_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

¿Por qué no funcionan las infraestructuras catalanas?

La acumulación de problemas en las cercanías ferroviarias, en el aeropuerto de Barcelona, en la red eléctrica, han generado en Cataluña un malestar profundo, un cierto desánimo y una sensación generalizada de que están fallando infraestructuras básicas. La coincidencia de estos problemas invita a buscar una causa estructural, más allá del azar.

El catalanismo ha reimpulsado, ante este colapso de las infraestructuras, su diagnóstico clásico. Para el catalanismo, en sus diversas familias, el Estado no invierte en Cataluña lo que debería, no tiene el desarrollo de Cataluña como una prioridad y recauda más de los ciudadanos catalanes de lo que les devuelve vía servicios. Habríamos llegado a un momento en el que los déficit históricos -y actuales- de inversión del Estado y de las compañías mejor o peor privatizadas alcanzarían un punto crítico en el que todas las redes envejecidas entrarían en crisis. Para los catalanismos diversos, la responsabilidad máxima de lo que está pasando la tiene un Estado centralista, en el que los catalanes decidimos poco y que no invierte en Cataluña lo que debería a tenor de lo que ingresa y de lo que Cataluña necesita para mantenerse como locomotora económica.

Ante los mismos hechos, la derecha española ha lanzado también sus hipótesis de interpretación, de signo absolutamente contrario. El problema sería que Cataluña, ensimismada, distraída y obsesionada por sus debates identitarios, habría descuidado la renovación de sus infraestructuras y en general todos sus problemas prácticos. A diferencia de Madrid o Valencia, liberadas de todo debate identitario, tranquilas y satisfechas en su españolidad, Cataluña habría malgastado sus energías en el mantenimiento de la diferencia cultural y en su explotación política y habría olvidado las cuestiones que -en la terminología al uso- "de verdad interesan a los ciudadanos". Por tanto, la culpa de lo que sucede en las infraestructuras catalanas la tendría el lastre del nacionalismo que, en su opinión, atraviesa transversalmente todas las instituciones y partidos que han gobernado Cataluña en los últimos 30 años.

Lógicamente, las dos interpretaciones son interesadas y llevan incorporado un programa político. El del catalanismo, la revisión de las relaciones entre Cataluña y España. El de la derecha española, la clausura del llamado problema catalán, en beneficio de una España homogeneizada y orgullosa de su españolidad. El diagnóstico de la derecha española, extremadamente ideológico, tiene un problema de base: en las infraestructuras que están fallando tienen poco peso las instituciones catalanas y mucho peso el Estado. Por tanto, exculpar al Estado de sus responsabilidades parece demasiado benévolo con el poder central. En cuanto al diagnóstico del catalanismo, que personalmente comparto, debería completarse con una cierta autocrítica de la sociedad y las instituciones catalanas: es cierto que el Estado invierte poco, pero también que a veces le complicamos mucho cualquier inversión. Y no por nacionalismo, precisamente. Pero en cualquier caso, este matiz no modificaría el núcleo del diagnóstico.

Las versiones del catalanismo y de la derecha española sobre lo que está sucediendo son antagónicas, nada complementarias. Frente a estas dos interpretaciones, se echa de menos el diagnóstico sobre lo que sucede por parte del mundo socialista. No lo tiene fácil. Gobierna en España y gobierna en Cataluña. Puede tener la tentación de situar la responsabilidad en el único lugar donde no le cae encima: en el pasado. Pero echar la culpa a una mala herencia de los gobiernos popular y convergente no tiene a favor el calendario: el mundo socialista lleva gobernando tres años en España, cuatro en Cataluña y treinta en Barcelona. Ya ha hecho suyas todas las herencias. El mundo socialista deberá generar su propia interpretación sobre el colapso de las infraestructuras en Cataluña -la mala suerte no sirve- o deberá alinearse con alguna de las dos interpretaciones que circulan. O coincidir con el catalanismo en que el Estado no invierte, y solucionarlo, o coincidir con la derecha en que la culpa es del nacionalismo, y combatirlo. Ver hacia dónde acabará decantándose el discurso socialista sobre las infraestructuras y su colapso nos dará muchas claves sobre el futuro de Cataluña, pero también sobre el futuro de España.

Vicenç Villatoro es escritor.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_