Ser viejo es un trayecto
No sé si les suena el caso de la residencia de ancianos Juan XXIII, en Alcobendas. A finales de junio, una televisión emitió un vídeo estremecedor que denunciaba el supuesto maltrato de los residentes. Las imágenes mostraban ancianos atados con sábanas y rodeados de vómitos y heces. Una historia siniestra, en fin, uno de esos horrores que a menudo se ceban en la indefensión de los mayores. Me estremecí al leer la noticia, supe que el Gobierno regional había decretado el cierre cautelar del centro y supuse que lo peor ya había pasado. Pero no. Todavía faltaba por saberse un detalle aún más desolador.
Poco después salió una pequeña noticia contando que, a pesar de las atrocidades del vídeo, sólo quince familias habían sacado a sus ancianos de la residencia. Los demás, un total de cincuenta, seguían allí. "No pienso mover a mi hermano. Aquí pagábamos muy poco y ahora tendré que llevármelo a Galapagar", declaraba una mujer, que, naturalmente, "no creía" que hubiera habido malos tratos. Vale, de acuerdo, ya lo sé; asistir a un anciano en precarias condiciones de salud física o mental puede ser muy duro, e incluso, en ocasiones, algo verdaderamente imposible de asumir. Puede que ése fuera el caso de la mujer que no quería sacar a su hermano: a fin de cuentas, quizá tuvieran edades parecidas. Sin dinero y sin ayudas, cuidar de un familiar dependiente puede ser una pesadilla insuperable, un verdadero tormento. Ahora bien, dicho esto, ¿cómo es posible que de 65 familias sólo respondan quince? ¿Cuántos miserables podríamos encontrar entre los otros cincuenta? Menos mal que, al final, la Comunidad consiguió recolocar a todos los ancianos y cerró la Juan XXIII.
Qué terrible es ser viejo en esta sociedad. Una sociedad de descerebrados, porque esos familiares que aparcan a sus mayores en cualquier matadero como si fueran carcasas de coches reventadas, esos familiares amnésicos que no se acuerdan de visitar a sus ancianos y mucho menos aún de rescatarlos, tampoco parecen recordar que ellos mismos se convertirán en viejos irremediablemente (salvo que se mueran en el camino), y que, a juzgar por el ejemplo que están dando, lo más probable es que también ellos sean tratados como chatarra.
Sí, qué terrible es ser viejo en un mundo que ya no admira la proeza de la longevidad, porque ahora ser longevo es lo habitual; que ya no dispone de familias extensas que cuiden de sus mayores; que potencia hasta extremos ridículos la apariencia juvenil y esconde todo signo de vejez como una lacra; que aún no ha desarrollado los instrumentos sociales suficientes para hacerse cargo de una manera digna del aluvión de ancianos. Ahora lo normal es vivir mucho, pero no estamos preparados para ello. Y así, una de las mayores injusticias de nuestro mundo es lo caro que es ser viejo. Hombres y mujeres que han trabajado toda su vida y han mantenido un nivel económico decente, pueden verse reducidos a algo parecido a una angustiosa miseria si tardan en morirse demasiado. Como decía un amigo de mi padre, "tengo la tragedia de que la salud me ha durado más que el dinero".
No debería ser así. Es más, resulta suicida para todos que permitamos que las cosas sean así. Que no seamos capaces de mejorar nuestro propio futuro. Hoy, tras la edad de la jubilación, queda una cuarta vida. Quedan veinte años de actividad. Hace unos días salió en la prensa otra noticia relacionada con la edad: un gaitero asturiano de 87 años, Clemente Díaz, acababa de sacar su primer disco. Vi la foto del hombre: aparentaba setenta y muy lozanos. La vejez ya no es un final, sino un trayecto. Un camino que hay que intentar hacer en plena forma: "Ser viejo no es sinónimo de estar enfermo. Uno puede y debe ser un viejo muy sano", dice Tin Serra, estupendo geriatra y buen amigo. Los viejos son nuestra memoria y nuestra avanzadilla. Vienen de atrás y son capaces a ayudarnos a entender quiénes somos; pero, además, son los exploradores que nos van informando de lo que podemos encontrar en la existencia. Son muchos (y en las próximas décadas seremos aún más) y me parece que cada vez se resignan menos a ser arrumbados como trastos rotos. En algunos países ya se han creado asociaciones de ancianos peleones y marchosos, como los Panteras Grises de Alemania. Reclamemos esa salud, ese respeto, esa visibilidad social, esa tranquilidad económica. Para que no vuelva a haber ni un solo vídeo como el que supuestamente se rodó en Alcobendas. Y para que no tengan que depender de familiares de corazón marchito y mala memoria.
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