que ayer denunció un plan occidental por someter al país. Según dijo el ministro de Exteriores birmano, Nyan Win, durante su intervención en la Asamblea General de la ONU, la represión de las manifestaciones a favor de la democracia se justifica porque son parte de "una estrategia neocolonialista".

Mientras, Naciones Unidas advirtió ayer que las autoridades militares deberán "rendir cuentas". Así lo expresó la alta comisionada para los Derechos Humanos, Louise Arbour, en la apertura de una sesión especial del Consejo de Derechos Humanos que ayer se celebró en Ginebra. "Las autoridades no deben confiar en el aislamiento para reprimir las protestas pro democráticas en Myanmar. Gracias a las nuevas tecnologías, el mundo tiene acceso a todo lo que ocurre", señaló.

Monjes budistas, subidos a una camioneta ayer en Yangon.
Monjes budistas, subidos a una camioneta ayer en Yangon.AP

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