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Reportaje:

Las dificultades de votar

La profusión de partidos y la falta de interventores obstaculizan la tarea a los electores más humildes

El olor pestilente de un gran vertedero al aire libre anega el aire del colegio electoral de Akraach, una pequeña barriada de chabolas donde aún se alojan 700 personas, al final del valle de Bourgreg, que separa a Rabat de Salé, la ciudad frente de la capital y casi tan poblada como ella.

Saadia Belmir, magistrada, contiene la respiración antes de hacer unas preguntas de rutina al presidente de la mesa electoral sobre el desarrollo de las votaciones en esa escuela primaria, situada a los pies de los chamizos. "Parece que los electores se las apañan bien con la papeleta, y eso que en esta zona vive gente humilde, acaso analfabeta", comenta satisfecha.

Vestida de negro y con un hiyab (pañuelo islámico), Belmir es uno de los cien observadores designados por el Consejo Consultivo de Derechos Humanos (CCDH), un órgano oficial, para supervisar la transparencia de las segundas legislativas del reinado de Mohamed VI, que se celebraron ayer en Marruecos. Las ONG han desplegado también a otros 3.000 representantes en los colegios.

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Votar no es una tarea muy fácil. En la enorme papeleta desplegable aparecen por duplicado los nombres y símbolos de hasta 33 partidos. El emblema islamista es, por ejemplo, un candil, y el de los ex comunistas, un libro abierto y una pluma. Así, los electores analfabetos pueden distinguir una lista de otra y tachan con una cruz la enseña elegida. "Si se salen de la casilla, el voto queda anulado", advierte Abdelkader Alami, otro miembro del CCDH.

Dentro de un lustro, cuando se celebren las próximas legislativas, Akraach habrá desaparecido. El valle de Bourgreg está siendo rehabilitado, y sus habitantes, trasladados a viviendas sociales en áreas cercanas. "Es la cara oscura de Marruecos que poco a poco vamos borrando", subraya Belmir con orgullo.

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Akraach habrá sido borrada, pero otras lacras persisten. Un recorrido con Belmir por tres colegios de distintos barrios pone de manifiesto la debilidad de los partidos. Son casi las dos de la tarde, hace media hora que acabó la oración del viernes y la escuela Lalla Aicha parece un hervidero. Hasta se forman pequeñas colas para votar. Aun así, apenas hay interventores.

Ahmed, un estudiante interventor, da a regañadientes una explicación. "No todos los partidos disponen de fondos para poder pagar", reconoce, tras confesar que recibirá 150 dirhams (14 euros) por la jornada. Ataviado con un birrete blanco y una chilaba, un cincuentón barbudo saca pecho: "Yo soy voluntario, no cobro y hasta me pago el bocadillo a mediodía". Representa al partido islamista moderado. Los tres o cuatro interventores de cada mesa -en el mejor de los casos llegan a ser siete- se sientan enfrente del presidente y de sus adjuntos. Éstos son los únicos que controlan la identidad del elector, cuyo nombre anuncian en voz alta. A diferencia de España, el presidente o el secretario no son ciudadanos elegidos por sorteo, sino funcionarios, en su mayoría del Ministerio del Interior, y, cuando este ya no da más de sí, de otros departamentos.

Hasan Amrani, el gobernador de Rabat, resta importancia a estas especificidades electorales marroquíes. "Marruecos está cambiando y no siempre se es consciente de ello", recalca ante las puertas de la escuela Ibnou Sina. "Me encontré con los observadores internacionales y muchos se imaginaban que las urnas aquí son de madera, cuando desde principios de los noventa son de cristal", afirma para ilustrar el desconocimiento de la realidad marroquí.

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