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El incierto futuro del PNV
Columna
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Una gran responsabilidad

Soledad Gallego-Díaz

"¿Te das cuenta de la enorme responsabilidad que tengo. Soy la última persona entre Nixon y la Casa Blanca?", explicaba a sus asesores John F. Kennedy poco antes de disputar las elecciones presidenciales. Josu Jon Imaz podría, quizás, haber dicho algo parecido de sí mismo: soy la última persona entre el lehendakari, Juan José Ibarretxe, y sus planes soberanistas.

La decisión de Imaz de no luchar por la presidencia del Partido Nacionalista Vasco (PNV) es una decisión de gran responsabilidad porque quizás evita una difícil situación interna en su partido, pero complica extraordinariamente la escena política, vasca y española, a sólo seis meses de las elecciones generales. Su presencia al frente del partido era fundamental para la estrategia de José Luis Rodríguez Zapatero de moderación del nacionalismo vasco y su renuncia, se reconozca o no, debilita uno de los grandes ejes de la política del Gobierno, algo que se presentaba, legítimamente, como uno de sus mejores logros, y como una de las justificaciones del llamado proceso de paz.

Es difícil que quien sustituya a Imaz pueda retener el papel de interlocutor del Gobierno central
La próxima campaña electoral del PNV vuelve a descansar, en exclusiva, sobre Ibarretxte

La retirada del presidente del PNV tiene varias consecuencias inmediatas. Para empezar, sea quien sea quien le sustituya, incluido el vizcaíno Iñigo Urkullu, es muy difícil que tenga suficiente peso político como para retener el papel de interlocutor directo del Gobierno que tenía Imaz. Lo más probable es que esa función vuelva a Ibarretxe, bien conocido en La Moncloa por su discurso extremadamente rígido y desconfiado.

La segunda consecuencia es que la ya cercana campaña electoral del PNV vuelve a descansar, casi en exclusiva, sobre el lehendakari, como gran protagonista: si su mensaje se radicaliza, sin la contrapartida del discurso de Imaz, es posible que interfiera, no sólo en el ambiente electoral de Euskadi, sino en el de toda España. Habrá que esperar al discurso que Ibarretxe debe pronunciar en el Parlamento vasco el próximo día 28 para calibrar mejor el efecto interno provocado por la carta de despedida del presidente del partido, pero, de momento, no hay muchas razones para ser optimista.

Es verdad que el PNV no puede ignorar que la insistencia de Ibarretxe en defender su plan soberanista, cuando ya había sido rechazado por el Parlamento español, les llevó a perder más de 130.000 votos en las elecciones autonómicas de 2005, y que es posible que, ahora, el abandono de Imaz desanime aún más al voto nacionalista moderado. Quizás un mal resultado en marzo pudiera llevar al PNV a calcular con más cuidado su programa de fin de legislatura. Aun así, parece ingenuo creer que Ibarretxe vaya a cambiar de planes, precisamente ahora que Imaz ha dejado más campo libre.

El Gobierno y el resto de los partidos harían bien en prepararse para la eventualidad de que el lehendakari ponga en marcha antes de 2009, fin de la legislatura autonómica, la famosa, irregular y ambigua consulta sobre el derecho de los vascos a decidir por sí mismos. La lectura atenta de la ponencia política del PNV despeja cualquier perplejidad al respecto: esa posibilidad está abierta aun cuando exista un cierto nivel de violencia etarra y aun cuando no se produzca un acuerdo previo, transversal, como defendía Imaz, entre todos los partidos vascos.

Aunque es pronto para saber exactamente los términos en los que Imaz ha aceptado su derrota, parece que su abandono como presidente del partido lleva aparejado el compromiso de Joseba Egibar de no optar a ese mismo cargo en el próximo congreso. No se despeja, sin embargo, la otra gran incertidumbre: saber si emerge alguien nuevo como candidato a la sucesión del lehendakari Ibarretxe, o si el propio Egibar aspirará ahora a ese cargo.

La idea que algunos intentan poner en circulación en el sentido de que Imaz podría "resucitar" como candidato a la lendakaritza es muy improbable. Cuando un político anuncia su abandono, la vuelta es muy difícil. El caso de Felipe González, que algunos invocan, no sirve como ejemplo porque el político socialista contó con la complicidad de prácticamente todo el aparato del PSOE, algo de lo que, precisamente, carece Josu Jon Imaz. Se diría más bien que una de las razones que pueden haber empujado a Imaz a retirarse de la batalla política ha sido su convencimiento de que el sector representado por Ibarretxe, Egibar y Arzalluz nunca le permitiría alcanzar el Gobierno del País Vasco.solg@elpais.es

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