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Columna
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Noticias del caos

El verano ha sido muy pródigo en ejercicios de destrucción, en prácticas de confusión y desorden. Comenzando por el fuego, múltiple e imbatible, casi siempre obra humana, con su predilección por los lugares excepcionales -el Peloponeso, las islas Canarias, etcétera- y su destino de aniquilación pura que no sabemos primero evitar, que no logramos luego dominar. Incendiarios gloriosos, impunes, triunfantes, que han hecho de la hoguera el arma definitiva, de su beneficio personal, el instrumento por excelencia de su cumplimiento público. Y viviendo inmediatamente después, a la última crisis financiera que se ha gestado en Estados Unidos al socaire de los créditos hipotecarios de alto riesgo (subprime mortgage) y de la mano de los fondos basura (hedge funds) cuya incidencia en bancos, bolsas, instancias de control es muy elevada.

No se trata de las normales turbulencias bolsísticas sino de la inevitable consecuencia de sustraer los préstamos hipotecarios de gran riesgo a las habituales exigencias de las normas bancarias destinadas a regular los créditos inmobiliarios a las familias, en particular de rentas más modestas. La conjunción del dogma de la desregulación, remedio milagro del neoliberalismo conservador y de la voracidad del beneficio que caracteriza esta fase del capitalismo financiero, ha encontrado en los Fondos-mutuos, Fondos de pensiones, etcétera una herramienta para crear un circuito incontrolado e imparable de enriquecimiento. Limitándonos a los hedge funds o fondos basura, recordemos que su número, que apenas llegaba a los 300 en 1990, hoy supera los 8.500, que gestionan más de 1.600 millardos de dólares en el mundo. Es evidente que esa falta absoluta de control que los dota de una gran operatividad los hace al mismo tiempo muy vulnerables, como probó la explosión de Cap Gemini, que perdió en pocas horas más del 80% de su valor con ocasión del accidente de Internet o como ha sucedido ahora con la desaparición de los fondos del banco Bear Stearns o con las sociedades ad hoc, las SIV-lite del Barclays Bank, astutas creaciones financieras del genio Edward Cahill, cuyo desmoronamiento les ha llevado a perder más del 3% de su cotización en esta última semana. Porque no basta con acoplar un producto financiero muy remunerado pero muy arriesgado a un crédito hipotecario de solvencia más que discutible para disminuir su peligrosidad. Como de nada sirve intentar escamotear su riesgo mediante mixtificaciones semánticas como disfrazar a los fondos basura de fondos de tesorería, con la vocación de permanencia que les caracteriza pero adjetivándola como tesorería dinámica.

Por lo demás, en esta falsificación han participado también las agencias de notación, que en el caso de las principales -Moody's, Fitch y Standard & Poor's- han enviado tardíamente sus calificaciones para permitir su colocación. Claro que no hay que olvidar que la retribución de las Agencias corre a cargo de las sociedades o productos que califican. Pero no es tan fácil engañar a todo el mundo y el índice de confianza de los consumidores norteamericanos ha bajado en más de 100 puntos en el mes de agosto y la vivienda ha perdido en EE UU en el segundo trimestre de este año más del 3% de su valor medio. Por lo demás, y como ha advertido aquí en Francia el presidente de la Autoridad de los Mercados Financieros, no va a ser fácil echar marcha atrás en la carrera de una liberalización desbocada que ha hecho posible la mundialización y que está consagrado.

Ha tenido que ser una representante del centro derecha europeo, Angela Merkel, la primera que, en el marco de la cumbre del G-8 en junio último, alzase la voz y propusiera que se estableciese una regulación de los fondos basura, con la obligación de informar de su participación en las empresas de que formasen parte. Los socialistas, en especial los franceses, están demasiado ocupados en decidir cómo se puede ser hoy socialista y en su desbandada hacia la derecha. La alineación de Kouchner con Sarkozy se explicaba fácilmente por su inconsistencia ideológica y su arribismo de poder, pero después Jean-Pierre Jouyet, Jack Lang, Strauss-Kahn, Hubert Védrine, Attali y hasta el más íntegro de los socialdemócratas, Michel Rocard, se han subido al carro del vencedor. Añadiendo la confusión a una desmoralización política que cada día es más irrecuperable y que nos deja sin defensas frente a la falsificación y al caos.

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