Faenas desmedidas
"¿Sabe si Castella viene hoy a torear?" "Pues no lo sé", contestó la recepcionista con una sonrisa pánfila. Casualmente atravesaba el hall un taurino, miró a la joven pareja que, rubia y alta, entregaba el DNI, y les espetó: "No, no viene, está enfermo. Anemia. De la sangre. Ha cortado la temporada. Y no es el único". Hablaba alto, con los tiempos verbales simplificados, el verbo justo, sin mucho complemento, con elipsis, para que te entienda el extranjero, que, en perfecto castellano se lamentaba: "Y nosotros que venimos a verle desde Francia". "Llámelo y se lo cuenta, a ver si viene". Y se fue por la puerta ladeando la cabeza. Así están las cosas. Quien no ha tenido un percance ha sufrido las consecuencias de esta temporada vertiginosa, apasionante; un cartel a estas alturas es arma de triple filo; figuras y no figuras caen entregadas en la llama del toreo; de seguir así la cosa, para el Pilar acabará toreando El Juli todos los carteles. Faltaba anteayer Ponce, faltaba ayer Castella. Se recuperan unos, caen y recaen otros; los toreros pasean de hombros a hombros por la geografía del sur europeo mientras la polémica animalista llena de palabras, periódicos, webs, foros... Y en hombros venía Perera de Albacete, donde volvió a saltar a un tren que ruge frenético. Y en hombros pudo irse de medir el tiempo.
Faenas desmedidas
Valdefresno / El Cid, Fandi, Perera Toros de Valdefresno, terciados, aceptables presencia y desigual juego. Mansearon, pero fueron nobles, menos el 4º y muy buenos 5º y 6º. Manuel Jesús El Cid: Pinchazo y estocada (saludos); pinchazo, estocada y descabello (silencio). David Fandila El Fandi: casi entera (silencio); estocada -aviso- (oreja). Miguel Ángel Perera: pinchazo y desprendida -aviso- (oreja); pinchazo, estocada y 2 descabellos (saludos). Plaza de La Glorieta, 13 septiembre. Lleno.El Cid recibió al primero como un 'chef': con delantales cada vez más lentos y ceñidos
Tuvo dos toros nobles y mansos. A su primero, al que miraban cuatro picadores desde el callejón cuando salió, lo citó suave; y suave, sin celo, respondió el toro. Suave, rechazó la vara, y sin picar, se cambió el tercio. Pero rugió La Glorieta cuando en el platillo le cambiaba telones por delante y por detrás y remató en un circular. Y continuó el rugir al llevárselo pegado en bien templadas series diestras, ligadas con sabores de triunfo. Pecó la fácil muleta, baja y dulce, de lentitud en la izquierda, y el toro la prendió, la pisó y le desarmó. A partir de ahí ya quiso irse, pero el extremeño le dio cuatro circulares seguidos, a un lado y a otro, sin mover un pie; práctica hipnótica y poco airosa del toreo moderno, igual que las forzosas y forzadas manoletinas finales, labor que difuminaba los hermosos trazos de las primeras series. Se alargó, atiborró el cuadro de pintura y le quitó luz. Igual le ocurrió en el 6º: no midió el tiempo. "¡Ábrele las puertas, que se va por Valdecerro!" le había gritado un abuelo, harto de esperar el quite. El desarme en la tercera chicuelina justificó su impaciencia. Volvió al inmovilismo en la muleta, pases por alto aquí y allá, que se dieron un respiro en el de pecho. Después lo templó, le dirigió el viaje, le enseño el trayecto de la cintura, le bajó la mano y se produjo la inefable explosión del toreo. Mas, de nuevo, midió mal la faena y otra vez en la zurda el toro ya se rajaba. La juventud y el ansia le ocultaban la hora de la espada.
"Ay, qué gestos está haciendo", decía un paisano cuando, ladeado, rehuía el 2º el capote de Fandi. Luego el diestro salió a galguear con los palos y puso su habitual metralla de arponcillos (poderosos y a ley los treceros). La fijeza del toro se había quedado entera en el caballo. Sin embargo tuvo un 5º, que además de apretar al penco, embistió y murió bravo. Lo banderilleó Fandi con poderío y dio una vuelta al ruedo corriendo hacia atrás con la mano en la testuz del bicho y el público excitado. Sin cruzar la suerte, le dio a continuación un trapo grande, trapazo a veces, aceptable otras, que el toro cuellicorto seguía solícito y que en la izquierda alcanzó su mejor dimensión.
El Cid recibió al primero como un chef: con delantales cada vez más lentos y ceñidos. Saludó Alcalareño en banderillas, Boni lo trajo a una mano y Cid brindó. Comenzaba el milagro de la embestida, el ritmo curvo, uniforme y lento tras la tela arrastrada cuando, al cambiar de mano, el toro la rehuyó. El 4º fue complicado. Aunque El Cid inició con cierta majestad, el gazapón se iba suelto y acometía con la maldad sin fe de los funcionarios resabiados.
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