El fantasma del rearme
La invasión de Irak desencadenó, entre otras muchas cosas, una intempestiva controversia acerca de la posibilidad de exportar el sistema democrático a sociedades como las de Oriente Próximo, aún hoy sometidas a dictaduras laicas, como las de Siria o Libia, y a férreas teocracias, como las de Irán o Arabia Saudí. Fue en este contexto donde se multiplicaron las interminables y extemporáneas disquisiciones sobre la compatibilidad del islam con la democracia o la viabilidad de instalar un modelo político liberal en países con graves carencias económicas y sociales, sin contar con las deficiencias institucionales derivadas del hecho de que el Estado, como fórmula de organización soberana del poder, no había existido en ellos hasta la descolonización.
El monopolio que ejerció esta aproximación de fuertes connotaciones ideológicas en el análisis de la política emprendida por el presidente Bush en Oriente Próximo, e insensatamente secundada por algunos de sus socios dentro y fuera de la Unión Europea, hizo perder de vista la verdadera naturaleza del proyecto del Gran Oriente Próximo promovido por los ideólogos instalados en Washington: la democratización se convirtió para ellos en el programa de ingeniería social con el que pretendían inaugurar el siglo XXI, lo mismo que la evangelización lo fue en el XVI y la colonización, en el XIX.
Como en el caso de esos precedentes históricos, el noble propósito de democratizar el mundo obviaba la primera pregunta, y tal vez fundamental, ante una iniciativa política y militar de esta envergadura, que no era la de saber si resultaba o no viable, sino si un fin tan elevado como la democratización justificaba un medio tan execrable como la guerra. Mientras políticos e intelectuales discutían en torno a cuestiones como la compatibilidad entre la democracia y el islam -que, en el fondo, no era distinta de la de saber si los indios tenían alma o si los negros eran aptos para el aprendizaje-, la respuesta, aunque implícita, fue categórica y rotundamente afirmativa.
La reciente gira por Oriente Próximo de la secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, no ha hecho más que levantar acta de la inquietante situación a la que condujo justificar la guerra en nombre de la democratización: el viejo fantasma del rearme, y de la subsiguiente militarización de las relaciones internacionales y de la diplomacia, ha vuelto a aparecer en escena, y seguramente para quedarse. Rice ha anunciado ventas de armas por valor de 46.000 millones de euros a ocho países aliados de Oriente Próximo, en un intento de contener militarmente la creciente amenaza que Irán representa para sus intereses en la zona, sobre todo si mantiene su programa nuclear.
La gravedad de la circunstancia por la que atraviesa la región, y el escaso margen de maniobra que existe hoy para no seguir cebando el inmanejable polvorín en el que se ha convertido, queda patente en el hecho de que si Rice no hubiese ofrecido los contratos armamentísticos, lo habrían hecho proveedores como Rusia o China. Cuando no otros países europeos, entre los que se encuentra España. La producción y la venta de armas no han hecho más que crecer desde que la guerra fría se dio por concluida.
El regreso del rearme puede tener trascendentales consecuencias tanto en la política interior de las grandes potencias -y, en particular, de la más grande, Estados Unidos- como en el ámbito de las relaciones internacionales. El reforzamiento del complejo militar-industrial en momentos como el presente, en el que una parte de la teoría discute el papel económico del Estado, puede alentar un insólito keynesianismo no dirigido al gasto social, sino al militar, con el resultado de una progresiva preparación de las sociedades civiles para el conflicto, de una renovada entronización de la consigna de parabellum.
Por otra parte, y ya en la esfera internacional, el rearme de aliados cuyos regímenes son inestables debido a la contestación política interna, puede propiciar la paradoja de acabar reforzando a los enemigos que se pretende combatir. Y todo ello sin tomar en consideración que este nuevo proceso de rearme se está desarrollando en el terreno convencional precisamente cuando la disuasión convencional ha sufrido serios reveses en Irak, con la imposibilidad del Ejército norteamericano para controlar la situación, y en Líbano, donde una organización armada como Hezbolá consiguió hacer frente a Israel durante un mes, dejando en tablas el resultado de los combates de hace un año.
Por descontado, ningún acontecimiento político, ningún conflicto, está escrito de antemano ni es resultado de una fatalidad ajena a la voluntad de los Gobiernos. Pero hay demasiadas alarmas internacionales que no cesan de enviar señales de advertencia, y que no se deberían desoír por más tiempo. En Oriente Próximo, por desgracia, la razón no logrará imponerse si no cuenta con la credibilidad que concede la fuerza militar. Pero confiarlo todo a la fuerza militar significa reconocer que la razón nunca logrará imponerse.
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