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Columna
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Paz y seguridad van unidas

Tiene razón el presidente Zapatero cuando afirma, como hizo el martes en Nueva York, que la ONU fue creada para mantener la paz en el mundo. Pero no sólo para eso. Como afirma el preámbulo de la Carta fundacional, además de la paz, Naciones Unidas tiene también la obligación de velar por la seguridad internacional y la protección de los derechos humanos. Y es en esta segunda obligación en la que, desgraciadamente, la labor de la organización internacional es manifiestamente mejorable. A pesar de la buena voluntad desplegada por sus sucesivos secretarios generales, los intereses nacionales de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad constituyen un obstáculo, a veces insalvable, para la rápida resolución de las crisis que afectan a esa seguridad internacional.

La historia reciente está plagada de casos donde la inoperancia de la ONU ha resultado trágica, desde Ruanda a los Balcanes. En la actualidad, el caso de Darfur, donde ya han muerto 300.000 personas, es sangrante. ¿Cuántas más tienen que morir antes de que China deje de proteger al régimen de Jartum con su amenaza de veto en el Consejo de Seguridad y permita el envío de una fuerza internacional creíble a la zona? ¿Y qué hace la ONU, aparte de imponer sanciones inoperantes a regímenes tiránicos, ante situaciones como las que se registran ahora en la antigua Birmania o Zimbabue?

Mientras la ONU no arbitre una fórmula que permita poner fecha de caducidad a sus resoluciones, las discusiones en el edificio de la Primera Avenida neoyorquina no dejarán de ser un interesante, pero inútil, ejercicio de propaganda de las posiciones de sus miembros, destinadas, principalmente, al consumo de sus respectivas opiniones públicas. Mientras tanto, las juntas militares, como en Myanmar, seguirán masacrando a sus ciudadanos y las dictaduras civiles matando de hambre, como en Zimbabue, a los suyos. La desgraciada invasión de Irak, con sus lamentables secuelas, quizás se habría evitado si el Consejo de Seguridad no hubiera permitido que Sadam Husein se carcajeara de las nada menos que 17 resoluciones incumplidas por su régimen desde el final de la primera Guerra del Golfo, en 1991, hasta la invasión en 2003, en la creencia de que los contratos de su régimen con empresas francesas, rusas y alemanas le protegerían.

En estos momentos, el futuro de la credibilidad del Consejo de Seguridad como garante de la seguridad internacional tiene un nombre: Irán. Dos son ya las resoluciones del Alto Organismo que Teherán ha incumplido en relación con el desarrollo de su programa nuclear. Y, ahora, se está gestando la tercera, por cierto, con una notable falta de entusiasmo por parte de Rusia y China. La comunidad internacional sólo pide al régimen de los ayatolás que suspenda el enriquecimiento de uranio mientras el Organismo Internacional de la Energía Atómica inspecciona sus instalaciones para verificar que su programa nuclear sólo tiene usos civiles y no militares. El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad, acaba de declarar en Nueva York que su país "considera zanjado el tema nuclear", que, reiteró, sólo pretende aplicaciones civiles. Pero, ¿cómo se puede creer a Ahmadineyad cuando Irán ha mentido durante 15 años a la ONU sobre el alcance de su programa atómico y cuando el ex dirigente de la Guardia Revolucionaria asegura impertérrito, en la Universidad de Columbia, que en su país no hay homosexuales, dos meses después de que su régimen ahorcara a 16 homosexuales y adúlteros?

Nicolas Sarkozy, que parece haber recogido el testigo de Bush en el tema de Irán, fue de una claridad meridiana en su intervención en la ONU cuando afirmó que "no habrá paz en el mundo si la comunidad internacional titubea en el tema de la proliferación de armas nucleares". Para añadir, por si no había quedado claro, que "permitir a Irán el acceso a armas nucleares desestabilizaría el mundo y conduciría a la guerra". El presidente francés, que aboga, naturalmente, por las negociaciones, tiene claro que esas conversaciones no pueden ser eternas porque el tiempo trabaja a favor de Teherán y que, sin una amenaza creíble, el diálogo no servirá para nada. Por eso pretende que, ante la ausencia de una nueva resolución por los titubeos ruso y chino, la UE adopte una serie de sanciones mordientes para Teherán. Angela Merkel y Gordon Brown están en la misma línea. Irán tiene un problema con Europa.

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