Pulso paquistaní
El 12 de octubre de 1999, el entonces primer ministro de Pakistán, Nawaz Sharif, denegó el derecho a aterrizar en el país a su jefe del Ejército, el general Pervez Musharraf. Pero éste pisó tierra y en cuestión de minutos llevó a cabo un golpe de Estado incruento. Sharif fue condenado por corrupción, y tras un año en la cárcel llegó supuestamente a un pacto con el poder, pergeñado por Arabia Saudí, por el cual se exiliaba durante 10 años. Pero en agosto, el Tribunal Supremo -cuyo presidente, el juez Chaudhry, fue suspendido por Musharraf aunque luego repuesto por la propia Corte- declaró que Sharif tenía derecho a volver. Y así lo hizo ayer. Pero el régimen de Musharraf, como en una parodia de 1999, le obligó a dar media vuelta y le puso camino de Riad. La decisión de deportar a Sharif le puede volver a enfrentarse con los jueces supremos. EE UU, con una terminología desgraciada que usó tras el intento de golpe en España del 23-F de 1981, lo ha considerado "un asunto interno" paquistaní, pese a que Washington apoya abiertamente a Musharraf, pues es una pieza clave en la estrategia regional de la Administración de Bush.
Se trata de un pulso entre personajes nada fiables, y en algunos casos corruptos, que no garantiza la vía hacia una cierta democracia. Musharraf vive horas muy bajas, quizás el principio de su fin político. Está intentando que el dócil Parlamento, antes de que sea disuelto en pocos meses, le reelija para un tercer mandato. Pero, además de resultar poco democrático, antes debe renunciar a la jefatura del Ejército, instrumento básico de poder. Washington intenta que pacte con la ex primera ministra Benazir Bhutto, condenada por corrupción y en el exilio (del que tiene la intención de regresar en breve), un reparto del poder que no acaba de cuajar para tratar de salir de forma ordenada de esta dictadura.
Pakistán afronta un peligroso pulso interno. La situación es más que preocupante en un país de 160 millones de habitantes, que tiene el arma nuclear y que puede acabar en un Estado fallido. En toda esta lucha por el poder se mezclan unos potentes servicios secretos muy penetrados por un islamismo que parece crecer en la sociedad. Mientras, aumenta el número de atentados en el país obra de grupos próximos a Al Qaeda, cuyo centro, junto a los talibanes, parece haberse recompuesto en las montañas entre Pakistán y Afganistán. Y éste es el régimen y el país que se ha buscado Bush como gran aliado en su guerra contra el terrorismo.
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