Watergate polaco
La política en Polonia vive una de sus horas más bajas. Primero, la singular presencia de dos gemelos como figuras de las dos principales instituciones del país ha sido fuente de problemas y de críticas por su modo de patrimonializar el poder a través de un partido conservador. Segundo, sus compañeros de coalición, un grupo populista y otro nacionalista católico de ultraderecha, no han facilitado precisamente las cosas. Tercero, el programa de gobierno desentona notablemente con la filosofía liberal de lo que debe ser un miembro de la Unión Europea. Bruselas está más que harta con los hermanos Kaczynski y cruza los dedos para que sean derrotados este otoño, si al final se adelantan las elecciones legislativas como todo apunta que así será. Y cuarto, las corruptelas y desmanes han rebasado los límites de una sociedad democrática hasta el extremo de haber sido definida por el popular ex primer ministro Marcinkiewicz como propia de un Estado orwelliano.
El último de los hitos de la saga Kaczynski ha sido el escándalo de presuntas escuchas telefónicas ilegales a políticos y periodistas, destapado por el que fue hasta hace apenas tres semanas ministro del Interior. Éste asegura que los servicios secretos grababan conversaciones de figuras tan relevantes como el ex presidente Kwasniewski.
El ex ministro hizo tales afirmaciones a puerta cerrada ante una comisión parlamentaria, y luego fue detenido acusado de entorpecer la investigación sobre un presunto caso de corrupción en el Ministerio de Agricultura que llevó a la dimisión del viceprimer ministro. El escándalo ha sido ya bautizado como el Watergate polaco. Los Kaczynski niegan todo, pero son muchos los que piensan que mienten.
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